La Corona de Aragón también existe
La fantástica epopeya de los almogávares
José Javier Esparza
10 de noviembre de 2007
Corre el año de 1305. Estamos en Turquía. Una tropa de 6.500 españoles derrota a los ejércitos turcos, aplasta también a los bizantinos, conquista los ducados de Atenas y Neopatria y se los entrega al Rey de Aragón. Así, por las bravas. Aquel pedazo de Grecia será aragonés hasta 1388, año en el que finalmente sucumbe ante la presión de turcos, venecianos, florentinos y hasta de una compañía navarra que pasaba por allí. Por el camino, Aragón se convertirá en una potencia decisiva en el Mediterráneo. Esa fue la extraordinaria hazaña de los almogávares. Uno de sus capitanes era Berenguer de Rocafort. Ahora un descendiente suyo, Guillermo Rocafort, ha escrito su historia: Yo, Berenguer de Rocafort, caudillo almogávar. Impresionante.
José Javier Esparza
La última vez que un ejército cristiano logró ocupar Turquía, derrotar a los otomanos en su propia península, fue a principios del siglo XIV. Y lo hizo un ejército español: los almogávares de la Corona de Aragón. El libro que nos ocupa,
Yo, Berenguer de Rocafort, caudillo almogávar, editado por Áurea (
http://www.aureaeditores.com/producto.php?cat=8&id=2) es una crónica en primera persona de todos aquellos sucesos. El autor, Guillermo Rocafort, descendiente del capitán almogávar, se pone en la piel de su antepasado y explica pormenorizadamente no sólo los episodios históricos, sino también cómo sentían y cómo vivían aquellos guerreros que asombraron al mundo.
Los almogávares eran unas tropas de choque de la Corona de Aragón, aunque también los había de Castilla. Casi todos ellos eran pastores del Pirineo y de las sierras del sistema ibérico, encuadrados en pequeñas unidades de doce hombres mandadas por oficiales de la Corona. El nombre que recibían, “almogávar”, parece de origen árabe, pero no hay certeza sobre su significado; se supone que puede venir de “al-mugavar”, que habría que traducir como “los que provocan confusión”. Y el hecho es que la provocaban, porque desde principios del siglo XIII se sabe de sus hazañas tras las líneas musulmanas: incursiones rápidas y breves, de uno o dos días, que sembraban el caos y el terror entre los moros.
Se sabe bien cómo eran y cómo combatían: siempre a pie, feroces, ágiles y muy rápidos, ataviados con ropas muy ligeras y calzados con abarcas de cuero; armados con jabalinas, un pequeño escudo redondo y un cuchillo largo, el chuzo. De su capacidad de resistencia se cuentan cosas asombrosas, como que, para endurecerse, dormían al raso y comían sólo un día de cada tres. Antes de entrar en combate golpeaban sus chuzos contra la piedra, a los gritos de “Desperta, ferro”, “Aragó, Aragó” y “Sant Jordi”. Cuando se quedaron sin guerra en la península, la Corona de Aragón los mandó a Sicilia. Conquistaron aquellas tierras a los franceses. Esta será su primera gran aventura fuera de España. Después vino Grecia, la salvación de Bizancio.
La carambola bizantina
Los almogávares llegaron a Bizancio de carambola. Por un lado, nada tenían que hacer ya en Sicilia, una vez pacificada, salvo crear complicaciones; la Corona los quería fuera de allí. Por otro, el emperador bizantino, temeroso ante la potencia turca, andaba desesperado por recibir apoyo militar. Para los almogávares fue una excelente oportunidad de seguir peleando. Su jefe, el templario alemán Roger de Flor (Roger von Blum) no lo dudó un instante.
La flota aragonesa salió de Mesina. Viajaban 4.000 almogávares, muchos de ellos con sus familias. Roger, que en este momento tenía 37 años, había pedido a Andrónico dos cosas: un título nobiliario y una esposa. Ambas cumplió el emperador, que casó a su sobrina María con el veterano soldado, al que nombró Megaduque. La boda se celebró en Constantinopla, ciudad en manos de las tropas genovesas a título de protectoras del emperador. Y aquí empezarán los almogávares a dejar tarjetas de visita. Tras la boda, unos genoveses se ríen del aspecto desastrado de un almogávar; la bronca se convierte en batalla campal y en degollina generalizada de genoveses, hasta el punto de que Andrónico siente el mismo impulso que había sentido el rey en Sicilia: hay que sacar de allí a los almogávares.
La Gran Compañía Catalana de Almogávares, que así se llamaba, embarcó hacia tierras turcas para alivio de Andrónico. Y para terror de los turcos, que quedaron hechos picadillo en el primer encuentro. Fue en Cízico, en el Peloponeso. Roger de Flor atacó de improviso, a medianoche, según los turcos estaban acampados; machacó a un ejército que le doblaba en número. Después, la Compañía acude a socorrer diversas ciudades situadas por los turcos. Éstos, que ya conocen la matanza de Cízico, huyen aterrados ante la llegada de los aragoneses. Los almogávares persiguen a los fugitivos; otra escabechina. Así van liberando ciudad tras ciudad.
La batalla decisiva será al año siguiente, al pie del Monte Tauro, en la Anatolia interior. Para reforzar a Roger ha llegado desde Sicilia Berenguer de Rocafort con 1.200 almogávares más. De nuevo la fuerza turca es muy superior, pero de nuevo será derrotada tras una batalla larguísima, de día y de noche.La Compañía regresó a Constantinopla. Fue recibida con honores por Andrónico, que elevó a Roger de Flor a la condición de césar. Al mismo tiempo, llegaba a Bizancio otro caudillo, Berenguer de Entenza, con 1.500 almogávares más. Está terminando el invierno de 1305. Pero entonces comienza una tragedia que teñirá Grecia de sangre.
Quien quiera saber cómo acaba la historia, que lea el libro de Guillermo Rocafort. Una historia fascinante.
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