Carta a don Alfredo

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 Estimado señor:

 Permítame rogarle unos minutos de su tiempo para atender estas líneas que con mi mejor voluntad le envío. Ya sé que está usted muy ocupado con la campaña electoral, recabando el voto de sus partidarios e intentando recuperar los que ha perdido (o mejor dicho, va a perder), otrora provinientes de distintos segmentos sociales, muy descontentos con su partido, el PSOE, por la situación general de España.

 También sé que durante estos días (igual que cuando estaba en el gobierno), se debe usted a los asuntos públicos, es decir, los general y globalmente considerados, no a dilucidar sobre peticiones de particulares. Pero, créame: mi situación, por unos motivos o por otros, es tan parecida a la de millones de españoles que estoy convencido de que si tuviera a bien responderme, y lo hiciese en términos satisfactorios, siquiera alentadores, daría un paso importante para recuperar parte de esa confianza perdida de su electorado. No le pido, pues, que resuelva un caso concreto, ni siquiera que me dé esperanzas consistentes de hacerlo en un futuro próximo, sino, sencillamente, que sea capaz de transmitir un mínimo de esperanza a quienes, como yo, padecemos la crisis económica hasta extremos insoportables. Somos muchos, muchísimos como le dije antes; y quizás la frialdad de las cifras y la despiadada estadística se humanicen y bajen un poco a tierra, e incluso lleguen a anular resortes emocionales de rechazo hacia su candidatura y partido, si tuviera usted la generosidad y franqueza suficientes para convencerme, con su respuesta, de que no le importamos un bledo.

 Le expongo mi caso con la mayor brevedad posible.

 Tengo cincuenta y cinco años y llevo dos en el paro. En noviembre de 2009, el periódico para el que trabajaba, perteneciente a un grupo de comunicación con presencia destacada en la industria mediática, cerró de la noche a la mañana. Llegó un señor del consejo de administración, habló con el director de mi periódico y le dijo que el de ese día (infausto día, desde luego), era el último número que sacábamos. Y hasta hoy.

 Lo primero que hice, don Alfredo, fue acudir a las oficinas del Servicio Andaluz de Empleo (SAE), en la localidad donde vivo y estoy empadronado, y darme de alta como solicitante de empleo. Como no tenía derecho a percibir subsidio alguno, dadas las características de mi contrato con la empresa para la que prestaba servicios, mi demanda de empleo fue el único trámite que podía realizar ante la administración. Por cierto, siento haberle fastidiado un poco las estadísticas del paro aquel mes de noviembre de 2009, pero ya me dirá usted qué otra cosa podía hacer. Total, que para allá que fui y, utilizando una expresión coloquial, “me apunté al paro”. Por supuesto, sabedor de que el sector en el que había trabajado durante los últimos trece años no atraviesa el mejor momento, y también teniendo en cuenta mi edad de entonces (53), hice constar en mi solicitud de empleo que estaba dispuesto a “reciclarme” profesionalmente, acudir a cursos de capacitación, entrevistas de orientación y lo que hiciese falta.

 Lamento repetirme en las cifras, pero son importantes, estimado señor. Desde noviembre de 2009 hasta la fecha, ¿sabe usted cuántas veces se ha puesto en contacto conmigo la oficina del SAE para ofrecerme participar en algún curso, entrevista, conferencia o reunión orientadora... etc? ¿Imagina cuántas veces? ¡Acertó! NI UNA.

 Le aclaro otras dos cosas, las cuales igualmente considero importantes. No vivo en un pueblo perdido en mitad de los montes, donde el único reciclaje profesional posible sea aprender a capar gorrinos y cosas así; soy vecino de una localidad de más de treinta mil habitantes que se encuentra situada a 23 kilómetros de Sevilla, o sea, en pleno cogollo de esa “Andalucía Imparable” que tanto publicitaban sus compañeros socialistas de la Junta, precisamente en la época en que a un servidor le tocó “pararse”. Y segunda cuestión: mi particular cafarnaun está teniendo lugar en un municipio gobernado hasta hace cuatro meses por su partido, el PSOE; en una comunidad autónoma gobernada durante 28 años por su partido, el PSOE; y todo ello en una nación gobernada desde 2004 por su partido, el PSOE.

 Esta última precisión la he hecho para que no caiga usted en la tentación de echar la culpa de catástrofes como la mía a “la derecha”, a la burbuja inmobiliaria de Aznar, a la crisis económica fraguada en los Estados Unidos, al Banco Central Europeo, al franquismo o algo que se le parezca. No, señor Pérez Rubalcaba. Desde luego que su partido, el PSOE, no tiene la culpa de que cerrase  el periódico para el que yo trabajaba, y posiblemente tampoco sean culpables (aunque sí algo responsables, digo yo, como pueden decirlo muchos), de que no haya encontrado ocupación hasta la fecha. Pero esto téngalo muy presente: unas administraciones municipal, autonómica y central de su partido, el PSOE, sí son absolutamente responsables de que un ciudadano quede en situación de desempleo y durante dos años no haya recibido el más mínimo apoyo institucional, de las administraciones públicas por su partido gobernadas y dirigidas. Nada. Ni llamar por teléfono para ver si me he muerto. Repito: nada. De esa desaparición de mis señas de identidad laborales, esa muerte civil a la que me ha condenado la indiferencia institucional, son ustedes responsables. Siento decírselo pero es la verdad, y la verdad hay que reconocerla nos duela o no. Usted, como político de casta y raza que es, lo sabe muy bien.

