Un cateto con ideas

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Mi padre que en gloria esté mantenía una extravagante aunque interesante teoría. Según él, los culpables de todos los males de este mundo eran los catetos. No la gente de pueblo, entendámonos, sino los palurdos, los genuinos paletos, los de boina y entrecejo y quienes invocan la virtud de lo grosero y la bondad de su analfabetismo como preciosa herencia de una estirpe legendaria de castrojas pata negra. "No tienes más que fijarte en los accidentes de tráfico" -solía decir -, "¿Quienes tienen la culpa? Está claro: los catetos que irrumpen con sus tractores por los lados de la carretera". Antifranquista el hombre, cada vez que discutía de política culminaba sus diatribas con la solemne aseveración de que la gran desgracia de España consistía en estar gobernada por "un cateto de El Ferrol". Yo creo que le tenía aversión a Manuel Fraga no por ser muy de derechas sino por haber nacido en un pueblo de Lugo, célebre por sus pollos capados.

Ser cateto de vocación y convicción no es ni medio bueno, aunque hay un espécimen de garrulo que supera ampliamente la incordia propia de la cazurrería sociológica, personas más irritantes que Lina Morgan parodiando el tango o Fernando Esteso contando chistes de baturros. Me refiero, como habrán ustedes adivinado, a los catetos con ideas; esa gente que ha leído medio libro, una vez vio de lejos en un mitin a Felipe González y han hecho tres viajes "al extranjero", aprovechando el auge de los vuelos baratos, y ya cree poseer en los pedregales de su santiscario la quintaesencia del saber cosmopolita y del moderno criterio democrático.

Un cateto con ideas es más peligroso, incluso, que un imbécil fanatizado. Es improbable que alguien sienta afinidad con el cretino patoso, pero, ay, mucha gente del común y todos los demás catetos con ideas disfrutan emocional empatía cuando sus representantes, pardillos llanos de pueblo grande que, más o menos, han tenido éxito en sus afanes garbanceros hasta convertirse en iconos de la cultura de masas -es decir, de lo feo, lo hortera y lo sandio -, les susurran la verdad de la tribu y acarician sus toscos sentimientos con la evidencia de que los catetos unidos jamás serán vencidos.

Yo no sé si mi padre que en gloria esté tenía un poco de razón cuando achacaba a la rusticidad todas las incurias de la Historia. Lo seguro es que allá donde surja una causa grimosa, gazmoña o arbitraria, habrá ilustres catetos dispuestos a defenderla y a participar a sus congéneres grande entusiasmo por la misma. No digamos si, como es el caso, la cruzada lleva regalías aparejadas. Los catetos con ideas suelen ser personas muy pragmáticas y... míralos, ahí están como la Puerta Alcalá, en perfecta actitud de experimentados y bragados catetos: dame pan y llámame perro. Que google bendito nos ilumine y ayude a averiguar cuántos de ellos son de pueblo.

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