Carl Schmitt, efectuando ejercicios de tiro mientras reflexiona sobre la dialéctica "amigo-enemigo"

Infinito Carl Schmitt

Compartir en:

Carl Schmitt es el último de los clásicos políticos. No hay manera de acabar con él ni con su obra, tampoco con su mito, todavía en fase creciente. En fase menguante, en cambio, se encuentran todos aquellos que, de algún modo, viven de él, explotando la culpa de otro, el modo más bajo de vivir: unos pocos editores sin escrúpulos y algunos doctorandos pedisecuos (Schmitt habla de ellos en una famosa entrevista de Fulco Lanchester), ciertos profesores autosatisfechos e, incluso, varias promociones de políticos profesionales.

«Carl Schmitt» es hoy un criterio supremo que ayuda al reconocimiento de amigos y enemigos, particularmente en el mundo universitario. Un joven investigador que desee hacer carrera o, simplemente, evitar el boicot académico en la universidad española o francesa (en Italia es muy muy distinto), no puede prescindir de una nota a pie de página escabrosa sobre El concepto de lo político, la noción de gran espacio, Teoría del partisano o Ex captivitate salus. Al menos de momento. Sin una posición académica mínimamente estable, le conviene ser astuto como una serpiente y esquivar los efectos del juicio sumario e inapelable de los «Don Dime con Quién Andas».

Un político liberalio de derechas, que dirían Ruiz Quintano o Hughes, embotado de «Revoluciones atlánticas» y un conservadurismo ad hoc, puramente alimenticio, tampoco se lo podría permitir –en este caso por «Don Qué Dirán»–, aunque su alergia antischmittiana (anti-schmittscher Affekt) sea un caso particular de la aversión lectora que arrasa en la derecha.

Mucho menos pueden cejar en la difamación los tesoneros aspirantes a un Cavia –no hay semana en el que algún listísimo columnista de los medios masivos españoles se refiera al ambuno del Sauerland como «jurista nazi» o «teórico del Estado totalitario», caso ejemplar de tropismo intelectual inexplicable racionalmente, o le compare con un figura del separatismo catalán o mallorquín–.

Sería muy divertido y edificante un 'Celtiberia show' con las incongruencias y tontunas a propósito de Carl Schmitt

Sería muy divertido y edificante un Celtiberia show con la relación de incongruencias y tontunas («dichos o hechos tontos», según la RAE) a propósito de Carl Schmitt, seguida de los nombres y apellidos de sus fautores, funcionarios todos de la cultura y jefes del negociado de prensa y propaganda. Pero llevar un registro así es mucho gasto para tan poco provecho. El personal no pierde el revesino tan fácilmente y no podemos esperar sine die a que caigan en la cuenta de sus errores. A esos que se les vino encima el Muro, no por ello se les quitaron las ganas ni perdieron el hambre de poder y continuaron a lo suyo. De hecho, algunos ideólogos como Ernesto Laclau, patrón de la izquierda zombi –la enemiga mortal de las clases obrera y campesina, las clases de la «decencia como hábito común»–, siguieron en sus trece, presentándose sibilinamente como schmittianos antischmittianos, buscando el modo de vivir en Londres –no en Caracas, capital del socialismo del siglo XXI; eso nunca–, exportando la ruina a Hispanoamérica. Según Julien Freund, toda esa incongruencia existencial cabe en un solo miembro de la fatua clase intelectual.

