Saliendo de la clase de italiano, en Londres, me encontré con un llamativo anuncio en el pasillo. Era sobre una conferencia titulada: “Ascensión y caída de las naciones”. Interesante temática para un instituto de secundaria en nuestros días, ¿verdad? Para que vean que “nuestros jóvenes” no solo piensan en tonterías…
Más interesante aún, aunque cambiara la impresión inicial, es que la conferencia se realizaba en una mezquita local y, aunque se trata de un suburbio londinense y no de una ciudad asiática, los alumnos son mayoritariamente pertenecientes a “minorías” étnicas, africanos y asiáticos sobre todo.
Era la segunda vez que me encontraba con un anuncio de este “sector de opinión”. El primero fue acerca del conflicto árabe-israelí en Palestina. Sin embargo, dudo mucho que en otros centros de educación londinenses de mayoría blanca, europea o nativa se traten semejantes temas, en el contexto europeo: identidad, amenazas, conflictos, pasado, presente, futuro… De hecho, se evitan las Cruzadas, por ejemplo, para no herir sensibilidades.
Y bueno, algunos dirán que no es para alarmarse, que Europa sigue gobernada por los europeos, que sólo es reacción de los sectores desfavorecidos por la “falta de integración”… Y dirán también, con autosuficiencia y soberbia, que el MI5 ya los tendrá fichados, y que si intentan algo violento, les echarán el guante antes de que lo consigan.
Sin embargo, no es la represión la solución que me viene a la mente cuando veo a los jóvenes inmigrantes de todo el mundo extraeuropeo sublimar su natural rencor de inadaptado social en fe religiosa y sueños de Imperio Islámico. No. Inmediatamente me giro hacia “los míos” con ojos de sargento cabreado ante la desidia de la soldadesca y la dispersión de los oficiales…
Sí. Estamos en guerra, sólo que no se nota mucho… no se nota por culpa de “La Paz”.
Otros creen que si todo el mundo alcanza la “calidad de vida” y se desarma a los individuos de su necesidad de trascendencia, todo arreglado… Tareas, la primera, de dudosa estabilidad, y la segunda, imposible.
A dos minutos de aquí, subiendo la colina, se encuentra Harrow, la escuela donde estudió Sir Winston Churchill, en el municipio que representó Sir Oswald Mosley en el Parlamento, al inicio de su carrera política. Allí los niños, no sólo anglosajones, sino cualquiera que pueda pagar las carísimas matrículas, se preparan para ser “élite”. Los pequeños patricios son educados en un régimen que mantiene pocas formas, y supongo que algo en el espíritu, de aquel Imperio de mercado y razones científicas.
Pero en las alcantarillas ya no hay gente con la misma fe y sangre, sino caras extrañas que se agrupan en legiones nihilistas o tras la espada del Islam. Frente a ellos: más nihilismo.