Proseguimos hoy con la segunda y última entrega del artículo sobre el pensamiento de Parménides enfocado desde las cuestiones planteadas por Ortega.
3.2 – Parménides, descubridor
Para Ortega, Parménides fue:
“… el primer hombre que advirtió que había eso que se llama “pensamiento”. “El descubrimiento del mundo de los conceptos produjo a Parménides una emoción de talla religiosa. Porque frente al mundo aparente que los sentidos presentan –que es variación incesante y en todas direcciones, donde nada es tranquila y claramente lo que es sino está hecho de confusión, mundo que la mente y con ella el hombre no puede reposar ni hacer pie– se encontró con que ingresaba en un mundo como divino, el de los conceptos, en que lo que es no es sino lo que es con toda precisión y sin mezcla y siempre lo mismo –por tanto, un mundo, en suma, sustancialmente inteligible. Claro –como que los conceptos son la obra del propio intelecto o razón pura.”
Parménides y Heráclito son los dos primeros hombres “que caen en la cuenta de que además del mundo de las cosas que nos presentan los sentidos hay en un extraño dentro que el hombre lleva consigo el mundo de los conceptos.”
La filosofía comienza con él:
“… el primer hombre que se pone a hablar del Ente frente a los que hablaban de los Dioses y los que hablaban de la physis, como los naturalistas de Jonia. Siempre los hombres habían buscado, tras las apariencias, ilusiones y errores, la auténtica Realidad. En cuanto emprendía una vez más esa pesquisa, Parménides no hacía nada nuevo. Lo nuevo era aquello que creía haber encontrado como auténtica Realidad, a saber: el Ente. Por Ente entiende Parménides aquello que propiamente, verdaderamente, es. Pero esto, sin más, no nos ilumina. Para el mitólogo, para el teólogo órfico, los Dioses son también lo que es. Para el naturalista jónico, el agua, o la materia indeterminada, o el fuego, es lo que propiamente es bajo la multiforme apariencia de las cosas. Contra todas estas opiniones cierra Parménides en tono, por cierto, sobremanera violento; juzga que nada de eso es propiamente, sino impropiamente. Si buscamos lo que propiamente es, lo hallaremos solo en algo que coincida de modo exacto con la significación “es”. Ahora bien, esta rechaza de sí todo lo que signifique, paladina o implícitamente, “no ser”. Solo es lo que es, y de lo que no es solo podemos decir que no es. De este modo habremos hablando, habremos pensado exactamente. Esta es la efectiva innovación de Parménides: el descubrimiento de que hay un modo de pensar exacto frente a innumerables otros que no lo son, aunque puedan ser probables, persuasivos, plausibles o sugerentes. Este pensar exacto consiste en que el pensamiento se vuelve de espaldas a las cosas y se atiene a sí mismo, es decir, a las significaciones, ideas o conceptos que las palabras expresan.”
Parménides descubre el pensar lógico:
“El concepto o logos –lo pensado, tay y como es pensado– tiene una consistencia precisa y única: “ser” es ser, y nada más que ser, sin mezcla de “no ser”. Ello trae consigo que las relaciones entre los conceptos son rígidas, esto es, rigorosas, y por lo mismo se imponen a la mente con un carácter de necesidad que no posee ninguno de los otros modos de pensar. Este pensar exacto, que se atiene a sus propios “pensados” o conceptos, es el pensar lógico o puro que llamaremos logismo. Lo más impresionante de él es que, al ejercitarlo, el hombre no se siente libre de pensar así o de otro modo, sino que se siente forzado por un poder extraño e inexorable a pensar así y no de otro modo. En el estrato de la mitología helénica donde radican las partes más modernas de la Ilíada, aparece ya laAnánke, la Necesidad, como el poder sumo que gravita y manda sobre los mismos Dioses.
“Pero esa Ananke mítica era un poder misterioso y trascendente, como todo lo divino, invisible, oculto. Inténtese imaginar la emoción arrebatadora que sintió Parménides al descubrir que dentro de sí mismo realizaba la Necesidad su epifanía, que se hacía patente en la forma de pensar exacto, y, porque exacto, necesitativo o anánkico. Por ello, es el vocablo Ananke uno de los que más se repiten en su poema. La acumulación de expresiones místicas en el comienzo del poema nos manifiesta aquella emoción extática.”
