¿Qué pasaría -nos preguntamos- si la Real Academia Española pudiera y decidiera ordenar y sufragar los gastos necesarios para hacer que la empresa ucraniana del masivo y popular WhatsApp (“guasá” en español) ahora en manos de la norteamericana Facebook, no pudiera usarse de manera alguna sin que cualquier cosa escrita por el usuario de tal aplicación, no estuviera correctamente escrita; es decir, no gozase del visto bueno que la modificación introducida nos diera una vez revisado el texto?
No parece que sea pedir un imposible. Al fin y al cabo sería como lo que ocurre ahora sólo que sin permitir incorrección lingüística alguna. O dicho de otro modo, sería como educar a la población en el uso del idioma español con el simple acicate de usar una aplicación de comunicación telefónica gratuitamente.
Hoy, por tanto, proponemos a nuestros jóvenes emprendedores que hagan del WhatsApp (“guasá” en español) una aplicación heroica y la pongan al servicio de la recuperación del idioma español y del lastimoso estado en el que las últimas generaciones lo han dejado postrado.
Aplicaciones como: Viver, Messenger, Line, Facebook, Twitter y sobre todo WhatsApp- quizá la más popular de todas ellas-, son utilizadas masiva y gratuitamente -con la voz cuando se dispone de conexión inalámbrica a internet, y con el dedito cuando la agilidad va más rápida que el cerebro- con tal suerte que el idioma español agoniza cada día y ve ante si la desaparición de su estructura gramatical sin que los académicos de la lengua cesen en sus sillones, en sus atribuciones ni en sus remuneraciones.
A través de estas aplicaciones, y del uso que la gente les da, puede verse con toda claridad hasta qué punto llega el analfabetismo del usuario y el deterioro escrito del idioma, aún mayor que el hablado, sin que nadie se despeine por ello.
Así, después de esa corrección en el sistema de esas aplicaciones ya no sería posible escribir “xq” en sustitución de “por qué”; ni “tq” en sustitución de “te quiero”, ni el signo “+” en sustitución de “mas o más”; “n” en sustitución de “en”; y la “k” en sustitución de “q”, o la “x” por la “ch”. O no utilizar las mayúsculas en los nombres propios y nada de puntos y comas. Y tampoco nada que tenga que ver con una sintaxis aceptable. Ni sería posible enviar el dibujito de una cara para expresar alegría o sorpresa sino que se verían obligados a expresar esas emociones con oraciones estructuradas y adecuadas.
Pretendemos, es un decir, que esa aplicación gratuita y otras similares, sigan siéndolo en España, pero de tal forma que al usarla sea imposible cometer ni una sola falta de ortografía, abreviatura incorrecta o sintaxis mal estructurada. Nuestro propósito es hacer algo bueno por algo que lo necesita con urgencia cada día más, so pena de terminar teniendo conversaciones a través de gruñidos, toses y suspiros, o trasmitir mensajes onomatopéyicos y con ruidos al raspar con las uñas paredes y objetos.
Otras aplicaciones telefónicas e informáticas similares, utilizadas a diario por usuarios de teléfonos móviles y televisiones “inteligentes”, comprueban cada día que sus gustos y datos personales son sustraídos al descuido o sibilinamente por el propio software de sus aparatos.
Desearíamos que el software del WhatsApp “guasá” obligase a los usuarios a valorar y proteger el idioma que les es propio en vez de contribuir a hacerlo desaparecer de la manera más empobrecida e indigna.
No es poca gente (nos da lo mismo si sólo fuese una persona) la que se pregunta hasta dónde va a llegar, no ya el deterioro, sino la degeneración escrita y hablada del idioma castellano.
Basta con que dos españoles se pongan a “hablar” entre sí en la calle, en Mercadona, o en el bar, para comprobar en el acto, que más que utilizar un idioma de forma comprensible y correcta, éste es subvertido y destrozado con cada palabra, con cada frase, y eso sin que al final se haya dicho nada razonadamente interpretable.
Tanto es así que muchos españoles (y aunque fuese sólo uno) aquellos a quienes no les parece bien contribuir a la pérdida de una gramática brillante -como lo fue en tiempos pasados- se preguntan si no hay autoridad alguna en España que haga algo por cuidar el idioma y protegerlo. Todo parece indicar que, en efecto, no hay autoridad ni institución que lo haga o lo vaya a hacer.
