Bajo el título Ideología de género y democracia líquida: retos metapolíticos en tiempos de Vox, nuestro periódico organiza un Coloquio que contará con la participación de:
- José Javier Esparza
- Javier R. Portella
- François Bousquet
F. Bousquet, redactor jefe de Éléments, icónica revista de la Nouvelle Droite francesa, es autor de El puto san Foucault. Arqueología de un fetiche, libro recientemente publicado por Ediciones Insólitas e íntimamente relacionado con el tema del Coloquio.
Será también una excelente ocasión para todos los lectores y amigos de El Manifiesto de pasar de "lo virtual" a "lo real".¡Contamos con vosotros!
Viernes, 17 de mayo de 2019 – 19:30 h
c/ Ayala, 35 – Madrid
El camelo y la pulsión de muerte
Prólogo de Javier R. Portella al libro de François Bousquet
El puto san Foucault. Arqueología de un fetiche
¿Así que lo que mueve el mundo es la economía? ¿Así que el afán por tener y poseer es lo que configura el orden de las cosas? ¿De verdad? ¡Imbéciles! Como si las ideas, como si la imaginación —incluso la que se vuelve delirante—, como si el espíritu, en fin, no estuvieran ahí, presidiéndolo todo. Incluso cuando el espíritu se marchita, incluso cuando los pobres de espíritu lo ponen en la picota.
Mirad, si no, lo que ocurre en nuestro mundo; mirad ese delirio —ideología de género, lo llaman— que lo intenta trastocar todo. Y mirad lo que sobre sus orígenes filosóficos —por indirectos que sean— nos cuenta aquí François Bousquet. Se acomodan muy bien, es cierto, el liberalismo y el libertarismo (llamemos así a ese izquierdismo que, habiendo abandonado la imposible lucha de clases, la ha sustituido por la lucha de sexos). Refocilan en el mismo catre el capitalismo y ese izquierdismo… asexual en el fondo, antisexual incluso, explica Bousquet refiriéndose a las prédicas del gurú que estudia en este libro. Refocilan juntos —pero no los mueve en absoluto el mismo afán.
Claro que le importa el dinero (¡y cómo!) a ese izquierdismo feministoide al que denominamos libertario. Pero contrariamente a los oligarcas puros y duros, no es la sed de dinero lo que lo impulsa. Lo que mueve a militantes y militantas, miembros y miembras, intelectuales e intelectualas, periodistas y periodistos… son sentimientos, ideas, imágenes, fantasías —“fantasmas”, se dice en francés.
Y no, no es por generación espontánea por lo que ven la luz (o las tinieblas) dichos fantasmas. Es por generación intelectual.
Son intelectuales (“0rgánicos”, dicen los marxistas) quienes propulsan el nuevo imaginario, quienes dan contenido al caldo de cultivo en el que bañan las nuevas ideas. Lo hacen, eso sí, después de que ellos mismos las hayan husmeado en el aire del tiempo: ese aire que respiran y fomentan a la vez. Como otros lo respiraron y fomentaron a su manera —filósofos de la Ilustración es su nombre— cuando el mundo, allá en la encrucijada de los siglos xviii y xix, se desacralizó y vulgarizó.
Siempre ha sido y siempre será así: cuando nuevas ideas, nuevos sentimientos, nuevos fantasmas irrumpen transformando al mundo —o intentándolo, pues en el caso actual la resistencia ya ha empezado y las cosas aún no están en absoluto decididas. Ahora bien, si no es nada novedoso el que un pensamiento marque un momento histórico, sí lo es —subraya Bousquet— que lo haga con la intensidad que caracteriza al pensamiento de Foucault, y junto con él al de los Derrida, Bataille, Blanchot, Deleuze, Guattari y demás integrantes de la French Theory.
¿Una teoría? ¿Una filosofía?... ¿O una impostura, “un camelo”, como dice Bousquet? ¿Un camelo como el que hizo que Alan Sokal ridiculizara al conjunto de la French Theory?[1] Es imposible no preguntárselo cuando uno ve ese “gran delirio de indiferenciación y de cosificación” en que consiste, explica Bousquet, el pensamiento de Foucault. Imposible no preguntárselo ante una obra que ve en el loco y en el preso —en el desviante— el paradigma mismo de “lo bueno, lo justo y lo bello” (como se decía otrora), a la vez que considera el crimen —escribe Foucault— como una “brillante protesta de la individualidad humana”.
“¿La verdad? ¡Una ficción! —exclama Bousquet condensando todo el espíritu de su autor— ¿El hombre? ¡Un espejismo! ¿Las normas sociales? ¡Una camisa de fuerza!” Y concluye: “la norma última: la norma de la ausencia de normas, la norma de lo anormal”.
Hay que burlarse, reírse de tanta pulsión de muerte. Pero tomándola muy en serio. Como la muy seria amenaza que pesa sobre nosotros.
¿Qué sentido tiene entonces indagar el sentido de un pensamiento para el que, nos dice este libro, “es inútil buscar un sentido”? ¿Qué sentido tiene tratar de buscar el sentido de un pensamiento para el que sólo hay —son palabras del propio Foucault— “una especie de efecto de superficie, un brillo, una espuma”?
Tiene todo el sentido del mundo. La “espuma” encontrada será todo lo vacua que se quiera; el conjunto del planteamiento, una “bufonada”, “un camelo” tan considerable como lo es, por su parte, el “arte” contemporáneo (las comillas son de rigor). Espuma y camelo, sí, pero altamente influyentes, aterradoramente significativos. Y lo peor, espuma y camelo con ínfulas instituyentes: es en torno a ellos como está tratando de instituirse todo un mundo —así sea in-mundo, así sea la negación misma del mundo.
Hay que burlarse, sí, hay que reírse de tanta pulsión de muerte como anida en semejante pensamiento. Pero tomándolo muy en serio. Tomándolo como la muy seria amenaza que pesa sobre nosotros y sobre el ser mismo del hombre: ese ser —dice un complacido Foucault— “cuyo rostro se borra como arena a la orilla del mar”.
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