Así pues, un poeta descubre el pensar exacto.
3.3.- Un decreto milenario
Parménides encuentra que la única realidad del universo que consiste en identidad es el pensamiento: “Todo lo demás cambia, varía, fluye –más o menos, más pronto o más tarde. Pero cuando pienso “blancura” pienso solo blancura y esa blancura pensada, en cuanto pensada, esto es, en cuanto concepto de blancura es invariable (…) Todo concepto es, pues, identidad, diríamos, que está hecho de la materia identidad”.
Pero también cree el ilustre ciudadano de Elea que ese pensar lógico no es sino la proyección de la realidad sobre la mente humana:
“Cada cual tiene sus opiniones distintas de las del prójimo. Pero el logismo, merced a su carácter necesitativo, es idéntico en todos los hombres. No es, pues, un pensar proveniente del individuo, aun cuando en él acontezca Que el logos es el pensar “común” frente al privado, es una de las pocas cosas en que coinciden los dos grandes contemporáneos y antagonistas Parménides y Heráclito. En el logismo desaparece la subjetividad del individuo, y queda de ella solo la pura aptitud genérica de receptor. Parménides ve el pensar lógico como una efectiva penetración de la Realidad –se entiende, la auténtica en el hombre. Deja así el pensar de ser algo subjetivo, y es más bien una desubjetivación del hombre, porque es la revelación en él de la Realidad misma. Ahora bien, revelación es una de las palabras que mejor traducen lo que él y Platón, y Aristóteles llamaron alétheia o verdad.”
Sin embargo, lo que realmente hace Parménides es exigir a lo Real que sea lógico:
“Parménides proyecta sobre la Realidad los caracteres del pensar lógico (…) De aquí una dualidad radical en el modo de pensar griego, que va a heredar la filosofía posterior, dualidad consistente en que al preguntarse qué es algo, y eminentemente, al preguntarse qué es lo Real, qué es el Ente, se exige por anticipado que posea los atributos del logos o concepto, se reclama de ello que posea la perfección peculiar a la idea que es – o pretende ser– la exactitud. Es, pues, a la vez Realidad e Ideal de una realidad, y es aquello porque es esto. Cuando un siglo después aparezca en Platón como lo que propiamente es la Idea, y ostente ésta como una de sus potencias el don de la ejemplaridad, de ser modelo para las cosas del mundo sensible que propiamente no son, no hace con ello sino verter fuera de sí su condición constitutiva. La Idea, en efecto, es porque es como hay que ser para ser ejemplarmente –ὄντως ὄν.La noción de Ser lleva siempre en el griego una connotación de ideal, de suerte que para él conocer es, sin que lo advierta, un pensar que idealiza, que inventa perfecciones.” Añade Ortega que esta idealización de lo Real proyecta en este la perfección lógica, que en el griego tiene también otra dimensión ética y estética.
Y entre esos conceptos, el principal es el del ser mismo. Este, como cualquier otro concepto, “excluye lo que no es él mismo –escupe de sí el no-ser. Como lo blanco lo no blanco.”
La consecuencia que Parménides extrae “y que frívolamente entendida parece una perogrullada” es que “solo es el ser y el no-ser no es. ¿Por qué? Porque el no-ser no se puede pensar como siendo – es una contradicción. Lo cual significa nada menos que esto: solo es lícito considerar como real lo que se rige según la ley del pensamiento. En el comportamiento íntimo del intelecto tenemos la clave de la realidad. Él es y no la observación de los sentidos “la vía”, el camino, el método –por vez primera aparece este término que va a acompañar indisolublemente a toda la historia de la filosofía –el pensamiento es el método o vía que nos lleva a descubrir la auténtica realidad. Y como el intelecto, el concepto consiste en identidad también el ser, lo real, consistirá en identidad”.
