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La guerra fiscal de Liechtenstein

¿Por qué el gigante alemán no soporta a su pequeño vecino, el libre y próspero Liechtenstein? La presión fiscal en uno y otro país tiene mucho que ver en el asunto. Ahora que la actual crisis financiera global continúa sacudiendo las economías mundiales, no es ninguna sorpresa que los bancos estén siendo sometidos una estrecha vigilancia. Pocos habrían predicho, no obstante, que la atención se iba a dirigir al pequeño Liechtenstein.

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SAMUEL GREGG
 
Una guerra de declaraciones se ha desatado entre el pequeño principado alpino y Alemania acerca de los ciudadanos alemanes que habrían hecho depósitos en bancos radicados en Liechtenstein para disminuir el pago de impuestos.
 
La batalla estalló cuando Berlín admitió que, como parte de una investigación sobre algunos ciudadanos alemanes sospechosos de fraude fiscal, había comprado datos sobre clientes de bancos de Liechtenstein a un antiguo empleado que, supuestamente, habría robado la información, quebrantando así las leyes de confidencialidad bancarias.
 
En otras palabras, Alemania compró información obtenida gracias a lo que podría ser una violación criminal de una ley perfectamente justa, legítima y, en el caso de Liechtenstein, constitucional. No es de extrañar que el Príncipe heredero de Liechtenstein, Alois, haya afirmado que las autoridades alemanas están usando “métodos que desafían al imperio de la ley.”
 
A los gobiernos europeos no les gustan los bajos impuestos de Liechtenstein o el hecho de que muchas compañías europeas aprovechen los bajos impuestos sobre sociedades del principado. Pero eso difícilmente la da a Berlín el derecho a actuar como lo que se conoce comúnmente como receptor de bienes robados —un problema que se complica además por las noticias de que Alemania está ofreciendo ese material a otros países.
 
El príncipe heredero Alois, no obstante, ha cogido el toro por los cuernos al afirmar que “Alemania no resolverá sus problemas con sus contribuyentes atacando a Liechtenstein. Alemania tiene el peor sistema fiscal del mundo.” Una presión fiscal agobiante es precisamente uno de los actuales problemas económicos a los que se enfrenta la “vieja Europa”, frente a la que Liechtenstein aparece en claro contraste. En muchos aspectos, Liechtenstein ejemplifica lo que una sociedad europea libre, próspera, respetuosa de las leyes del Mercado y con bajos impuestos podría ser. 
 
¿Qué es Liechtenstein?
 
Liechtenstein se convirtió en un estado soberano en 1806 tras la disolución del Sacro Imperio Romano. Hasta 1918 estuvo estrechamente vinculado al imperio Austrohúngaro, pero entró en una unión monetaria y de mercancías con Suiza tras la 1ª Guerra Mundial. Después de la inestabilidad de entreguerras y de un exitoso esfuerzo para evitar ser engullido por la Alemania nacionalsocialista, Liechtenstein empezó su camino hacia la prosperidad en la década de 1950.
 
El crecimiento que le convirtió en uno de los países más ricos del mundo tuvo muchas causas, pero hay que destacar dos factores clave en el éxito de Liechtenstein. El primero fue la decisión de especializarse en actividades en las que lo hacía extremadamente bien: servicios financieros e industrias de alta tecnología. El segundo fue la adhesión de Liechtenstein a la famosa observación de Adam Smith: “No hay más requisitos para llevar a un estado al más alto grado de opulencia a partir de la mayor barbarie, que la paz, unos impuestos sencillos y una tolerable administración de la justicia”.
 
Así pues, los habitantes de Liechtenstein no sólo se han aprovechado del hecho de que el estado les quita una parte relativamente pequeña de su riqueza, sino que no deben soportar el tipo de burocracias de los opulentos estados del bienestar que caracterizan a la “Europa Social.” En consecuencia, el gobierno de Liechtenstein suele obtener muy a menudo superávits en vez de déficits y su tasa de paro en la actualidad es del 2,7 por ciento.
 
Liechtenstein ha conseguido también evitar algunos de los problemas sociales que caracterizan a la mayor parte de la Europa occidental. El 34% de la población de Liechtenstein es de origen extranjero. Pero se ha rechazado tajantemente la ideología multiculturalista que en la actualidad paraliza la capacidad de muchos países europeos para librarse de los grilletes de lo políticamente correcto. Por el contrario, Liechtenstein se esfuerza, sin ir pidiendo perdón, en integrar a todos los residentes foráneos, lo que incluye exigirles el aprendizaje del alemán, la lengua oficial del país.
 
Además, a pesar de ser un país en gran medida católico, Liechtenstein posee una sólida tradición de libertad religiosa. Lo que no implica, no obstante, ningún sinsentido del estilo de incorporar la sharia al derecho civil de Liechtenstein.
 
En resumen, el resto de Europa podría aprender mucho de Liechtenstein. En vez de acosar a los alemanes hartos de los opresivos impuestos alemanes, el gobierno alemán haría mejor invirtiendo sus energías en intentar —una vez más— reformar la vacilante economía alemana. Liechtenstein sería un buen modelo.
 
No es probable que Liechtenstein vaya a dejarse intimidar por las recientes acciones de Alemania. El país tiene una orgullosa reputación a la hora de desafiar a poderosos matones. En 1945, un grupo de rusos que huía de la tiranía comunista cruzó la frontera de Liechtenstein buscando refugio ante el acoso del Ejército Rojo. A pesar de carecer de ejército y enfrentado a una fuerza mucho más poderosa, el pequeño Liechtenstein rechazó entregar a los refugiados. En 1993, el Premio Nobel Alexander Solzhenitsyn dijo que ese acto fue una “lección formidable de valentía.” Solzhenitsyn lo comparó con el comportamiento de los gobiernos occidentales que entregaron a miles de rusos anticomunistas a las fuerzas soviéticas, que rápidamente los enviaron a la degradación y la muerte en el Gulag staliniano.
 
Los retos actuales de Liechtenstein no son del tipo de desafiar a un régimen criminal como el de la Unión Soviética. Pero mientras Liechtenstein se niegue a inclinarse ante las presiones de la Europa Social para que disminuya sus libertades, sabremos que la libertad en Europa Occidental, a pesar de estar acosada, aún está viva.
 
(www.fundacionburke.org)

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