Sorprendente conclusión de un economista inglés

La revolución industrial fue cuestión de genes

Todo el mundo sabe que la Revolución Industrial del siglo XIX se debió a inventos como la locomotora o la tejedora automática. Pero ¿por qué sucedió en ese momento? Según un profesor británico, fue un largo proceso que se incubó durante siglos y que se basó en la supervivencia de los hijos de los más ricos. ¿Y por qué eran ricos? Porque practicaban tres hábitos: trabajo duro, paciencia, y convivencia pacífica. Eso les permitió alfabetizarse y cultivarse. Al extenderse los genes con esos valores, todo un pueblo estaba preparado para aceptar la mecanización. He aquí su análisis.

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CARLOS SALAS
 
¿Genes? ¿Ricos? ¿Triunfadores? ¿Ahorro? ¿Convivencia? ¿Selección de los más aptos? El economista británico Gregory Clark (trabaja en la Universidad de California) utiliza esos términos para dibujar su idea de la Revolución Industrial. La Revolución Industrial no debió su éxito a colosales inventos como la locomotora de vapor o la tejedora automática, sino que esos inventos debieron su éxito a que los británicos los aceptaron en masa. ¿Y no es lo mismo?
 
Según el libro que acaba de publicar Clark (A farewell to alms, que se podría traducir libremente como “Adiós a las limosnas”), afirma que esos inventos fueron aceptados por los británicos, e introducidos rápidamente en su sistema económico, porque había un estado espiritual abierto a esas novedades. Y ese estado de ánimo se debía a que durante siglos se extendió el genoma de los ricos, así como sus valores.
 
Los ricos lloran menos
 
Su explicación es más o menos la siguiente: tanto los ricos como los pobres han tenido desde la Edad Media muchos hijos. Sin embargo, se producía una trampa malthusiana: como la productividad era escasa debido al bajo desarrollo técnico, cualquier incremento de la población repercutía negativamente en la subsistencia de las familias. Es decir, morían niños por inanición o por enfermedad.
 
Según el economista británico Malthus, llegaría un momento en que el incremento geométrico de la población, no iría paralelo con el crecimiento de los alimentos ni de la agricultura, de modo que sólo sobrevivirían los más aptos. Clark añade aquí su reflexión: ¿quiénes sobrevivieron? Pues aquellos que trabajaban duramente, que ahorraban para el futuro, que eran pacientes y que desplegaron dotes pacíficas basadas en la colaboración. Eso les permitió ser ricos, y los hijos de estas familias sobrevivían. Además, recibían una mejor educación y poco a poco, estos genes se iban extendiendo desde las clases más elevadas a las menos, por simple desplazamiento demográfico.
 
Para demostrar que se desplegaron cualidades ahorrativas, Clark aporta el dato siguiente: desde el año 1200 hasta el 1800 (antesala de la Revolución Industrial), los tipos de interés en Gran Bretaña fueron reduciéndose progresivamente. Ya se sabe que lo que eleva los precios es el consumo excesivo o masivo; en cambio, el ahorro reduce los tipos.
 
“El triunfo del capitalismo en el mundo moderno puede haberse debido tanto a nuestros genes como a nuestra ideología o racionalidad”, afirma Clark. Y si la Revolución Industrial explotó en Gran Bretaña y no en las populosas China o Japón se debió, dice Clark, a que las dinastías chinas, o los nobles japoneses (los ricos), tenían pocos hijos.
 
Bondades de las familias numerosas
 
Para demostrar que los hijos de los ricos británicos sobrevivían y conservaban el patrimonio heredado, Clark aporta el siguiente dato curioso: estudiando los testamentos de 2.000 familias ricas británicas en los siglos anteriores a la Revolución Industrial, se comprueba que los pater familias dejaban su patrimonio a una prole numerosa.
 
Dado que las sociedades preindustriales estaban sometidas a la “trampa malthusiana” (el aumento de las cosechas no compensaba al aumento demográfico), los únicos que podían pasar sus genes al porvenir eran los más ricos, según ya había afirmado Charles Darwin.
 
Clark además expone que las familias ricas también eran menos violentas, con lo cual aseguraban su descendencia. Pone como ejemplo a los yanomamos del Amazonas, donde los que mataban a más congéneres eran los que tenían más hijos. En cambio, en las sociedades agrícolas, el éxito reproductivo recaía en los menos violentos. Además, estas sociedades más pacíficas se ocuparon de cultivarse intelectualmente, de modo que estos cambios de comportamiento, y no de las instituciones, fueron los que hicieron evolucionar a la sociedad. Estaban mentalmente mejor preparados para aceptar innovaciones.
 
Como punto final, Clark añade un comentario pesimista: a pesar de nuestro poderío material, larga vida y menos desigualdades, no somos más felices que los antiguos cazadores-recolectores.
 
Actualmente, el profesor Clark está dirigiendo una serie de estudios para confirmar sus hipótesis: ha pedido la colaboración de los británicos para que les suministren en la medida de lo posible los testamentos de sus ancestros entre 1450 y 1914.

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