Cuatro lenguas nacidas en Europa han viajado por el mundo al servicio de hablantes de lenguas precolombinas, africanas y oceánicas y llegado a ser oficiales en la independencia de los nuevos países. No se trató de imposición, ni de obligación, ni de coacción, ni de escolarización obligatoria, ni de exigencia para el funcionariado, ni de marginación de hablantes, sino de códigos útiles de comunicación para el desarrollo cultural. América, África, Este asiático y Oceanía hablan hoy inglés, español, francés o portugués.
Podría haber viajado el catalán, si hubieran sido sus hablantes los que se aventuraron por el mundo; o el noruego, si los vikingos hubieran perpetuado sus aventuras; o el holandés, si se hubiera mantenido su dominio de los mares; o el ruso si hubieran tenido una fácil salida por el mar, pero no, por circunstancias históricas, que no lingüísticas, las lenguas viajeras nacieron en Bretaña, Galicia, Castilla y el norte de Francia.
En América, los hablantes de lenguas indígenas añadieron el español o el portugués o el inglés, que les ayudó en el desarrollo cultural. Quedan activas unas seiscientas en boca de unos 25 millones de ambilingües. La más hablada, el quechua, alcanza los ocho millones. Con muchos menos cuenta el náhuatl, lengua del pueblo azteca, el quiché, lengua del pueblo maya, y el aimara, lengua del pueblo del mismo nombre. Gracias a esas circunstancias América es hoy el continente más monolingüe. Al menos 300 millones de norteamericanos (Estados Unidos y Canadá) hablan solo inglés (muchos menos solo francés) y unos 500 millones, español o portugués.
África, sin embargo, es continente políglota, sin que eso signifique ser más inteligentes que los monolingües anglófonos o francófonos. He oído decir en Cataluña que mejor conocer dos lenguas que una. Y eso es verdad siempre que las dos sean útiles y la segunda aporte una dimensión cultural en un nuevo territorio. En Cataluña nada de eso sucede porque monolingües y ambilingües de castellano y catalán comparten cultura y espacio. En África encontramos hablantes monolingües en las tribus más aisladas. En busca del entendimiento, los africanos aprenden, con enseñanza académica o sin ella, una de las cuatro lenguas europeas ya rodadas.
Las más de mil lenguas africanas oriundas desarrollaron una cultura ágrafa o poco escrita que ha sido eclipsada por el aporte cultural europeo. Hay lenguas que cuentan con decenas de millones de hablantes, entre ellas el árabe, si sumamos sus dialectos y también el suajili, el hausa o el yoruba. Estos hablantes conocen casi siempre la lengua de su tribu además de la de la ciudad donde residen, y también una de esas cuatro lenguas europeas. Una vez más no fue imposición, pues las lenguas no se aprenden a la fuerza, sino una tendencia natural.
El francés arraiga en los países del norte. Es ampliamente utilizado en Marruecos, Argelia, Mauritania y Túnez. Se extiende igualmente en los países colonizados por Francia o Bélgica, al este y centro del continente. El inglés ocupa la zona este y sur del continente. El portugués Angola, Mozambique, Cabo Verde y Guinea-Bissau. El español es lengua de la República de Guinea Ecuatorial (junto al portugués y francés), del Sahara Occidental y sigue en boca de los habitantes de la República Árabe Saharaui Democrática, que lo hablan en la provincia de Tinduf, Argelia, en los campos de refugiados. Se mantiene en territorios del antiguo protectorado español de Marruecos como Rif, Ifni y Tarfaya.
En el Ese asiático podrían haber aprovechado la fuerza cultural del mandarín, pero la lengua china no viaja. Por eso el inglés sirvió como lengua de apoyo a quienes hablaban hindi y otras lenguas de la India, Pakistán, Bangladés, Nepal y otros países
Es fácil exponer, aunque parezca difícil de entender, que Oceanía, que cuenta con más de mil lenguas, sea el continente de una sola, y alguna más de menor entidad. La vida aislada en tribus favoreció la fragmentación, pero la llegada del inglés, lengua rica en usos, en léxico, en tradición cultural y en textos escritos, contribuyó a la unidad. Toda Australia habla inglés. Nueva Zelanda cuenta con poblaciones minoritarias de maorí, pero también ambilingües con el inglés. Papúa Nueva Guinea tiene la mayor concentración de lenguas del mundo, unas 900, casi todas preparadas para la desaparición, pero también con la mayor tendencia a la unificación anglófona. La diversidad de lenguas maternas se ha multiplicado por la geografía de la isla, que facilita la dispersión que predispuso a sus pueblos nativos al aislacionismo. Para entenderse entre ellos se ha desarrollado un pidgin o lengua simplificada de estructuras muy simples, creada y usada para facilitar el comercio, el tok pisin, sin gramática estable que combina rasgos fonéticos y morfológicos de una lengua propia con las unidades léxicas del inglés.
Miles de lenguas dejan poco a poco de ser usadas por hablantes ambilingües que conservan la más útil y abandonan la de sus antepasados, que ya no aprenden sus descendientes. Se limitan estos a cubrir las necesidades de comunicación con una sola.
La humanidad se apropia de aquello que necesita, y abandona lo que ya no sirve por muy interesante que sea la conservación de las lenguas para la antropología lingüística. La historia de las lenguas ha sido de manera constante la aceptación de una nueva lengua por un grupo que hablaba otra de menor utilidad para la nueva situación creada.
Las lenguas no se conservan como las catedrales porque son cambiantes, vivas, itinerantes. Si no se hablan, mueren.
La comunicación proporciona seguridad, y con ello bienestar y prosperidad, siempre que se utilice el instrumento necesario, la lengua común. Entenderse reconforta, facilita la convivencia. La imposición, sin embargo, contraria a las leyes naturales, no funciona. Y si la humanidad unifica sus conocimientos de lenguas para entenderse, las que contribuyen a ello son cuatro lenguas nacidas en Europa, dos en España, español en Cantabria y portugués en Galicia, una en el norte de Francia y otra en Bretaña.