Castelldefels

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 Cualquier vecino de Castelldefels, cualquiera que conozca o haya vivido en el lugar, como es mi caso, sabe que todos los años, en la Noche de San Juan, se organiza una concentración extraordinariamente tumultuaria en la inmensa playa de esta localidad, así como en la vecina de Gavá. No hablamos de unos miles de personas sino de, aproximadamente, entre seiscientas y setecientas mil.

 Cualquier persona con dos dedos de luces sabe lo que esa celebración conlleva: oleadas de jóvenes encandilados por los fuegos de artificio, obnubilados por el alcohol y embriagados por la euforia de una fiesta solsticial que muchos toman como diversión “límite”.

 Cualquier gobernante sensato, con alguna intención de prever los contratiempos que puedan surgir en el evento, sabe la cantidad enorme de personas que esa noche llegan a Castelldefels en los trenes de cercanías.

 Cualquier vecino o visitante estacional, o viajero asiduo en los ferrocarriles de cercanías, conoce la nefasta costumbre de cruzar las vías que tienen algunos jóvenes.

 Cualquier ciudadano, aunque sea de simple criterio, se preguntará dónde estaban los omnipresentes Mossos D’escuadra, o los vigilantes jurados, o la Benemérita, o alguien con autoridad y mando en plaza; por qué nadie dispuso un  operativo de seguridad que regulase el tráfico de pasajeros en la concurridísima estación, atestada de gente joven con el poco sentido de la prudencia que pudiera valerles anestesiado por el alcohol.

 Cualquier persona no estragada por la imbecilidad sentirá náusea, rabia, impotencia y mucho hastío, al conocer la noticia de que en la estación de Castelldefels no había fuerza pública que velase por los jóvenes imprudentes; sin embargo, la misma noche, a muchos kilómetros de allí, en la pedanía gaditana de Benamahoma, el equipo de gobierno municipal (socialista) organizó una sesión de espiritismo, a cargo de la “bruja buena” Doris Alza, para que llevase a cabo un ritual de “limpieza espiritual” en unos terrenos donde, al parecer, existen enterramientos de fusilados durante la guerra civil. Todo pagado con dinero público, faltaría más.

 Nuestras autoridades furibundamente laicas recurren a la hechicería para atender a los muertos que llevan siéndolo (muertos) 75 años. Para los vivos, los ciudadanos reales realmente existentes, no hay bruja buena ni policía malo que se ocupe de ellos.

 

Propuesta: El año próximo, en sutil aplicación de la ley de Memoria Histórica, que la bruja buena Doris Alza acuda a Castelldefels y practique un ritual de sanación espiritual en la estación maldita. Que pague la Generalitat de Catalunya, responsable del orden público en la comunidad. Del orden público, de la Memoria Histórica, de los muertos y las fosas, de reprobar ad nauseam a un régimen franquista más muerto que los muertos de Benamahoma y de toda esta farsa donde, al final, sólo queda una evidencia: los muertos recientes sobre las vías de un tren que pasó por Castelldefels hace cuarenta y ocho horas. Aunque el otro tren, el anciano expreso de la guerra civil, aquellas máquinas antediluvianas que avanzaban treinta kilómetros en hora y media, sigue siendo el transporte favorito de los fanáticos de la Orden del Sepulcro. La única memoria que pueden permitirse es la histórica, desde luego, porque la memoria actual de sus cotidianas fechorías es demasiado incordiante. Al final, querrán tener razón quienes mantienen que los únicos responsables de la tragedia de Castelldefels fueron los imprudentes jóvenes, hoy ya cadáveres. La realidad cotidiana se empeña en desdecir la vigencia del pasado. Hay que resucitarlo, a ese mismo pasado y aunque sea recurriendo a la brujería, para exorcizar a los fantasmas del presente. ¡Mueran los vivos, vivan los muertos!

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