La literatura «científica» schmittiana, si es que una expresión así tiene sentido, se multiplica anualmente. Mi bibliografía panhispánica de Carl Schmitt (1926-2022), elaborada con José Díaz Nieva, no tiene ni un año y espera ya una segunda edición (Los enemigos de España son mis enemigos). Mucho más profusas son las referencias ligeras, insensatas, chispeantes, chocarreras y hasta visionarias en la prensa escrita. Abundan también en ese registro los juicios infamadores, dispersos y como articulados en una vaga campaña cuyos peones nunca claudican y parecen relevarse unos a otros. Uno ha leído, siempre con curiosidad, muchas de esas locuras sin fundamento. Sin embargo, en los anales periodísticos no es fácil superar la desmesura de los lugares comunes y trolas que cierto escritor, uno de los representantes de lo que La Fiera Literaria llamaba «novela basura española», enhebra en «La “fiesta sagrada” de Don Carlos», un celebrado artículo publicado primero en El País y recogido más tarde en Los libros arden mal, después de haberse instruido un poco el autor hojeando Contrarrevolución o resistencia. La teoría política de Carl Schmitt (1888-1985), de Carmelo Jiménez Segado.

Pues bien, se acerca a esa alta e inexpugnable cota –la cota Manolito–, acaso sin pretenderlo y sin leer mucho o sin entender nada –como el mismo Rivas, el de la cota que lleva su nombre, unos minutos antes de dar con el libro de Jiménez Segado–, la breve nota de un profesor complutense, publicada hace un par de semanas en El Mundo (17 de abril de 2023): «Desmontando a Carl Schmitt: de teórico nazi a referente del populismo». Titulo impresionante y prometedor si, además, se imprimiera en caracteres góticos. Se trata de la reseña de Pedro Lomba Falcón, más bien un anuncio por palabras, sobre el libro Los componentes ideológicos en la filosofía política de Carl Schmitt. La trama ideológica del totalitarismo (Tecnos 2023), del politólogo alemán Jürgen Fijalkowski, nueva edición de la traducción publicada por la misma editorial en 1966.

Escribo esta nota, por cierto, el primero de mayo de 2023, a los 90 años justos de que el ladino Carl Schmitt, Platón en Berchtesgaden, causara alta en el NSADP con el número 2098860. Aclaro que Carl Schmitt «se apunta» al partido el 27 de abril (aunque la inscripción solo tendrá efectos desde el 1 de mayo), acaso urgido por su hermano Jupp (Joseph), quien ya militaba, pues los nazis, ante la avalancha de neófitos y súbitos partidarios, habían resuelto suspender o ralentizar las adhesiones para no morir de éxito. Se habla poco de aquella epidemia de conversiones políticas repentinas, el gran Outing de la República de Weimar, y de sus «camisas nuevas». Schmitt era precisamente un «camisa nueva», un Märzgefallen o «caído en marzo», expresión con solera histórica que se remonta a la revolución de 1848, pero que los nazis aplican irónicamente a los miles de alemanes que ingresan en el partido, con mayor o menor convicción o por puro utilitarismo, después de las elecciones del 5 de marzo de 1933. A quien no le convenzan los efectos suasorios del consejo de su hermano el médico –a mí no me convencen, desde luego– puede encontrar una lista de hasta 42 motivos 42 –6 toros 6– en la biografía de Reinhard Mehring (Carl Schmitt. A biography, pp. 282-283): desde el antiliberalismo o el nacionalismo irredento al delicioso e hispánico «argumento del pícaro». Que cada uno elija el suyo. Fin de la digresión.

Vuelvo al anuncio por palabras de PLF, que diría AT en Spp. Se trata de un texto de consumo, en sí mismo irrelevante, pues no caben en él ni la sorpresa –el réprobo de Plettenberg– ni, por supuesto, el acierto –ser verá enseguida–. En realidad, el escritor, lejos de desmontar o desnudar a Carl Schmitt, desmonta inconscientemente el establisment académico al que él mismo, tal vez, pertenece o debiera pertenecer por los servicios prestados.

