La conquista de Granada fue un acontecimiento de alcance universal. No sólo fue decisiva para la Historia de España. Toda Europa la vivió, en aquel mismo momento, como una noticia formidable, uno de esos sucesos que hoy llenarían horas de radio y televisión, portadas y portadas de periódicos. En Roma se celebraron grandes solemnidades religiosas que culminaron con una gigantesca procesión de tres días, presidida por el Papa. En el reino de Nápoles, la victoria cristiana fue conmemorada con una obra teatral cuyos personajes alegóricos eran la Alegría, el Falso Profeta Mahoma y la Fe. En Londres, en la abadía de Westminster, el Canciller de la Corona, ante una enorme multitud convocada por las campanas, anunció solemnemente la victoria de los cristianos sobre los musulmanes. En España, uno de los grandes poetas del momento, Juan del Enzina, escribió este romance invitando a Boabdil a abrazar la Cruz:
“¿Qués de ti, desconsolado? / ¿Qués de ti, rey de Granada?
¿Qués de tu tierra y tus moros? /¿Dónde tienes tu morada?
Reniega ya de Mahoma /y de su seta malvada,
que bivir en tal locura/ es una burla burlada.
Torna, tórnate, buen rey,/ a nuestra ley consagrada,
porque si perdiste el reyno / tengas ellalma cobrada;
de tales reyes vencido/ onrra te deve ser dada.
¡O Granada noblecida,/por todo el mundo nombrada!,
hasta aquí fueste cativa/y agora ya libertada.
Perdióte el rey don Rodrigo/por su dicha desdichada;
ganóte el rey don Fernando/con ventura prosperada,
la reyna doña Ysabel,/la más temida y amada,
ella con sus oraciones/y él con mucha gente armada.
Según Dios haze sus hechos/la defensa era escusada,
que donde Él pone su mano/lo impossible es quasi nada.”
¿Qué era el reino de Granada?
Lo primero que hay que explicar es qué era el reino de Granada, qué representaba y por qué fueron necesarios diez años de guerra para conquistarlo. El reino de Granada era, para la época, una potencia importante. Había nacido hacia el siglo XIII (1236) de la descomposición del Islam español. Mohamed ibn Nasr, llamado “el rojo”, Alhamar, por el color de su barba, se proclamó sultán e instauró un reino independiente y una dinastía propia: la nazarí, es decir, los descendientes de Nasr. El territorio de este reino no era desdeñable: algo más de la mitad oriental de lo que hoy es Andalucía. Tenía una población muy numerosa para la época (se calcula en unos 300.000 habitantes), una economía muy activa, buen suelo agrícola y largas costas, con una posición privilegiada en el Mediterráneo.
En una situación así, los reyes de Granada tendrán sobre todo dos objetivos. Uno, arreglarse con los reyes cristianos, es decir, con Castilla y Aragón. Castilla era poderosa, pero estaba muy poco poblada y tenía muchos problemas para consolidar los territorios conquistados. En cuanto a Aragón, su principal finalidad era que nadie estorbara a sus barcos en el Mediterráneo. Los nazaríes ofrecerán arreglos satisfactorios para ambos, generalmente bajo la forma de tributos económicos, las parias. Y el segundo objetivo de los reyes de Granada será asegurarse la amistad de los musulmanes del otro lado del mar, los benimerines del norte de África, por si acaso hacía falta su concurso. Con este sistema, el reino aguantará más de doscientos años. Fue especialmente brillante el siglo XIV, con un gran impulso cultural. A partir de ese momento, sin embargo, Granada entrará en decadencia, especialmente por las luchas dinásticas. Cada vez le es más difícil mantener sus territorios, que se van desprendiendo, como a jirones, en manos de los castellanos, mientras la vida interna del reino nazarí es una perpetua querella. Cuando Fernando e Isabel unen las coronas de Aragón y Castilla, en 1479, Granada ya es un caos.
