El lenguaje tachado

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Si España fuera un país normal culturalmente hablando -o mejor lo digo a secas: un país normal y punto-, el libro ´El lenguaje tachado´, de Manuel Ruiz Amezcua, aparte de recibir el premio del Público que otorga Canal Sur Radio estaría ahora mismo en los escaparates de todas las librerías, para ilustración, emoción y deleite de cuantos gustan acudir a la cultura y especialmente la literatura con ánimo de acabar la cita con muchas preguntas y reflexiones bullendo en sus mientes, sabedores de que las horas empleadas en la lectura de esta obra -y como ésta, muchas-, han valido la pena, mucho más que el gasto considerable de decorar el mueble de la salita con la colección de premios Planeta encuadernada en piel -honrosas excepciones aparte-, y su añadido funesto de un equipito de música promocional en el que se puede oír de maravilla lo último de Chenoa. Pero como España no es un país normal, ni en éste ni en muchos sentidos, ha tenido que ser la colección ´El defensor de Granada´, heroicamente halada de entre las sombras por Emilio Atienza y un entusiasta grupo de colaboradores, quien lleve al público, en la medida de sus posibilidades que no son muchas, este libro que me fue creciendo entre las manos, de la primera a la última página, y que me devuelve cierta fe en la probabilidad de que no todos los autores de ensayo, los críticos y quienes teorizan sobre el hecho literario, como diría Manuel Ruiz, lo hagan «a sueldo y flash».

No quiero desentrañar los pormenores del índice de este ensayo. Sería más o menos como desvelar el argumento de una novela. Creo más útil ceñirme a la descripción del espíritu de rebeldía y apabullante lucidez -o sea, crítica, ese género inexistente en España-, que nos abriga y conforta a través de la lectura de ´El lenguaje tachado´. Hablo de una perspectiva, un punto de vista que queda establecido en el mismo título, en el subtítulo -´Ceniza en la memoria´-, la dedicatoria -«A los vencidos. A su clamor indomable»-, y en la cita de Cavafis que inaugura los soberbios textos de Manuel Ruiz: «El que rehusa, no se arrepiente. Si de nuevo le interrogasen, diría NO de nuevo. Y, sin embargo, ese NO, ese legítimo NO lo destruye para el resto de su vida».

El autor, que podía haber escrito un ensayo ´entretenido´ y dócil a la puerilidad, cuando no mercenaria insulsez de la actual crítica literaria, ha optado por una camino mucho más difícil y por ello más de agradecer. A la trivialización erudita opone sólida brillantez expositiva, acudiendo a la pericia narradora para ganar la inteligencia del lector, no para halagar su más débil y primario discernimiento; a la sumisión hacia ´lo establecido´ en el mercadeo y compadreo literario, Manuel Ruiz Amezcua responde con la razón de los grandes maestros, los clásicos y los modernos -por algo son maestros, porque no hay modernidad sin progreso en la tradición ni tradición digna de ese nombre que no sea siempre actual-. Los nombres y el pensamiento y la comprensión del mundo de Cervantes, Machado, Miguel Hernández y García Lorca entre otros, parecen aquí en su dimensión más transgresora, implacable, demoledoramente malquistados con una sedicente ´modernidad´ literaria que sacraliza lo inane, lo burdo, el cotidianismo de pacotilla y los sentimientos pequeños de almitas pequeñoburguesas uncidas por el colorín del éxito. Por decirlo en palabras del mismo autor, «Hoy, los funcionarios de la poesía asolan España y quieren hacer, ante todo, ´carrera´: para ello profesan y promulgan sus dogmas poéticos, pero sus poemas nacen muertos porque no logran ´comunicar´ nada. La poesía española vivió su edad de oro. También su edad de plata. Hoy, asistimos a la era de la calderilla».

Aunque esa calderilla, como todo lo barato y simple, vende; funciona bien en el mercado, no está falta de pastueña audiencia presta a admirar hasta el fanatismo la sazón de la puericia. Como aquel personaje de Molière, nuevo rico admirado de su sapiencia cuando le informan de que, nada menos, es capaz de hablar en prosa, la clientela de lo ramplón, lo vano, lo entretenido y deliciosamente ordinario, conquista el fervor de las ordinarias masas. Paradoja sublime: los gurús de la nueva cultura del adocenamiento se consideran élite, ultraselecto círculo redimido de la grosería y el mal gusto merced a su exquisita sensibilidad poética... si bien su éxito, innegable, ahonda mediante raíces de desconcertante socialización en lo más grosero y el peor gusto del común.

Manuel Ruiz Amezcua, licenciado en Filología Románica y Filología Hispánica por la universidad de Granada, profesor de instituto, asesor cultural de la embajada de España en Brasil, podía haber emprendido el sendero de lo fácil, haber acallado su criterio y bajado la mirada; podía haber renunciado al NO y, sin duda, la oficialidad literaria de este anómalo país llamado España le habría sonreído para siempre. Pero siempre hay alguien que establece el nexo necesario entre pensamiento crítico y ética de la razón, un nombre para la excepción, un poeta. Siempre hay un NO de coraje, de inteligencia, de sabiduría, ante los unánimes síes que retumban en la oscura multitud de los mediocres. En cierta ocasión, hablando de estos asuntos de poesía, mayorías, minorías y cultura de masas, me dijo y para más precisión me dejó escrito Rafael Guillén: «Ningún gran poeta tuvo gran fortuna en su tiempo, aunque el estandarte de todos los cambios trascendentales que marcaron a muchas generaciones siempre fue empuñado por esos mismos grandes poetas».

La lectura de ´El lenguaje tachado´ confirma mi impresión de que Manuel Ruiz Amezcua pertenece a esa clase de poetas, esa estirpe indomable de vencidos que siempre, ineludiblemente, vencen en el tribunal sin apelación de la literatura entendida como el gran arte de representar e interpretar el mundo, no de representarse y, ay, interpretarse a uno mismo hasta la insoportable aburrición.

Si ansían ustedes el disfrute de buenos ratos de ocio cultural, no compren este libro. Si desean ideas que lleven a otras ideas, y más allá hasta descubrirles que, oh portento, no sólo somos capaces de hablar en prosa sino de pensar por nosotros mismos, no pierdan esta oportunidad. Como la presente, no hay muchas.

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