 Huelga decir que el único contacto que he mantenido con la oficina del SAE de mi localidad ha sido el tradicional “ir a sellar” la boleta de demanda, documento que a estas alturas, como usted comprenderá, tiene para mí el mismo valor que un cupón de la ONCE caducado y sin reintegro.

 No, no piense usted, señor Pérez Rubalcaba, que soy el prototipo de ciudadano que cuando tiene un problema se encierra en casa y espera de brazos cruzados a que la administración se lo resuelva. No es el caso. He realizado innumerables gestiones particulares intentando conseguir empleo, y también (no le voy a engañar), alguna chapuza profesional he hecho por mi cuenta... Ya sabe usted que siempre es conveniente llevar algo de circulante a casa, aunque sea de vez en cuando, pues luego llegan las facturas y etc. Asimismo, cada vez que he comparecido en la oficina del SAE, me he interesado vivamente por las posibilidades que desde la misma me podían ofrecer, algún curso de día y medio, algún contacto profesional, alguna entrevista con algún orientador, algo... Algo, don Alfredo... Fíjese con qué poco me habría conformado: con “algo”. Pero ni el municipio, ni la comunidad autónoma ni el Estado han tenido ese detalle, ese “algo” para conmigo. Imagino que estoy hablándole, por desgracia, del mismo “algo” que no han recibido cientos de miles, quizás millones de parados como éste, su seguro servidor.

 Mencionar los sentimientos de agravio comparativo, de viva, hiriente y lesa injusticia social que he experimentado al tener noticias sobre los EREs de aquí y de allá, los compadreos y amigoteos en la Junta de Andalucía, los casos de corrupción más o menos descarados, el despilfarro público, los privilegios de los políticos, las abundosas subvenciones para estudiar el mapa del clítoris y demás perlas y guindas en este pastel que es España y, muy especialmente según mi punto de vista, Andalucía, sería ocioso. A estas alturas, ya ni siquiera me conmuevo. Apago el televisor, cierro los oídos, miro hacia la pared de enfrente, donde cuelga una interesante reproducción de un cuadro de Matisse, y me aguanto. Además, qué quiere que le diga, don Alfredo: no pienso hacerme mala sangre por toda esta cutricia y esta miseria moral que empapa hasta el tuétano la sociedad en que usted y yo vivimos (usted mucho mejor que yo, desde luego, aunque debo decir, para que no se sienta del todo mal, que yo soy más guapo, más simpático y tengo bastante más suerte que usted con las mujeres). De natural, soy una persona optimista, téngalo por seguro.

 Mire si soy optimista, que he concebido la idea, espero que no del todo descabellada, no necesariamente inútil, de escribir una carta al candidato gubernamental a la presidencia de España para pedirle por favor, sin echar balones fuera, que me conteste a estas dos sencillas preguntas:

 -¿Tiene usted idea, o puede explicarme por qué un ciudadano, como es mi caso, queda en situación de desempleo y el SAE, durante dos años, no hace ABSOLUTAMENTE NADA por intentar ayudarle para reincorporarse a la vida laboral?

 -En el caso de que usted ganase las elecciones y estuviera en condiciones de formar gobierno, ¿van a repetirse, quizás consolidarse como mal endémico de la autoridad administrativa en el ramo, situaciones como la descrita, o van a solucionarse de manera efectiva y notoria? ¿Cómo?

 (Perdón por la pequeña trampa, no son dos preguntas sino tres, y la última es la más importante)

 Una última reflexión, don Alfredo, la cual le transmito con el mayor de los respetos y mi personal consideración: si usted y su partido pierden las próximas elecciones generales, tenga por seguro que su fracaso será histórico, monumental, devastador. Como para repensarlo todo y refundarlo casi todo. ¿Sabe por qué? Pues porque dicha derrota no será ante otro partido, candidato y proyecto al que los españoles consideren alternativa muy deseable, un cambio (ejem) al que nos dirijamos con entusiasmo e inmensa alegría, sentimientos de éxito colectivo y alborozada esperanza. No, nada de eso. Perderán porque la mayoría de los españoles estarán convencidos de que es IMPOSIBLE HACERLO PEOR de lo que ustedes, hasta la fecha, lo han hecho. Y sólo por eso.

 Bien triste debe de ser una derrota en esas condiciones, tristeza que personalmente no le deseo en absoluto, y crea que le soy sincero. Nunca lo he considerado un político de fiar y, la verdad, nunca me ha caído usted demasiado bien (tampoco es que le tuviera manía, oiga... un psscchhh y vale). Pero, como antes le decía sobre mí, soy persona optimista y, creo, sé apreciar virtudes ajenas que quizás se escapen a la mayoría de mis conciudadanos, dados los tiempos tan horteras que corren. Estimo mucho algunas de esas virtudes, como el valor, el coraje y la gallardía en situaciones difíciles. Puedo estar más o menos en desacuerdo con usted (bastante en desacuerdo, dejémonos de medias tintas), pero reconozco que para tomar las riendas del PSOE en estos momentos como usted ha hecho, aceptar la candidatura a la presidencia del gobierno y llevar adelante la campaña, en las actuales circunstancias, hay que echarle valor, coraje y dosis importantes de gallardía. Y eso le honra.

 Y si tiene a bien contestar a esta amable relación de afrentas de un parado español, mucho más honrado quedará, al menos ante mi criterio.

 Reciba un cordial saludo y mis deseos de que en lo personal y lo profesional nunca tenga que vérselas en situación tan complicada como la mía.

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