Enfrente están los Reyes Católicos, en efecto. Dos reyes con un proyecto. Hay que insistir en lo que suponen los Reyes Católicos para España. Hasta ese momento, las coronas de la península habían llevado una vida muy cerrada sobre sí mismas; en el caso de Castilla, además, con una larga y cruenta guerra civil. Fernando e Isabel vienen, por así decirlo, con ideas nuevas. En el espacio de Occidente se ha impuesto el ideal de la república cristiana, de la organización política construida en torno a una identidad religiosa, y la columna vertebral de esa organización es la Corona. Los predecesores de los Reyes Católicos no sabían nada de todo esto, pero Fernando e Isabel sí; son las ideas que flotan en el ambiente. Además, recobra vigencia la idea-fuerza de la recuperación de la España perdida, una idea que nace en la corte asturiana en el siglo IX, que a lo largo de la Reconquista aparecerá y desaparecerá para volver a reaparecer, que con el tiempo se funde con el ideal de la Cruzada y que ahora, además, encaja perfectamente con ese otro ideal de la república cristiana. Para lograr este objetivo hay que conquistar Granada. Y así la toma de Granada se convertirá, para los Reyes Católicos, en una auténtica obsesión.
Fernando e Isabel acometen la empresa de Granada en 1482. Puede sorprender que la conquista durara nada menos que diez años, pero es que no fue en modo alguno una guerra fácil. Las fuerzas que los Reyes Católicos tienen a su disposición no son muy numerosas. Algunas crónicas aportan cifras fabulosas, de hasta 80.000 hombres, pero la verdad es que la mayor parte de la gente que se movilizaba eran tropas auxiliares para servicios de intendencia y de transporte. La fuerza principal serán las huestes señoriales del territorio andaluz, y éstas estaban compuestas por grupos relativamente pequeños. Sólo con el tiempo irá asentándose un ejército profesional que será, más tarde, el que dará origen a la infantería española y a los tercios. Por otro lado, la geografía del Reino de Granada, lleno de serranías, impedía librar grandes batallas campales. De manera que las batallas de la guerra de Granada serán largos episodios de sitio y asedio de fortalezas, al típico estilo medieval, combinados con correrías en campo enemigo para hacerse con víveres y volver después a las propias líneas. Las tropas se organizan al empezar la primavera y combaten hasta que entra el otoño; se retiran en invierno y, en primavera, otra vez a la pelea. A veces se cobrarán la pieza, como cuando se conquistan Baza o Alhama; otras veces los frentes estarán paralizados durante meses.
En una guerra así, los nazaríes pueden resistir con alguna comodidad. Pero el Reino de Granada tenía dentro su propio cáncer: la enemistad a muerte en el interior de la familia real. El sultán Abul-Hasam Alí, llamado Muley Hacén en las crónicas cristianas, está en guerra con su hijo Boabdil. Muley Hacén se apoya en un poderoso clan, los abencerrajes, pero éstos se insubordinan. Así que el sultán tiene que huir junto a su hermano, Muhamad al-Zagal, llamado en las crónicas El Zagal, y se hace fuerte en Málaga. Cuando muere Muley Hacén, El Zagal reclama el trono. Mientras tanto, Boabdil reina en la ciudad de Granada. La situación es caótica: el Zagal combate a los cristianos por su lado, Boabdil hace lo propio por el suyo, y a la vez ambos bandos moros se enfrentan entre sí. En uno de estos lances, Boabdil cayó preso de las tropas cristianas. Los Reyes Católicos le impusieron condiciones de vasallaje que dieron la vuelta a la situación. A Fernando el Católico se le ocurrió una idea realmente malévola: utilizaría a Boabdil como punta de lanza contra su tío, el Zagal; ofreció a Boabdil territorios propios en señorío, a cambio de pelear contra la otra facción mora. Así en la guerra civil nazarí los castellanos pasarán a combatir junto a Boabdil y contra el Zagal. Éste, el Zagal, sucumbe en 1490: entrega a Castilla sus tierras y emigra a Argelia. Los Reyes Católicos anuncian el final de la guerra. Llega el momento de pedirle cuentas a Boabdil. Pero Boabdil, al parecer presionado por los partidarios de seguir la guerra, incumple el contrato. Y vuelta a empezar.
A partir de la primavera de 1490, Boabdil intenta pasar a la ofensiva; sueña con sublevar a los musulmanes de los territorios ya controlados por los Reyes Católicos. Pero fracasa: la población, que no guardaba buen recuerdo del gobierno despótico de Muley Hazán, vuelve la espalda a la dinastía nazarí. Boabdil termina encerrándose en la Alhambra. Fernando e Isabel saben que Granada es inexpugnable, de manera que preparan un largo asedio. Instalan un campamento permanente en Santa Fe y se disponen a rendir la ciudad por hambre.
