El relato y el microrrelato ya no están de moda, por fortuna. Salvo excepciones muy notables, ya hemos disfrutado bastante del ingenio y la greguería, el malabarismo estilístico y la originalidad argumentaria de los consagrados. Ahora ya puede hacerse literatura. No es muy difícil, aunque requiere meditación y esmero: lo primero, para saber lo que no conviene contar y mucho menos decir; lo segundo, para expresarse sin que el lector tenga la sensación de que un tren de palabras desesperadamente rescatadas del diccionario intenta atropellarle.
Yo creo que Alfonso Montoro cumple a la perfección con ambos objetivos. Sabe que escribir es poner lo justo sobre el papel y, al mismo tiempo, sugerirlo todo, a mayor inquietud del lector; y que
... lo más importante de una obra literaria no es lo que se dice sino lo que no se cuenta, lo que el lector (además de turbado, agradecido) es capaz de adivinar y discernir por sí mismo.
lo más importante de una obra literaria no es lo que se dice sino lo que no se cuenta, lo que el lector (además de turbado, agradecido) es capaz de adivinar y discernir por sí mismo. "Los acontecimientos que sobrevinieron -seguramente fabulados- y el pudor, aconsejan este reparo", escribe el autor en En el último momento, una sobresaliente pieza de estas Chinas en los zapatos que he tenido el privilegio de leer antes de que el libro apareciese publicado. En efecto, la literatura (la narrativa) es sobre todo un acto de pudor, de humildad ante ese diálogo perpetuo entre el ser y el pensamiento del que surge la conciencia creativa. Particularmente, desconfío de los escritores que se empeñan en demostrar línea a línea lo mucho que dominan el idioma, lo bien que se expresan y lo claras que tienen las ideas; y, por supuesto: lo muy beneficioso que sería para el lector hacerles caso, disfrutar con ellos igual que ellos disfrutan consigo mismos y compartir todos sus puntos de vista. Prefiero a aquellos, seguramente más expertos en el gran arte de la paciencia y el trabajo minucioso, que entienden el hecho narrativo como una fluencia tranquila que discurre de la ambigüedad de lo real a la incertidumbre y la indagación en mundos inhabitados por parte del lector. Eso es literatura: descubrir una senda, la invitación a proseguirla y averiguar qué exclusivo desvelamiento nos reserva. Lo demás, es publicidad.
Insisto, por tanto, en el brevísimo resumen que hice de Chinas en los zapatos para la contraportada del libro (con perdón por citarme a mí mismo): "Los relatos de Alfonso Montoro son un cuchillo de hielo que insiste en la herida de la conciencia. Cualquiera puede escribir una historia, mas valerse del lenguaje para desvelar lo que no puede nombrarse es oficio de maestros. Paso a paso, estas chinas en el zapato nos señalan la esperanza del abismo. Hay que atreverse".
Y no digo más: atrévanse.
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