El Ser de Parménides es uno, inmóvil, inmutable, eterno:
“Para los griegos, “ser” significaba la realidad fija, dada de una vez para siempre, permanente –desde Parménides, los griegos piensan con el término “ser” la gran quietud. No se olvide que nuestro vocablo “ser” viene de “sedere”, estar sentado. Estos caracteres del ser, de lo real por excelencia eran expresados por el término Ούσία, sustancia. La sustancia es lo, en última instancia idéntico a sí mismo, la quietud ontológica”.
Observamos así que el Ente, que no es una divinidad, posee sin embargo atributos de ella. Recordemos a Kingsley: la quietud aterraba y a la vez hechizaba a los griegos (mysterium tremendum, mysterium fascinans …).
Parménides busca la quietud con un anhelo tal que reduce el cambio y el movimiento a ilusión de los sentidos. Se recluye en la razón y, atendiendo solo a las exigencias de esta, decide de antemano que la verdadera realidad tendrá que ser lo que la razón establezca:
“Los griegos –salvo Heráclito, que no llegó tampoco a pensarlo, pero sí a admitirlo– los griegos sintieron vértigo ante la idea del movimiento y prefirieron negarlo”, afirma Ortega.
Anhelo, vértigo, afán de quietud… son pasiones, deseos, voluntad de ser; en suma, lo irracional en la historia de la filosofía.
En su búsqueda de la quietud, Parménides “intelectualiza” el ser y con esta resolución “ha acuñado tres mil años de historia humana. La doctrina del ser como tal –la onto-logía– va a ser hasta la fecha la doctrina del ser como identidad –ontología eleática”.
De eso discutía con sus amigos:
“Todavía en estos años, mi compañero de estudios, grande amigo y desde años una de las dos o tres figuras más salientes de la filosofía alemana (…) Nicolai Hartmann, sitúa en el centro de la ontología y subraya, como cuando más se haya subrayado, que la posibilidad del conocimiento depende de una afinidad por lo menos parcial entre el ser y el pensar.”
Pero esta afirmación no está demostrada: “Ningún poder mágico o divino nos ha garantizado que lo real sea pensable, que podamos en efecto, conocerlo. (…) Es igualmente arbitrario suponer que para que se inteligible una cosa es preciso que sea como el intelecto. Más aún: debería ya, a limine, sospecharse que el problema del conocimiento radica en que lo a conocer sea radicalmente distinto del instrumento con que se lo va a conocer. Si no, conocer no tendría gracia. La gracia está en que, siendo lo real extranjero por completo al intelecto o razón pura, logre el hombre penetrar en él; en que siendo la realidad lo opaco, consiga encender luces dentro de ella y hacerlo transparente, y perlúcido”.
El extremista Parménides afirma que “solo es real lo que es racional o pensable y solo es pensable lo que no incluye cambio, lo que es idéntico –niega la realidad de los cambios, del movimiento, de la pluralidad (…) la realidad de lo que nos rodea, la realidad de las cosas. Pero no basta con negar –es menester aclarar qué es, no obstante, ese mundo de no-seres que nos rodean. Aunque fuese una ilusión habría que explicar la ilusión, cosa que, claro está, no hicieron ni pudieron hacer Parménides ni sus discípulos”.
El legislador de Elea proyecta la ley del intelecto –de la identidad– sobre el ser sin justificación ni garantía; porque sí. De manera que el supuesto en que funda todo lo demás:
“es […] irracional –es simplemente una creencia en que el hombre griego del siglo VII estaba y en la cual, por influjo magistral y tiránico de Grecia, ha seguido estando hasta el día el hombre occidental”.
Cuando Stephen Hawking declaraba hace unas semanas que “no hay ningún aspecto de la realidad fuera del alcance de la mente humana”, ¿no está diciendo, de forma más tosca, lo mismo que Hartmann? ¿Qué pruebas tiene para afirmar eso?
Ortega cree, por el contrario, que la realidad es ilógica:
“Lo que pensamos no es nunca la realidad- porque lo que pensamos es lógico y la realidad es ilógica.” “Conocer es arreglárnoslas con todos los medios que poseamos y el principal es la inteligencia, para adaptarnos y, especialmente, adaptar el uso de esta a la realidad. (…) La verdadera tarea empieza cuando el pensamiento se ocupa en adaptar la lógica, que es la inteligencia, a lo ilógico que es la realidad.”