Lo del hambre no es una metáfora. En las semanas anteriores a la rendición, los habitantes de la ciudad se comieron sus caballos, sus perros, sus gatos y, al final, a 260 cristianos que tenían en prisión. Lo cuenta un manuscrito inglés de la época, redactado por el prior de Leicestershire según las noticias que le transmitió un cruzado que participó en el asedio; lo ha descubierto recientemente el profesor de Tenerife José Gómez Soliño. Según ese documento, en Granada había en aquel momento 24.000 personas entre 12 y 23 años, además de viejos y niños más pequeños. Como la población total era de en torno a 30.000 personas, podemos suponer que la defensa de la ciudad no provocó la muerte de demasiada gente. A todo esto, nadie crea que, mientras tanto, Boabdil se dedicaba a guerrear. Más bien se dedicó, en secreto, a negociar y renegociar las condiciones de la rendición. Finalmente, el 25 de noviembre de 1491 Boabdil firmaba unas capitulaciones, bastante generosas, que significaban el final de la resistencia. Hemos reproducido un fragmento que decía así:
“Es asentado y concordado que sus altezas y sus descendientes, para siempre jamás, dejarán vivir al dicho Rey Muley Baudili, y a los dichos alcaides y alcaldis y sabios y muftíes -al-faquíes-, y alguaciles y caballeros y escuderos, y viejos y buenos hombres y comunidad chicos y grandes, estar en su ley y no les mandarán quitar sus aljamas y sumaas y almuédanos y torres de los dichos almuédanos, para que llamen a sus açalaes, y dejarán y mandarán dejar a los dichos aljamas sus propios y rentas como ahora los tienen, y que sean juzgados por su ley sarracena con consejos de sus alcaldis según costumbre de los moros, y les guardaran y mandaran guardar sus buenos usos y costumbres. Ítem es asentado y acordado que no les tomarán ni mandarán tomar sus armas y caballos ni otra cosa alguna, ni en tiempo alguno para siempre jamás, excepto todos los tiros de pólvora grandes y pequeños que han de dar y entregar luego a sus altezas. Ítem es asentado y acordado que ningún judío no sea recaudador ni receptor, ni tenga mando ni jurisdicción sobre ellos. Ítem es asentado y acordado que a ningún moro o mora non haga fuerza a que se torne cristiano ni cristiana”.
El día 2 de enero de 1492 se rendía formalmente la ciudad. El 6 de enero los Reyes Católicos hacían su entrada triunfal en Granada y pisaban la Alhambra.
La Gran Unificación
Tan enorme eco tuvo la conquista de Granada, que el Papa Julio II no dudó en otorgar a Fernando el Católico el título de rey de Jerusalén (que aún conserva el Rey de España). El Papa aspiraba a una nueva cruzada en Tierra Santa. Pero los Reyes Católicos tenían planes más inmediatos. Estaban construyendo una gran unificación y no se apartarían de su proyecto. Y como la fuente de la legitimidad en aquella época eran la Corona y la Religión, será a través de ambas como materializarán su proyecto. La unión de la Corona la encarnaban ellos. Y la unión de la religión vendrá, tras la toma de Granada, con la expulsión de los judíos. Pero habrá más unificaciones: en ese mismo año Antonio de Nebrija presenta a la reina Isabel I su Gramática de la lengua castellana, la primera gramática europea de una lengua vulgar, que significará la unificación lingüística del reino.
¿Y qué fue de Boabdil? Leyendas románticas aparte, Boabdil se retiró a las Alpujarras y se dedicó a cazar, que era lo que le gustaba. Pero en 1493, deprimido por la muerte de su esposa, Moraima, decidió cambiar sus tierras a los Reyes Católicos por una fuerte suma de dinero, y se instaló en el reino de Fez. Allí viviría hasta 1533, cuando los españoles ya están en Cartagena de Indias y Perú. Aquellos españoles a los que los Reyes Católicos, con la conquista de Granada, dieron una única bandera.