Lamento, por cierto, que el tiempo que le dedico a este menester, con el único objeto de aumentar la literatura terciaria schmittiana –con el pathos, siempre, de su más conspicuo cultivador, Günter Maschke–, debería haberlo puesto en comentar la magnífica antología de Carl Schmitt cuidada para Olejnik, de Santiago de Chile, por CRM  –Carlos: el Viejo es un católico jurista, no un jurista católico–: Territorio, orden concreto, gran espacio, nomos (2020), o la cuidada edición, también chilena, de Los buribunkos (2022), la primera en español de esta obrita satírica de Schmitt, en la editorial Kantakura. Lo lamento, decía, porque lo mío, no pretendiéndolo, no aprovechará ni a uno solo de los odiadores del Maquiavelo alemán. No aprovechó en su día, un ejercicio parecido, a JAP, de la Universidad Jaime I, ni a mi amigo MS, desde hace unos años en el Flandes indiano –abrazo fraterno–.

Dice PLF que el libro de Fijalkowski es «excepcional». Bien. Esto es discutible, pero después se verá. Puede ser, porque no hay libro malo. Dice también que es «la primera tesis publicada en Alemania sobre el pensamiento del jurista nazi». Pero mal, ahora mal. Aquí no vale «Lo que no sé me lo invento» de los malos opositores. La tesis de Fijalkowski (Universidad Libre de Berlín 1957) no es ni la primera, ni la segunda, ni siquiera la quinta tesis alemana sobre el «jurista nazi». Es la sexta defendida desde 1932 y la quinta publicada en Alemania. Creo que aquí merece la pena recordar que la primera tesis sobre Schmitt defendida fuera de Alemania se deposita en la Universidad de Madrid, en 1949, y la firma José Caamaño Martínez. La de Caamaño es la séptima de la serie que comienza en la Universidad de Erlangen (hoy Erlangen-Nuremberga) en 1932. No por casualidad, la octava también es hispánica, de un español de Bolivia, Guillermo Bedregal, defendida igualmente en la Universidad Central de Madrid en 1953. Frutos del Instituto de Cultura Hispánica que hoy se añoran. Para llegar a Fijalkowski, sexto de Alemania y décimo del mundo, tendrá que doctorarse antes, entre otros, Christian [Graf] von Krockow (Universidad de Gotinga 1954), con su disertación sobre la decisión en Carl Schmitt, Ernst Jünger y Martin Heidegger.

La reseña que disecciono –y tal vez escribo ahora la primera entrada de una futura bibliografía cuaternaria schmittiana: A short article about short articles about a great autor– resulta prototípicamente convencional y maniquea. Empieza con una cita de Mario Vargas Llosa tan así y tan intercambiable, que daría igual citar el Policraticus de Juan de Salisbury o unos ejercicios espirituales. El texto adosado después a lo vargasllosiano parece escrito por un liberalio de izquierdas, por alguien salido de un máster de gobernanza de la Pompeyo Fabra, a quien se hubiera convencido de que Schmitt es «hoy ya solo [ensalzado], desde sus poltronas con forma de escaño, por la nueva y autocomplacida izquierda radical».

Los liberalios, de derechas o de izquierdas, nunca son radicales, se van, más bien, por las ramas

Los liberalios, de derechas o de izquierdas, nunca son radicales, se van, más bien, por las ramas. Una muestra: Schmitt, según PBL, «[propugna] el retorno a formas premodernas y antiliberales de organización [y] [ensalza] al Führer como soberano absoluto, y proponía un Estado total como materialización de la añorada forma teológica de la política». ¡No va más! O, con traducción simultánea: Hitler, emperador del mundo. Detrás de Carl Schmitt, el nazi jurista que sale en los libros de algunos rastacueros que viven, como el diablo, de los detalles, del «détail nazi», estaría la mala estrella y su mala sombra, un designio oculto totalitario.