Pero el eleatismo ha sido fecundo y fue necesario:
“Necesario, porque el hombre no tenía [en los siglos pasados, muchos menos en aquellos primeros de Grecia y en los medievales], destrezas de la técnica intelectual que le permitiesen la superfina especialización de desintelectualizar el pensamiento, Porque eso, nada menos, hay que hacer –pero entiéndase bien: hay que desintelectualizar al intelecto, no al hombre. Fecundo fue el (…) eleatismo cognoscitivo porque tomada la realidad, sobre todo, la que se nos presenta a los sentidos, la física, en una primera y tosca aproximación, se comporta, en efecto, como si la materia fuese dócil a la ley de identidad. Una mayor precisión, como la que hoy comienza a usar la ciencia física la ha hecho enseguida tropezar con, descubrir lo irracional de la materia. Esta es la verdadera razón de la indeterminación del átomo (…) Pero si empieza a fallar el [eleatismo] en física –hace mucho que falla ante el hombre.”
3.4.- La hesyquía o las raisons du coeur de Parménides
Parménides cree que “hay un ser de las cosas –es decir, que las cosas tienen por sí un comportamiento estable, un orden tras su aparente desorden, en suma, que tienen cada una su “naturaleza”, rerum natura”. Ahora bien, añade Ortega, quien cree esto:
“… no lo cree así, en seco, sino por este o el otro motivo. Noten que no digo “por esta o la otra razón”. Creer algo por o en vista de razones no es constitutivo del hombre. Es solo una motivación peculiarísima del hombre que empieza en Grecia. Como nosotros pertenecemos a ese ciclo histórico allí iniciado, nos parece inconcebible otro modo de ser. Precisamente contra esa específica ingenuidad del hombre occidental va todo esto que digo.
No: creer algo por razones, esto es, por lógica, es específico del hombre racionalista y en una u otra dosis lo es muy esencialmente del hombre clásico y del hombre moderno. Pero hay otros motivos “irracionales” –esto es, ilógicos– para creer algo: por ejemplo experiencias de tipo emocional o las raisons du coeur, pero también experiencias de tipo intelectual aunque no lógico, por ejemplo, la metáfora”.
La filosofía aparece en Grecia cuando se pierde la fe en los dioses:
“El hueco que al irse dejaron tras de las cosas, lo llenó el ser, las esencias, puras entidades inteligibles, por su contextura hermanas de nuestros conceptos. Por eso basta con que el hombre se niegue a reconocer como lo real las cosas que los sentidos nos presentan y recogido en sí mismo se ponga a pensar los puros conceptos y sus puras relaciones –Platón dirá a pensar dialécticamente– para que le aparezcan maravillosamente a la espalda de las cosas la verdadera realidad, el ente según es su verdad.”
“Estamos en pleno conocimiento y en su modo inicial que fue el griego, esto es, la filosofía. A eso que hacían, a ese hermetizarse para lo que los sentidos nos presentan como realidad y tras ello hallar la auténtica latente mediante las puras ideas le llamaron en el primer momento, en su hora natalicia, la más fresca, las más sincera adverar –ἀληθεύειν–, y a su obra o resultado, ἀλήθεια, que significa des-cubrir, quitar un velo o cubridor. “
“En el umbral de la filosofía está el poema de Parménides donde se increpa ferozmente a los hombres y se les llama imbéciles, dicranios, bicéfalos porque piensan meras ficciones y no la verdad dialéctica”.
Pero la fuente de las ideas se halla en lo irracional:
“No se acaba nunca de decir hasta qué punto las cosas que parecen más altas y puramente racionales dependen de hechos caprichosos y originados en la pura irracionalidad. Así, una de las causas que hicieron imposible a los griegos llegar a nuestra física, para la que poseían los más difíciles y exquisitos supuestos, fue la preferencia irracional del hombre griego por la línea circular. (…) Esta manía de lo circular es un hecho bruto, una sinrazón que el griego halla en sí. Luego, claro está, intenta probar que es la línea más perfecta. Ya con Parménides se resuelve a concebir el mundo como una bola y a encontrar el fundamento de las medidas temporales en su carácter cíclico”.
