Escrito en Saigón el 3 de febrero de 2011…
Han transcurrido cien días desde el 26 de octubre de 2010. Fue en esa fecha cuando los sicarios de la Brigada Político-social del Pensamiento, los costaleros del Ku Klux Klan de la progresía, los nazarenos de la procesión de la Santa Hermandad de las Buenas Costumbres, los sayones de la guillotina de la libertad, los alguaciles de la censura, los puritanos, los meapilas, los inquisidores, los traidorzuelos, los malandrines, los hipócritas, los trepas, los lameculos, los cobardes, los cainitas, los analfabetos, los indoctos, los aristófobos, los envidiosos, los embusteros, los currinches de la prensa, tele y radio del Movimiento Amarillista, los energúmenos de los sindicatos, los estómagos agradecidos, los paniaguados del gobierno, las damiselas cloróticas, los sacristanes calzonazos, las Rottenmaier feministas, las marujonas beatas, los descuideros que van a Cuba o los asiduos de la telemierda y los navajeros de la corrección política, malhechores todos, desempolvaron en mi contra la ley de Lynch. Yacía ésta en los sepulcros de la memoria histérica desde que la última cheka cerró en Madrid y la última camioneta de sedicentes falangistas dejó de circular por Burgos.
He dicho histérica, no histórica…
Nunca reacciono en caliente, porque la calentura es mala consejera. Shwai, shwai, dicen los árabes: tranquilo, tranquilo… Así aterrizan las cigüeñas, así se mueven los elefantes, así acechan los gatos a su presa, así se fuman los narguiles, así vivo yo.
Vísteme despacio, que tengo prisa.
Es la sofrosine, fruto de la paideia, la ataraxia de los estoicos, los epicúreos y los escépticos, la sanasya de los budistas.
¿Sofrosine? ¿Paideia? ¿Ataraxia? ¿Sanasya? ¿Y qué coño será eso?, se preguntarán, desde lo alto de su olímpica ignorancia, los cazadores de brujas.
Cien días de prudente cuarentena es el período de descompresión que siempre interpongo entre los agravios recibidos y mi respuesta a ellos, cuando se produce, lo que no es frecuente.
Truman Capote decía: “no te rebajes respondiendo a quienes te critican”.
Ya. Yo no lo hago nunca, pero nadie, esta vez, entre los agresores, ha criticado el libro Dios los cría…, por la sencilla razón de que no lo han leído. ¡Cómo iban a leerlo si no saben leer!
Compadezcámoslos. Son el fruto de la LOGSE, de la LOE y de la tele convertida en Gran Hermano de Orwell y en casposa Corrala Nacional de Comadres y Cotillos. Son los hijos bastardos de internet, de los blogs y de las redes sociales: denunciantes anónimos, delincuencia sin fronteras.
Lo que esa pandilla de indocumentados ha hecho no es criticar, sino vociferar, insultar y tirar a dar desde la espesura. Los masai cazan de frente, clavando las pupilas en las pupilas del león. Ellos, no. Se agazapan, como conejos asustadizos, entre los matorrales de la impunidad que la corrección política les otorga y al amparo de la patente de corso que sus capos les entregan.
Si hubieran leído el libro, además de reír a carcajadas, habrían llegado a la misma conclusión a la que han llegado los que sí lo han hecho: la de que su lectura es, por razones no sólo de estética, sino también, y sobre todo, de ética, tan instructiva como consoladora. Boadella y yo nos atrevemos a proponer y defender en sus páginas lo que muchos piensan, pero sólo dicen a hurtadillas y bajando la voz en la intimidad. Dios los cría… es chaparrón de verdades apolíneas (Albert) y dionisíacas (yo) alimentado por seis afluentes: el sentido común, el del humor, la experiencia, la cultura, la recta intención y la suprema libertad de pensamiento y obra, de acción y de conciencia.
Se habla en él, al hilo de casi trescientas páginas, de cosas muy serias: arte, literatura, teatro, filosofía, sociedad, usos y costumbres, virtudes y vicios, religión, meditación, política, historia, moral, ecología, toros, España, Europa, Oriente y Occidente, el mundo…Y, por supuesto, de amor y de sexo, de mujeres y de hombres, de amantes y de esposas, de aventuras y de ligues.
Su tono es anecdótico, cierto, pues no es un libro escrito, sino hablado, mas no por ello menos categórico. Alta filosofía: la de Sócrates, la de los epicúreos, los estoicos y los escépticos, la de siempre. El culto a Venus ocupa en él muy pocas páginas, y el lance de las dichosas lolitas que por su edad no lo eran, aunque por su modo de vestir lo pareciesen, muy pocas líneas.
¡Es tan fácil, y tan abyecto, descontextualizar, exagerar y tergiversar un adjetivo, una frase o un episodio!
Paso, pues, al contraataque con estas líneas y le añado, a modo de apéndice, la columna de Ricard Bellveser, buen poeta, buen escritor, buena persona y buen amigo, que la publicó poco después de iniciarse la ofensiva en su sección Horas de Ocio, de la edición valenciana de El Mundo.