Como las sólidas convicciones demoliberales de PLF tal vez no son argumento suficiente para que le creamos y él lo sabe, decide agotar todos los adjetivos para crear una atmósfera tétrica y opresiva: el jurista alemán hechizó al franquismo y ahora a la más «siniestra» izquierda, valga la redundancia. Schmitt, «furibundo» antiliberal, espera la «apocalíptica» revolución. Termina todo con una misteriosa cita de Ex captivitate salus, relativa a la guerra civil –a la sazón, el trasunto fundamental de ese librito, este sí, excepcional–, que no sé muy bien contra quién va dirigida. Puestos a citar de esa fuente, podría el autor haberse detenido gallardamente en «el antiguo tema de Antígona [que] adquiere otra vez actualidad», pues en España se muestra a todos ya la «[perfección] de los métodos para eliminar los cadáveres de enemigos políticos» (p. 42 de la preciosa edición de Porto y cía de 1960). O en el no menos actual asunto del «tribunal que juzga sin dejar de ser enemigo», el tipo de «tribunal revolucionario y popular [que] no tiende a mitigar el terror sino a agudizarlo» y que asesinó a José Antonio (p. 62).

No da más de sí esta porfía. Tiene PBF toda mi simpatía, incluso mi voto, llegado el caso, en un tribunal de oposiciones. Solo pretendo vindicar, con toda modestia, pero con determinación, el honor de un pensador político, excitando un diálogo, ¡ay!, imposible con todos esos autores que, tan seguros de sí mismos, escriben –y se describen– con suma gravedad, como si portaran en sus manos el arcano del katejón y dependiera de ellos (y de su exhibición) el triunfo irrevocable de la democracia liberal sobre sus enemigos, los galeotes Jean Bodin, Thomas Hobbes, Juan Donoso Cortés y Carl Schmitt. En mi descargo puedo decirte, amigo Pedro, lo mismo que el comandante Rauffenstein le confiesa al capitán De Boeldieu en una escena memorable de La grande illusion, de Jean Renoir: «Croyez bien que le métier que je fais aujourd’hui me répugne profondément» (LGI. Découpage intégral, p. 81). Preferiría no hacerlo, pero ¿te imaginas que no hubiera contrapunto a críticas tan severas y monocordes? ¿Qué pensarían de nosotros y de nuestras respectivas universidades dentro de unos años? En la mía, además, nos habló Carl Schmitt de la unidad del mundo hace setenta años.

La reedición de esta obra en olor de santidad, con una nota preliminar de EG, un estudio de presentación de JEP y una honda semblanza del traductor, José Zamit, firmada por FSW, sin duda lo mejor del libro, invita a leer atentamente esta referencia bien conocida de los estudios schmittianos. No lo había hecho yo hasta ahora, disuadido por Maschke de perder el tiempo con una obra que configura la moderna y empobrecedora alergia antischmittiana y cuya capciosa tesis no se sustenta, pues presume un designio oculto, «ideológico», que trasmina toda su obra: la cancelación de la República de Weimar y la fundación de un Estado totalitario acaudillado por un líder plebiscitario. Según Fijalkowski, ese es el velado objetivo schmittiano, al cual supedita su razonar y su método de jurista. En mi opinión, a este libro le sobra la cuarta parte: «Opción política e ideológica de Carl Schmitt» (pp. 213 ss.). El resto, un sesenta por ciento, puede aprovechar a un estudiante de primero de carrera que busque una presentación sistemática del modelo de Estado de derecho liberal decantado fundamentalmente por Schmitt en Teoría de la constitución y, asimismo, la crítica schmittiana al parlamentarismo y al pluralismo político.

En general, el libro de Fijalkowski pudo tener interés científico en su momento, aunque en España no tanto, pues El pensamiento jurídico-político de Carl Schmitt (1950), del mencionado Caamaño Martínez, es anterior y, en su claridad de líneas, superior. La trama ideológica del totalitarismo se mantiene, apenas, como un vestigio ideológico. No sería mala cosa, por cierto, que se volviera a editar el libro del misterioso jurista gallego, pues el Schmitt de Caamaño no tiene filtros ni está condicionado de un modo determinante por la perturbadora leyenda del Kronjurist. Caamaño, además, da en el clavo cuando le dirige este dardo al jurista alemán: «Gran finura, pero falta de solidez». Raymond Aron completa el cuadro en sus memorias: «Grand esprit, petit caractère». Más o menos por la misma época, Rodrigo Fernández-Carvajal, que se mimetiza con el alemán, dice que es un «gran ingenioso».