Así lo expresa en el poema:
Y, siendo lo mismo, en lo mismo quedando, yace en sí mismo;
conque firme allí mismo se está; que necesidad poderosa
en las prisiones del cerco lo tiene que todo lo abarca
(Parménides, Fr. 8 D-K, 29-31, versión de Agustín García Calvo)
¿Buscaba Parménides un nuevo camino para acercarse a la divinidad?
En el prólogo a la Historia de la Filosofía de Émile Bréhier, Ortega apunta:
“…hemos relegado con exceso lo que en la filosofía de [Platón y Aristóteles] seguía habiendo de religión. No se discute que la filosofía fue, frente a la religiosidad tradicional, otra cosa; pero hemos exagerado creyendo que, por ello, no había que contar muy formalmente en Platón o en Aristóteles con la perduración de elementos religiosos. No creo que haya ninguna “historia de la filosofía” donde se tome en serio una idea –tan formal en Platón– como la de que filosofar es una homóiosis toû theoû, una “imitación de Dios” en el mismo sentido en que Tomás de Kempis habla de una “imitación de Cristo”. Y, sin embargo, el libro X de la Ética Nicomaquea y el libro XII de la Metafísica lo declaran en tesis solemne donde culmina toda la arquitectura del aristotelismo.”
Aristóteles, en efecto, dice:
“…el entendimiento es algo divino con relación al resto del hombre, la vida propia del entendimiento es una vida divina con relación a la vida ordinaria de la humanidad. Por tanto, no hay que dar oídos a los que aconsejan al hombre que piense tan solo en las cosas humanas, y al ser mortal, que solo piense en las cosas que son mortales como él. Lejos de esto, es preciso que el hombre se inmortalice tanto cuanto sea posible, y que haga un esfuerzo por vivir conforme al principio más noble de todos los que le constituyen.”
3. 5.- “Corazón impertérrito”
Estamos llegando al final. Para completar esta semblanza de Parménides, veamos cómo, según Ortega, formuló aquel su descubrimiento:
“Parménides sobre todo, el primer hombre que ha filosofado, busca en su poema expresiones con que poder patentizar a los demás en qué consiste la nueva vía mental por él descubierta, y entre ellas hay una que me parece magnífica. Para enunciar, de un lado, el inaudito carácter de universalidad o totalidad propio a las tesis que más tarde se llamaron filosóficas y, de otro, el carácter paradójico de esas tesis que las hace dar en rostro a todas las opiniones recibidas y suponen, por lo mismo, coraje en quien se decide a aceptarlas y, más aún, en quien se decide a proclamarlas, Parménides llamará a su disciplina “la verdad rotunda del corazón impertérrito”. (Fr. I D-K, v. 29: Ἀληθείης εὐκυκλέος ἀτρεµὲς ἦτορ).
Para el pensador madrileño, Parménides había perdido la fe en la religión de sus antepasados. Si no, no tiene sentido que se esforzara en descubrir algo tan amplio como aquella pero de contenido tan distinto. Para expresar su enorme hallazgo recurre a un poema teológico- cosmogónico y pone la revelación en boca de una diosa.
En Parménides, añade, “todo es terriblemente serio”. Es “el loco de la Razón” que, “con un radicalismo nunca emparejado nos proporciona la impresión más vivaz, la experiencia drástica de la insensatez que es la Lógica”. El venerable sacerdote y legislador es un “racionalista a cero grados” cuyo descubrimiento de la “fría ciencia y pálida verdad” es “místico, férvido, apasionante y apasionado”.
“Oriundo de una familia prócer y dotado de la monumental confianza en sí mismo que alentaba en estos primeros pensadores, nutrida doblemente por la conciencia de su ser y de su pensar –su aristocrática herencia y la originalidad de su pensamiento–, impone dondequiera respeto con su presencia. Todavía en Platón resuena el recuerdo de esa respetabilidad.”
