Entraba el profesor, al que dábamos tratamiento de D./Dª, nos poníamos en pie, él se dirigía a su pupitre e indicaba que nos sentásemos.
Pasaba lista y empezaba la clase.
Leer y escribir, lo básico. Asignaturas de lectura y caligrafía, para leer y escribir bien (la caligrafía con plumilla, tinta, palillero y papel secante), sobre cuadernos milimetrados. Una falta de ortografía equivalía a un suspenso.
Leer y escribir, ya me acuerdo, sí; y declamación (apréndete La canción del pirata y rema); matemáticas (las reglas de tres no se me daban mal), lengua española, historia sagrada, geografía, ciencias naturales...
La geografía era asignatura de temerle: los ríos más importantes de España (veintiséis), con sus afluentes por la derecha y por la izquierda; todas las provincias con sus poblaciones más importantes (Santander, Potes, Laredo, Torrelavega, Ramales, Reinosa, Villacarriedo, San Vicente, Castro Urdiales, Santoña, Comillas y Liébana); geografía universal, oiga, ciudades más importantes de China: Shangay, Tien Sing, Mukden. Kantón y Nankin; vale, aprobadillo; mas ahora ,dibújeme el mapa de Perú, señale en el mapa ciego de Suramérica dónde está Sucre... y luego, si tiene tiempo, hágame el favor de recitar los concilios de la Iglesia, hábleme del cisma de Avignon y, de paso, repáseme los mártires más señalados de la sexta persecución contra los cristianos, la de Septimio Severo.
Como éramos niños y no nos entraba tanta información en la cabeza, esperaban a que cumpliésemos once años para enseñarnos a operar con quebrados (fracciones, ya saben), las unidades de medición, las ecuaciones de primer y segundo grado, los volúmenes y sus fórmulas. Se temía mucho al área del dodecaedro y no digamos a su volumen. Y la métrica en literatura española, claro, ese era otro mundo, incluso a veces el profesor se ponía puntilloso y nos colocaba un exámetro latino, qué poca consideración, porque el latín no se empezaba a estudiar hasta los doce años; y ni hablar del griego hasta los catorce. La formulación en química inorgánica y orgánica, la trigonometría, derivadas e integrales sí se impartían antes, con trece años; igual que la historia de la literatura francesa (en francés, claro, para qué nos lo iban a poner fácil). A la historia del arte le temíamos menos, total, diferenciar una catedral gótica de un templo románico, o el estilo pictórico medieval del renacentista, era bastante simple.
Salía el profesor y nos poníamos en pie.
Y bueno, con eso ya estábamos medio preparados para el examen de reválida. Con un cinco de nota sobraba para que nos dieran el título de Bachillerato Elemental. Con menos de cinco, no.
Elemental, de lo más elemental...
La verdad es que cuando oigo hablar de recortes en educación, me entra como una tristeza grande, la cual no es nostalgia, lo prometo, sino amor propio a medio herir. ¿Por qué nadie ha protestado por los recortes en educación hasta hoy?