EN DEFENSA DE LA PROVOCACIÓN
RICARD BELLVESER
Hay quien no soporta que se metan con sus ordenadísimas creencias de personas correctas (en lo político), de orden (en lo moral), y de bien
El –digámoslo así por llamarlo de alguna forma– debate suscitado en torno al libro de Fernando Sánchez Dragó “Dios los cría”, que ha escandalizado a algunos de modo tan exagerado que no es creíble de pura sobreactuación, parte de un error clásico en literatura y en la vida, que es el de confundir persona y personaje. Dragó aquí, en sus declaraciones escritas con unos ropajes que le confieren aspecto de confesiones biográficas, lo que hace es sincerar a su personaje. No habla el Fernando hombre que vive sus soledades, su intimidad y su vida, no lo hace el padre de familia, abuelo, amigo, el ser vulnerable a las enfermedades, a la urticaria, a la próstata, las alergias o a los sustos, sino que lo hace el escritor, la persona pública, el conferenciante, el periodista, un tipo construido por él, y solo desde esa perspectiva, es sexualmente tan infatigable, políticamente tan trasgresor y socialmente tan provocador como le da la gana y alcanza su imaginación. Llevadas las cosas ahí, todo lo que dice o hace es tan literario como un crimen de Agatha Christie.
Fernando Sánchez ya hizo lo que tenía que hacer en su momento histórico para favorecer la llegada de nuevos tiempos, pasó por la caja de la Dirección General de Seguridad y pagó la cuenta, con cárcel y exilio, y cuando aquel dolor de muelas acabó, acabó, y no se dedicó a vivir de ese cuento sino de contarnos otras cosas como las que brotan en su conversación con Albert Boadella, en la que une lo que sucedió en unos años de su vida, lo que podría haber sucedido y lo que le habría gustado que sucediera, todo junto, y cuando eso se da se le llama literatura.
Pero es que además el escritor soriano ha querido ir más allá, y a juzgar por los resultados lo ha conseguido. Ha puesto un cartucho de nitroglicerina en la conciencia de los que no se habían dado cuenta de que ya no estamos en los años ochenta, ni de algo peor, de que sus convicciones de ahora, son tan estrechas e inflexibles o más, que aquellas contra las que se opusieron cuando eran jóvenes hace ya mucho de eso. No quieren porque no soportan que se metan con sus ordenadísimas creencias de personas correctas (en lo político), de orden (en lo moral), de bien (en su sentido de bueno) y muy transigentes aunque solo con aquello con lo que simpatizan.
Luis Eduardo Aute cambiaba a una mujer de treinta por dos de quince, aunque tuvo la suerte de que cuando hizo esta propuesta, la policía del pensamiento único aún era franquista. El libro de Dragó, que he leído divertido, ciertamente tiene pasajes que participan del tono del compadreo de taberna entre amigos libres que se divierten contándose cosas a la luz de una botella de vino, lo que también es un recurso literario, aunque detrás, lo que el tiempo no podrá eliminar, es el descrédito de los catecismos que anima estas charlas, el ánimo disolvente con las reglas de lo políticamente correcto, la sorna con los valores ‘incuestionables’ a los que al parecer hay que mostrar adhesión incondicional, esos del forzado igualitarismo, del fracasado materialismo, del juvenismo y el feminismo, becerros venerados hasta el punto de que hay que exterminar a quien se desvíe de su adoración nocturna.
No estoy a favor de Dragó por identificarme con todo lo que dice y como lo dice, sino porque ha tenido el valor, la gallardía, la libertad y la osadía de haberlo hecho en su (des) nudo stil nuovo.
Trece o catorce años.- “¡O, Déu, quina cosa és tenir la donzella tendra i tota nua en sos brasos, de edat de XIIII anys!¡O, Déu, quina glòria és star en lo seu llit!”,clama Plaerdemavida en su propósito de darle ánimos a Tirant lo Blanch para que entre en el retrete de Carmesina y yaga con ella en su lecho. La literatura y la realidad, están llenas de casos iguales o más precoces. Cuando Dante Alighieri se enamora de Beatrice, ella tiene ocho años.
Este recurso lo utiliza Robert Mapplethorpe en sus exposiciones, –censuradas en Valencia– aunque con la singularidad de que solo fotografía escenas de niños y adolescentes homosexuales, algunas tan bárbaras que en una ocasión tuvo que pedir protección en casa de Andy Warhol porque había en Nueva York quien le quería zurrar, o qué decir de Jim Carroll. Extremistas de la corrección se han escandalizado con lo que Dragó cuenta en su libro, no recuerdan que Antonio Machado y Edgard Allan Poe se casaron con Leonor cuando estas tenían 13 años de edad, o no han leído a William Burroughs, ni a Kavafis, ni han leído a Jaime Gil de Biedma, o se han olvidado, por amnesia selectiva, de Polansky.
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