La paguita

Compartir en:

Una de las características de la izquierda es la de atribuirse méritos que son de otros; todos hemos oído a los socialistas ufanarse de una Seguridad Social que fundó... Franco, y hasta hubo un alcalde socialista de Madrid que tuvo la desfachatez de inaugurar El Retiro. Con la ayuda social de Pablo Iglesias pasa lo mismo; todas las taifas autonómicas tienen algún tipo de renta mínima de inclusión, aparte de otras variantes, como las peonás del PER y ayudas de toda especie, normalmente ligadas a chiringuitos de género, sindicales, feministas y demás paniaguados. Es decir, la idea que Iglesias da de un país sin ayudas sociales, donde a la gente se la deja desprotegida, no es para nada cierta. No lo es desde prácticamente los años sesenta, si no antes; de hecho, España acoge a miles de inmigrantes que vienen aquí atraídos por el mullido colchón del Estado de Bienestar; desde luego, no vienen aquí a pasar necesidades. Todo español de a pie sabe de gente que vive de dos, tres, cuatro o más subvenciones y, además, cobra sus chapucillas por cuenta propia y sin factura. ¿Qué les voy a contar?

Recordemos que la Sanidad y la Educación son gratuitas, además de la generosidad con que se reparten becas sin exigir apenas resultados. Es decir, que en España nadie "se queda detrás" como gimen y se lamentan los podemitas. Todo lo contrario: hemos creado una cultura de la subvención que fomenta el desenganche de la actividad laboral y el que buena parte de la ciudadanía ansíe una excusa para convertirse en víctima o damnificado de cualquier cosa. Y todo esto en el país que inventó la picaresca: imagínense los lectores a las masas de Rinconetes y Cortadillos gimiendo como las plañideras podemitas por llenar las neveras de las masas oprimidas. Se ve que son niños ricos estos de Podemos que, como buenos comunistas, nunca han visto un frigorífico o una despensa de barriada. Están llenas a rebosar porque el malvado capitalismo hace que el precio de la alimentación sea muy barato, no como en Cuba, Corea del Norte o Venezuela (¿se acuerdan de las tres comidas al día de Errejón?). Quizás el problema no sea tanto el acumular alimentos como su contrario: nuestras cifras de obesidad infantil son muy alarmantes y confirman que tenemos un problema de alimentación, pero no por defecto, sino por exceso. Y, curiosamente, los niños más afectados por el sobrepeso no pertenecen a las clases altas y medias, sino a las bajas. Cuando era alcaldesa de Madrid Ana Botella, de la derechona rancia, las izquierdas gemían por los miles de niños desnutridos de nuestra capital. Cuando Manuela Carmen, de la izquierda exquisita, fue a rescatar a la raquítica infancia madrileña, tuvo que reconocer que no había nada de eso, que Madrid no era Caracas, Managua o La Habana. 

Vamos, que esto de la renta mínima de inclusión es un bulo más del Gobierno: ya existe y además tiene múltiples variantes. Lo que Iglesias pretende es inventar la pólvora o descubrir el Mediterráneo para obtener un rédito electoral con la ayuda inestimable de los cafres neoliberales. Durante toda esta crisis lo único que le ha preocupado a la casta de la gauche caviar es dominar el discurso, seguir haciendo campaña y lanzar carnaza propagandística a su clientela, los millones de subvencionados que saben que si no lloran no maman.

No se preocupe Excelentísimo Señor don Pablo Iglesias, puede dormir tranquilo en su villa patricia de Galapagar, la canaille que usía manipula va a seguir llenando sus frigoríficos gracias a las empresas capitalistas de alimentación, que ya se adaptarán como sepan al mercado, porque dependen de sus ventas para sobrevivir. Ahora bien, si Su Excelencia las interviene, entonces sus dueños quizá consideren más lógico echar el cierre, considerarse ellos mismos victimas y vivir de alguna renta mínima. Y no es mal negocio: los que habitamos en los pueblos de la Iberia profunda sabemos lo bien que alguien sin ambiciones —y estamos en la tierra del ¡Virgencita, que me quede como estoy!— se puede apañar con una paguita de La Pesoe.

El problema clave de nuestro país en los próximos años: ¿hay que subvencionar a la población?

Y si en la misma familia se juntan tres o cuatro aguinaldos de estos, hasta te puedes comprar un quad y hacerte un tatuaje de El Fary en el pecho. Como me decía una viejecita: yo no pido ná, pero si me lo dan...

Llegamos aquí al problema clave de nuestro país en los próximos años: ¿hay que subvencionar a la población? Sí, sin duda. Para empezar, porque no va a quedar más remedio: vivimos una situación excepcional y hay que tomar medidas acordes con el tiempo. Recordemos, además, que fue el Estado quien ordenó el cierre de toda actividad no esencial; por lo tanto, de alguna manera tendrá que indemnizar a los millones de víctimas de su decisión. Pero este gasto necesario no debe ser eterno ni debe acostumbrar al ciudadano a depender de Mamá Estado, esa señora gorda y castradora. No es mala idea crear durante unos meses un fondo salarial que abone una renta media que sirva no sólo para llenar las neveras, sino para comprar, contratar y consumir. Y hay dinero: sólo en el chiringuito climático de la niña Greta se van a quemar decenas de miles de millones. Imagínese el lector si sumamos a esta cifra los derroches en memoria "histórica", ideología de género, feminismo, cine subvencionado, sobornos a las televisiones, asesores y otros bergantes nombrados a dedo pero pagados a escote por todos nosotros... Imagínese, amigo lector, todo lo que podemos hacer con esa bicoca: una verdadera desamortización.   

Esa subvención sería temporal, unos meses, y podría continuar por un tiempo extra en aquellos casos en los que se demuestre una utilidad pública: que sirva para crear empleo o aliviar la carga económica general. Pero nada de esto les interesa a los niñatos rojos, rebelados contra el papá empresario o banquero. El discurso podemita es un delirio, es decir, razonan sobre lo que no existe, inventan una realidad para la propaganda que nada tiene que ver con la vida corriente de los trabajadores. ¿Quieren hacer algo por la gente? Perdonen los créditos, alivien las hipotecas, supriman impuestos y tasas a los autónomos. Dejen que se busquen la vida, que no son tontos y algo encontrarán, porque la necesidad aviva la inteligencia. ¿Quieren ayudar a las masas? Pues edúquenlas para que sean independientes, sobrias, duras, trabajadoras, para que se valgan por sí mismas, sean dueñas de su destino y de su esfuerzo y no dependan de ustedes para nada. ¿Quieren elevar el nivel de vida de la población? Valoren el mérito y no degraden la enseñanza primando a los vagos y bajando el nivel hasta mínimos risibles. Fomenten la familia y la natalidad, enseñen a los jóvenes que la vida exige sacrificios y que hay que aceptarlos para que la sociedad a la que todos pertenecemos siga existiendo.

En fin... no sigo. Ahora soy yo el que delira.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

Comentarios

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar