Con no poca razón, consideraban la llegada de Zapatero al poder, hace cuatro años, como un accidente imprevisto en su trayectoria de éxitos electorales mantenida desde el 96, debacle ocasionada por un infame atentado terrorista y por la rápida capitalización de la furia ciudadana que el PSOE fue capaz de rentabilizar en menos de cuarenta y ocho horas. Acaso, los más críticos del partido asumían que la torpe gestión de aquella anfetamínica crisis por parte del gobierno de Aznar pudo favorecer el alto índice de participación radicalizada en una elecciones que se presumían tranquilas y, de su consecuencia, la victoria socialista.
Han achacado al PSOE, también con mucha razón, que durante estos cuatro últimos años se han despreocupado olímpicamente de los problemas reales de la ciudadanía, confiando en la buena marcha del mercado -ya saben, esa razón autónoma que funciona según sus propias leyes y sin reparar en quién gobierna -, dedicándose a un izquierdismo de lujo y gratuidad que, en la práctica, beneficiaba a minorías marginales aunque muy chillonas y dejaba en la estupefacta indefensión al votante-contribuyente-pagano paradigma del modélico ciudadano.
Pensaban que pasado el tiempo volverían las aguas a su cauce, que un buen porcentaje de los votantes airados de 2004 recapacitarían a tiempo, y que los recalcitrantes del izquierdismo de contenedor en llamas y pedrada a las fuerzas de orden público volverían al redil estruendoso de los partidúsculos estruendosamente minoritarios.
Pero.
No contaron con la capacidad de recuperación del PSOE de su histórico tejido social, muy deteriorado por el caciqueo y la corrupción que caracterizó los últimos años del mandato de Felipe González.
No contaron con el regreso de la oficialidad cultural, desencantada del PSOE y atrincherada mayoritariamente en IU, a las filas populistas de un líder capaz de seducirles con el argumento que mejor entienden: la prebenda y la bonanza de la cuenta corriente.
No se detuvieron a pensar que es necesaria una nueva cultura democrática en los ámbitos de lo ideológico, desvinculada y sin compromiso de subsidiaridad histórica con los errores pasados, gente razonable que aporte una visión novedosa a la controversia de siempre: libertad, dignidad y rigor de criterio frente al abuso estadístico de las minorías tiránicas que, por vociferar más que nadie, se sienten más autorizadas que nadie para imponer su propuesta de una sociedad desquiciada donde, a beneficio de la extravagancia reivindicativa, todo lo que no es obligatorio está prohibido.
No hicieron mínima autocrítica de los puntos débiles de su posición, por donde la sinrazón desmadrada de la radicalidad puede seguir tachándolos de "carcundia", "xenófobos", "insolidarios", "españolistas excluyentes", etc. Al punto de que el bueno de don Mariano, ante la acusación de Zapatero en el último debate televisado de que el gobierno de Aznar legalizaba a inmigrantes por la mera presentación de un bonobús, quedaba un tanto pasmado y sin capacidad de reacción para contestarle: "En qué quedamos, somos un partido xenófobo e insolidario o nos bastaba la factura de compra de una bicicleta para dar los papeles a un magrebí. ¿En qué quedamos?".
Han fiado tanto en la vuelta al buen juicio del electorado que Rajoy, en el dichoso debate, no tuvo mejor ocurrencia que insistir en lo de Irak, respondiendo por un gobierno anterior, ya pasado, ya analizada su gestión en la correspondiente campaña de 2004 y sancionada por unas elecciones generales; dejándose interrogar por un crecido Zapatero cuando -un poco de sentido común -, la gestión que ahora se discute y se pormenoriza no es la del PP hace ocho años sino la del socialismo español en una larga y problemática legislatura. Gestión que puede resumirse en dos o tres palabras: derroche de lo gratis y a vivir de las rentas heredadas.
Se ven ganadores porque se ven con razón. Pero en política, y sobre todo en época de elecciones, está más que demostrado: no basta con tener razon. Hay que tener habilidad y agilidad para defenderla. Y de eso, mucho me temo, ni Rajoy ni sus asesores andan muy sobrados. Les traiciona el acomodo de quien está convencido de que la razón en puridad los llevará en volandas a la Moncloa.
Yo creo que se equivocan. El próximo 9 de marzo puede ser el inicio de una segunda parte toledana protagonizada por ZP y sus aliados nacionalistas. Temblando me deja la perspectiva, no por Zapatero, a quien ya conocemos, sino por sus futuros posibles socios. La cosa se pone de pan llevar y guardar.