El interés de la nueva edición del libro de Fijalkowski, soldado desde hace setenta años con el mito-Carl-Schmitt, tiene hoy dos focos de interés. El libro como tal, editado sorprendentemente con desgaire, y el poco atinado «estudio» preliminar del profesor Esteve Pardo.

La reedición del Fijalkowski refleja un desinterés estentóreo por la pulcritud, seña de las grandes editoriales comerciales españolas en otra época. Decenas de erratas –¿doscientas, tal vez doscientas cincuenta?– golpean al desamparado lector. Una detrás de otra: desde la agresión de un «Benito Cereño» que campa por la página 43 hasta que viene a despenarlo un señor «Carl Schmity», en la 298. Entretanto, títulos y nombres propios alemanes mal escritos o mal acentuados. Nadie ha debido interferir los trasiegos del papel a la tripa editorial, mediatizados por un OCR dejado a su libre albedrío. ¿De verdad que a nadie le importan estos atentados tipográficos? La calidad de la edición española en este tipo de libros se ha vuelto subterránea. Las escalofriantes erratas de la edición española de El concepto de lo político, reimpresa sin cambiar ni una coma desde hace treinta años, representan otra cota Manolito.

El «Estudio de presentación» es otro cantar. Al autor le gusta también adjetivar. El libro de Fijalkowski, publicado en 1958, no en 1959, estaría envuelto «en un cierto halo de misterio» porque en esos años «Schmitt y su obra parecían encontrarse en la penumbra más oscura». Sin embargo, esto mismo, su «muerte académica», le parece compatible con un resurgir intelectual «hacia 1959». Pero hay un misterio «todavía más espeso»: en España, «por requerimientos de la censura» se rae el subtítulo del original alemán, «que ahora se rescata en esta nueva edición». Veamos.

El título original, Die Wendung zum Führerstaat. Ideologischen Komponenten in der Politischen Philosophie Carl Schmitts, da en español algo así: El giro hacia el Estado de caudillo. Componentes ideológicos en la filosofía política de Carl Schmitt. La edición española del 66 exhibe este título: La trama ideológica del totalitarismo. Análisis crítico de los componentes ideológicos en la filosofía política de Carl Schmitt. Uno no sabe qué pinta la censura franquista en todo esto, pero el título «rescatado» es sustancialmente el mismo: Los componentes ideológicos en la filosofía política de Carl Schmitt. La trama ideológica del totalitarismo. Disculpa, lector, el rodeo. Pero así están hechos muchos libros sobre Schmitt en España: a base de insinuaciones y afirmaciones insostenibles. Todas superfluas, como esta de la censura.

La presencia de Schmitt y la vigencia de su obra después de la Segunda Guerra Mundial es muy destacada –reediciones, nuevos libros, tesis en Alemania, España y Estados Unidos–, irradiando intensamente el derecho público, el constitucional y también el administrativo, de la Alemania occidental. ¿Son alguien o son nadie sus discípulos Ernst Forsthoff o Ernst-Wolgang Böckenförde? Sin embargo, la presencia de Schmitt en el campo del derecho público le parece a JEP «irrelevante en 1959. Y me atrevería a decir que lo ha seguido siendo hasta hoy». Al parecer, su obra jurídica constitucional, «muy presente en la República de Weimar, deja de circular […] tras la Segunda Guerra Mundial». Los profesores alemanes, «con buen criterio, no lo acogieron», lo que contrasta con el interés en ambientes académicos selectos de España, Italia o, «ya entrado el siglo XXI», en Estados Unidos. JEP pasa por alto, simplificando, la Schmitt-Renaissance (Francia, Portugal, Japón, Corea, China, Rusia, etc.), pero también que, en los Estados Unidos, antes del interés suscitado en la Nueva Izquierda de los años 1990 (particularmente en la revista de Paul Piccone: Telos), George Schwab ya había defendido su tesis (1955), más tarde convertida en libro, en la Universidad de Nueva York.