Es más, en tiempos del fatuo presidente Zapatero se llegó incluso a convertir en delito el buen uso del idioma español. En efecto, poner un anuncio de trabajo en el periódico solicitando “operario” supone un delito de apología racista, ya que según la ley, atenta contra el sexo femenino. Las instituciones del gobierno, al parecer, no tienen por qué entender de gramática ni saber que el término “operario” es de género neutro y engloba a los dos sexos.
No revelamos nada nuevo al decir esto ya que otros muchos han denunciado y hablado públicamente del desastre que supone el mero uso de nuestra lengua en boca de españoles, pero siempre, sin que esas denuncias hayan obtenido el menor eco o reconocimiento, ni entre las sencillas gentes del pueblo ni entre las altas instituciones del Estado. De tal manera que es probable que terminemos comunicándonos de la manera arriba señalada, esto es, a través de ruidos, internos y externos, o de gestos y piruetas o Dios sabe qué.
Voces públicas untadas en densa gelatina democrática, argumentan que no se puede obligar a nadie a que conozca su propio idioma ni a que haga un uso correcto de él. Dicen incluso que bienvenido sea el argot (o lo que sea) que usan los jóvenes cuando “escriben” -es un decir- los mensajes en sus teléfonos móviles o en los correos de internet. Ser incapaz de expresar una idea (si se tuviera), al parecer, es señal de riqueza cultural en nuestra moderna sociedad, avanzada y progresista como ella sola.
A nosotros se nos ha ocurrido esta idea una noche de mucho frío, y la damos a conocer, por primera vez aquí y sin que sirva de precedente. Lo hacemos con la intención de resolver, de una vez por todas y de forma eficaz, esta vergonzosa utilización de la lengua castellana que los españoles hacen de su propio idioma cada vez que abren la boca, con las honrosas excepciones de rigor porque haberlas, siempre las hay.
Por otra parte no hacemos más que servirnos de lo que, por suerte y también por desgracia, todo el mundo utiliza hoy, el teléfono móvil.
Las compañías telefónicas luchan entre ellas para llevar a su corral el mayor número de clientes posible, y al hacerlo ofrecen tal suerte de combinaciones que es necesario ser un completo idiota para no caer en la cuenta de que, de un modo u otro, todas ofrecen lo mismo; esto es, un servicio caro y pobre en prestaciones pero en apariencia avanzadísimo que en modo alguno resulta ventajoso para el bolsillo común, pero que es masivamente adoptado a pesar de ello. Quizá tanto o más que en su día lo fue el aparato de la televisión, rey incontestable hoy en todas las casas del mundo. Ya sabemos, por cierto, a lo que nos ha conducido tal estirpe.
Con el teléfono móvil, mucho más reducido en tamaño, esta pasando lo mismo. Se trata de un artilugio que todo el mundo lleva en el bolsillo a todas horas y en todo lugar a modo de fetiche. Hay en él, de entre todas las aplicaciones utilizables gratuitamente, un grupo de ellas que gozan de aceptación universal y que con un pequeño retoque de sus diseñadores informáticos, acabaría de la noche a la mañana con el analfabetismo y mal uso de la lengua castellana.
No censuraríamos en absoluto que la Real Academia Española y el Instituto Cervantes subvencionaran económicamente a los programadores de esas aplicaciones en España para que modifiquen su utilización de tal manera que resulte del todo imposible escribir mal ni una sola palabra o expresión.
La propuesta no es en absoluto difícil de realizar ya que con unos simples cambios en el programa codificado de esas aplicaciones el usuario se vería obligado a escribir correctamente cada palabra si quiere seguir aprovechando la gratuidad relativa de tales formas de comunicación telefónica.
No sólo sería imposible cometer esos atropellos lingüísticos sino que tampoco sería admitida en la pantalla palabra alguna con falta de ortografía ni frase escrita de forma incorrecta. Las nuevas aplicaciones llevarían incorporado un diccionario de sinónimos y antónimos y en ningún caso llegaría un mensaje a su destinatario sin haber sido escrito enteramente de forma correcta.
Lograr eso es perfectamente posible desde el punto de vista técnico. Y teléfonos móviles tiene todo el mundo. De modo que no se tardaría demasiado en conseguir que la población, en su totalidad o buena parte de ella, se familiarizase con su idioma del modo en que nunca debió dejar de hacerlo.
Existe el riesgo, eso sí, de que,a lo mejor, con el cabreo que cogería la gente por tan intolerable exigencia, hicieran una revolución instantánea y directa en un periquete.