En la muerte de Manuel García Viñó

El último rugido de la Fiera

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La Fiera Literaria acaba de perder a Manuel García Viñó, su alma, su inspirador, su todo. Se queda sin él —pero con ganas sin duda de proseguir la aventura— la publicación más iconoclasta, más rompedora y, por ende, más apestada y denostada del panorama literario español.
¿Contra qué molinos —molinos de vientos y palabras— la emprendió ese quijotesco personaje que acaba de pegar su último rugido a los ochenta y cinco años de edad? Contra la degradación —ahí es nada— de la literatura que, auspiciada por el show system del estrellato mediático-industrial-“cultural” (no olvidemos las comillas), considera que la literatura —la novela, mejor dicho, pues de la poesía, de la dramaturgia o del ensayo literario ya ni se habla— tiene por exclusiva función, por único sentido ,entretener contando amenas y cautivantes historias que diviertan al personal.
Tal combate es más que legítimo: indispensable. ¿Cómo no lo sería luchar contra la degradación del arte que hace que se envilezcan y corrompan todos sus ámbitos? Por lo que al literario se refiere, Manuel García Viñó ha sido toda su vida el principal adalid de este combate. Por ello se impone saludarlo con admiración, siendo indiferente, al hacer el balance de su obra, que su lucha se haya podido ver paradójicamente entorpecida por una ira que, ignorando a veces sutilezas y matices, le llevaba a caer en exabruptos y cometer injusticias que le hacían denostar casi sistemáticamente todas y cada una de las figuras consagradas de nuestro mundo literario. Tal parecía como si bastara dicha consagración para denegarles a todos el pan y la sal en una Fiera literaria cuyas páginas, tan centradas en la crítica, bien pocas veces han encontrado obras —consagradas o no— a las que aplaudir.[1]
 

[1] Que una de estas excepciones haya sido mi reciente novela El escritor que mató a Hitler constituye para mí un honor tanto más apreciado cuanto que excepcional resulta el elogio en las páginas de La Fiera. Lo reconocía el propio García Viñó en el título de su artículo: “Una excepción: Ruiz Portella”. 

 

P. S.: Fernando Sánchez Dragó —¿quién, si no?— ha sido uno de los pocos, quizá el único, que ha tenido en los grandes medios las agallas de dar la palabra y abrir el plató de la televisión a Manuel García Viñó y a sus amigos. Aquí está el vídeo que lo prueba.

 

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