Paso por alto otras cuestiones menores, de escaso interés, la verdad: a/ la influencia del «lenguaje de madera» de la ANECA –organismo que centraliza la evaluación o censura académica del profesorado universitario, particularmente en el campo de batalla de las humanidades y las ciencias sociales– en los juicios del prologuista, quien dice de Legalidad y legitimidad de Carl Schmitt que es una «breve y relevante monografía» –solo he leído algo así en los informes de esa agencia soberana–, b/ la intrahistoria de la investigación en el Instituto de Ciencia Política de la Universidad Libre de Berlín, y c/ la trama del libro y las conexiones de su autor con el pensamiento de Hermann Heller.

No puede decirse lo mismo, que no tienen interés, de los dos últimos párrafos del estudio de JEP, pues nos descubre que los «lamentables» conceptos totalitarios schmittianos «acabaron reflejados en la dictadura del general Franco», particularmente la idea de movimiento nacional, tomada de Staat, Bewegung, Volk (Estado, movimiento, pueblo), de 1934, y «sus disquisiciones [de Schmitt] sobre lo político y lo apolítico, que en el régimen franquista acabaron cristalizando en la categoría de los actos políticos, exentos de cualquier tipo de control judicial». Con respecto a lo primero, cualquier lector de Estado, movimiento, pueblo, detecta muy pronto que poca influencia podría tener la noción schmittiana de «movimiento» sobre el desarrollo del «Movimiento Nacional», concebido –simplifico de nuevo– para desactivar los pujos revolucionarios de la Falange. Algún catedrático con sentido del humor lo cuela –el concepto– en un temario de oposiciones al cuerpo diplomático. Pero no tiene más recorrido. Extraña, sin duda, es la referencia, en esos términos algo toscos de la cita, a los «actos políticos». Siendo el prologuista catedrático de Derecho Administrativo supongo que alude a la «teoría de los actos de gobierno» (actes de gouvernement) y su inmunidad jurisdiccional total, desarrollada a lo largo del siglo XIX por el Consejo de Estado francés… no por los administrativistas del franquismo, ni siquiera por Carl Schmitt. Es un misterio para mí ese contubernio entre CS, el general Franco y los actos políticos. Acaso genera expectación, pues, «con esta categoría de los actos políticos llegamos a la España de los años setenta».

Carl Schmitt es una presencia casi constante en España, pues españoles son sus nietos. Ama España, cuyo genio le es afín

Al prologuista le sorprende la edición española de 1966, pero lo cierto es que el mismo año de su publicación en Alemania aparece ya reseñada la versión original en la Revista de Estudios Políticos, por la que pasa sin escándalo aparente. A mí, en cambio, lo que me choca es que, arbitrariamente, se reduzca el radio de influencia española de Schmitt a un «selecta minoría» de universitarios, con una buena opinión de su obra, pero ignorantes de su «historia personal». Después de su viaje a España en 1951, el primero al extranjero desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Carl Schmitt estrechará sus lazos intelectuales y afectivos con España. A mediados de los años 60, y aun antes, desde 1929, Carl Schmitt es una presencia casi constante en España, pues españoles son sus nietos. Ama España, cuyo genio le es afín. Le gustan los toros y la novela picaresca, El Escorial y Felipe II –si hubiera virtud y valor en la Iglesia, le dice a Rudolf Smend, se le habría elevado a los altares–. La dictadura de Franco, «la banalidad del bien», le parece un hito en la conciencia política de su pueblo. A Schmitt se le traduce y se le interpela. Se busca su compañía, incluso su patrocinio. Muchos se cartean con él y conservan como trofeos sus dedicatorias autógrafas. De él y de su libro sobre el parlamentarismo se habla, con la mayor naturalidad, en una de las primeras secuencias de Nueve cartas a Berta, de Basilio Martín Patino, estrenada en 1966. Infinito Carl Schmitt.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

Comentarios

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar