Historias de la vieja Roma

Cayo Mario, el soldado nuevo

“Debéis estar enloquecidos para haber confiado el comando de esta guerra a mí, oh, Quirites. Pese a que tenemos tantos nobles de prestigioso nombre, hijos, nietos y biznietos de cónsules triunfadores. Todos bellos, elegantes, y elocuentes recitando las historias de sus antepasados y los manuales militares de los griegos. Y sin haber pasado en su vida ni un solo día en los campamentos, se nos unen de cónsules con armas adornadas de taracea y un magnífico caballo blanco. Desfilan erguidos, lucientes de bronce y oro como una estatua de Marte. Ostentan orgullosamente listas de victorias y triunfos, estatuas y condecoraciones de sus padres, tíos, abuelos y bisabuelos. Me llaman palurdo y arrugan la nariz. Lo admito, Quirites: no puedo competir”.

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CURZIO MALATESTA
 
“Soy de origen humilde, modos groseros, no gasto tiempo ni sestercios en banquetes. Puedo sólo enseñar mis armas, que no son doradas, pero están limpias y afiladas. Los estandartes de las legiones, donde he servido con honor y fidelidad a la Patria. Mis medallas y un buen número de cicatrices. Provengo del pueblo, mis palabras no son elegantes, tampoco he aprendido Griego. Y no me importa.
 
No son las charlas las que hacen a los hombres mejores. He aprendido otras cosas, más adecuadas a un Romano y más útiles al Estado. Acometer al enemigo, organizar la defensa, temer sólo el deshonor, soportar el calor y el frío, hambre y fatiga, apretar los dientes y no retroceder. Vivo sin refinamientos, como aquel bruto que fue mi padre. De él aprendí que la elegancia es para las mujeres.
 
Un hombre se afana por la gloria, no por las riquezas. Va orgulloso de sus armas, no de sus muebles. Se adorna con la honestidad, no con los vestidos. Y no echa cuenta de cómo hablar, sino de actuar con coraje. En esto recae el valor de un hombre. Y la nobleza nace del valor.
 
Yo creo que ante Roma somos todos ciudadanos, y nos distinguimos por el mérito, no por el apellido. Iguales, como los Espartanos, aristócratas verdaderos. El pueblo era su nobleza, fundamentada en el valor de los individuos, para el bien de todos. ¡Qué miserable espectáculo ofrece hoy la nobleza romana, oh, Quirites! Ninguna gloria, aparte de la de los antepasados. Una vida de ocio y lujuria, arrogancia e ignavia, corrupción y depravación.
 
Yugurta, prisionero en Roma, los ha cubierto de dones, y ellos lo han dejado partir libre e incólume. Aquella fiera astuta y feroz, que había masacrado a tantos de nuestros hermanos en Cirta. Y cuando les hemos obligado a hacer de nuevo la guerra contra él, se han vuelto a dejar sobornar.
 
Ni una victoria, ni una verdadera batalla. Avidez, inercia, fuga... ¡Han ensuciado el Honor de Roma! No podemos tolerar más este comercio infame que los nobles hacen de las armas y las banderas. Porque es al ejército al que hablan nuestros dioses, al pueblo en armas. Y si los nobles se han quedado sordos… ¡Entonces el pueblo en armas creará nuevos comandantes, nuevos nobles, que estén a su altura!
 
Esta guerra se hará hasta el final, y se vencerá. Se encargará el pueblo romano. Los nobles que continúen tejiendo sus intrigas togadas, que del enemigo armado nos encargaremos nosotros. Que continúen peleándose por cargos y terrenos, que de combatir al enemigo nos encargaremos nosotros. Que continúen corriendo tras las mujeres, fiestas y banquetes, que de perseguir al enemigo nos encargaremos nosotros. Los nobles aman la paz, y nosotros nos quedamos con la guerra.
 
Venzámosla, y recojamos los frutos también en la Patria. Derrotaremos al enemigo externo y, al mismo tiempo, al interno. Destrozaremos a Yugurta primero, y el poder de estos nobles corruptos inmediatamente después.
 
Jóvenes: ¡alistaos conmigo! Os prometo un duro adiestramiento, fatiga sin fin y una guerra áspera. Pero estaré allí con vosotros, en todo momento, en el campo, en las marchas y en las batallas. Los mismos ejercicios, el mismo rancho, el mismo jergón en la tierra. Vivo así desde que era niño, fatigas y peligros son mi oficio.
 
A cambio os daré la victoria, que será del pueblo, no del senado. ¡Tomad la guerra en mano, jóvenes de Roma, y cuando volvamos tomaremos el Estado!”
 
(Extracto de la sección Res Gestae, de Area, revista digital de cultura de la derecha social italiana)

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