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que esperar a ´2048´. Ya está aquí"

"Lo feo es bello"

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Ya ven ustedes... Se empieza dando palmas al retrete de Duchamp y se termina enviando a la Bienal de Venecia un contenedor atiborrado de escombros para que escenifique en la ciudad de Tintoretto la degeneración sufrida por esa kermesse de monstruos a la que muchos llaman "arte contemporáneo".
¿Hay, acaso, alguna manifestación artística que no haya sido contemporánea en el momento de su aparición? ¿Y son, acaso, arte las mamarrachadas que se acogen a tan palurda etiqueta?
Lo sorprendente, y lo indignante, no es que hace ocho lustros naciese en Zaragoza una señora o señorita de cuyo nombre no quiero acordarme ni recordará la historia, pues albañiles los ha habido siempre en todas partes, aunque fuesen, hasta que Bibiana Aído se inventó lo de "albañila", mayormente de sexo masculino...
Lo sorprendente, y lo indignante, no es que esa señora o señorita, deseosa de dignificar su oficio, cambie la denominación de éste y se adjudique la condición de artista, pues infinito ha sido, desde que se ridiculizó el vanidad de vanidades en el Eclesiastés, el número de personas convencidas de que basta ponerse moños y vestirse de seda para dejar de ser un primate...
Lo sorprendente, y lo indignante, no es que el mundo esté lleno de cretinos dispuestos a contemplar con arrobo y entre grititos de admiración (¡y a pagar por ello!) algo que cualquiera puede ver a la vuelta de la esquina de su calle, pues infinitas son también las obras públicas y numerosos, según la Biblia, los estultos que pueblan, boquiabiertos, el globo terráqueo...
Lo sorprendente, y lo indignante, es que los comisarios de la exposición de marras, asesorados por dos críticos de arte y por el director de un conocido centro cultural, escojan un montón de grava mezclada con astillas, trozos de tejas, ferralla y vidrios rotos para plantar el mingo del arte español en uno de los escenarios más prestigiosos (y, a la vez, más desacreditados) del mundo.
Lo sorprendente, y lo indignante, es que el costo de esas seis toneladas de detritus y de su transporte e instalación en el Palacio de la Bienal -cuatrocientos mil euritos de nada- corra a cargo de los bolsillos del contribuyente sin que ningún juez, hasta el momento, haya empapelado a los responsables de tamaña malversación de fondos públicos.
A la señora o señorita autora de tan sorprendente e indignante tomadura de pelo le molesta -eso ha dicho- que el espacio público esté ocupado y acotado por edificios, calles asfaltadas, puentes, monumentos y cosas así, y ésa es la razón de que haya decidido invadir también ella el pabellón español de la Bienal deconstruyendo (sic) la nave que da acogida a su adefesio. Éste, por cierto, según asegura en un rapto de sinceridad esa émula del frenesí destructor de El Bulli, se ha obtenido mezclando los cascotes "como se mezclan los ingredientes de una receta de cocina".
No seré yo quien acepte una invitación para comer en su casa ni me extrañaría que cualquier año de éstos llevasen a la Bienal una gigantesca tortilla de patatas deconstruida por el mismísimo Ferrán Adriá o cualquiera de sus secuaces. ¿Hay algo más español que eso?
© Elmundo.es

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