Y parece que ese recuerdo permaneció vivo en su patria varios siglos más, como sugiere la imponente cabeza de piedra que representa a Parménides descubierta en las ruinas de Elea-Velia en 1968. Kingsley dice que no es un verdadero retrato, sino una figura de rasgos convencionales esculpida en el siglo I d. C., probablemente como parte de un conjunto destinado a conmemorar las tradiciones de la ciudad. Nadie recordaba ya el rostro del famoso antepasado, pero quedaba la memoria de su prestigio. La cabeza expresaba poder y calma, auctoritas y repos.
*
Los textos nos han permitido acercar el oído al corazón del espectro y comprobar que… sí, aún vive. Aún podría despertar.
Hemos entrevisto a un hombre que conoció el pensamiento visionario de nuestros más remotos antepasados y, en su búsqueda personal, descubrió la lógica, el arte de persuadir con argumentos –la dialéctica–; el pensamiento racional.
En 1929, Ortega escribía a Ernst Robert Curtius que es necesario “deshacer una filosofía para mostrar cómo ha sido hecha por el individuo determinado que fue su autor” y destacar lo que tiene “de aventura personal, de contingente deformación del mundo. Solo así, a mi juicio, se descubre el contenido auténtico de los conceptos de un filósofo, porque solo así aparece clara la limitación y relatividad de aquel contenido”.
Pero ese esfuerzo, ¿para qué?
Para que el hombre pueda salir otra vez de sí mismo, entender con su vida las ajenas y “aumentar sus quilates de eternidad”. Como Aristóteles, aunque por distintas razones, Ortega también piensa que el hombre puede eternizarse:
“El hombre puede ir cada vez más tomando posesión de su pasado. (...) es lo que llamo y anuncio desde hace tantos años como aurora de la razón histórica.”
“Se halla, pues, el hombre en posibilidad muy próxima de aumentar gigantescamente sus quilates de “eternidad”. Porque ser eterno no es perdurar, no es haber estado en el pretérito, estar en el presente y seguir estando en el futuro. Eso es solo perpetuarse, perennizarse –una faena, después de todo, fatigosa, porque significa tener que recorrer uno todo el tiempo. Mas eternizarse es lo contrario: es no moverse uno del presente y lograr que pasado y futuro se fatiguen ellos en venir al presente y henchirlo... “
“Ese tener el pasado que es conservarlo (de aquí que lo específicamente humano no es el llamado intelecto, sino la “feliz memoria”) equivale a un ensayo, modestísimo sin duda, pero, al fin, un ensayo de eternidad –porque con ello nos asemejamos un poco a Dios, ya que tener en el presente el pasado es uno de los caracteres de lo eterno”.
BIBLIOGRAFÍA
Peter Kingsley, En los oscuros lugares del saber. Madrid, Atalanta, 2006. Traducción de Carmen Francí.
Los textos de Ortega proceden de las Obras Completas, Madrid,Taurus, 2010, tomos II (p. 819), VI (pp.140, 148, 548-549, 553 ), IX (pp. 130, 194-196, 323, 525, 543-548, 555-556, 637-639, 1061-1064; la nota manuscrita se reproduce en las pp. 1466-1467); Origen y epílogo de la filosofía, México, FCE, 1998 (edición de Paulino Garagorri); Obras Completas, Madrid, Alianza, 1983, tomo VIII (pp. 335-336). El fragmento de la carta a Curtius se publica en el libro de Jordi Gracia José Ortega y Gasset, Madrid,Taurus, 2014, p. 413.
Versiones y comentarios del poema de Parménides: Agustín García Calvo, Lecturas presocráticas, Zamora, Lucina, 1992; Alberto Bernabé, De Tales a Demócrito. Fragmentos presocráticos, Madrid, Alianza, 2001; G.S. Kirk, J.E. Raven y M. Schofield, Los filósofos presocráticos. Historia crítica con selección de textos, Madrid, Gredos, 1987; Sonsoles Alonso Bernal, “Parménides: el poema y su datación”. Ontology Studies, 11, 2011, 297-331. http://www.ontologia.net/studies/2011/alonso_2011.pdf
Declaraciones de Stephen Hawking en El Mundo, 21 de septiembre de 2014.
Aristóteles, Moral a Nicómaco, Libro X, capítulo VII. Traducción de Patricio de Azcárate y prólogo de Luis Castro Nogueira, Madrid, Espasa-Calpe, 1984.