Políticas Todoacién

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En tiempos antecesores al pensamiento único, la sociedad se estructuraba en clases sociales, lo que algunos llamaban división o fragmentación entre poseedores y desposeídos, dueños de los medios de producción o arrendadores de su fuerza de trabajo… lo de siempre, más o menos sutilmente teorizado: ricos y pobres. Para cambiar, mejorar o reparar radicalmente aquel desequilibrio connatural a la dinámica de los pueblos y civilizaciones a lo largo de la Historia, cada movimiento y partido político tenía su receta. Y a eso se llamaba política. Tener una política. De aquel afán surgieron iniciativas magníficas y algún que otro efecto indeseado (indeseable mejor dicho), como las salvajadas totalitarias, el desparpajo criminal del estalinismo y algunos otros desmanes que dejan muy entredicho la capacidad humana para avenirse cabalmente con conceptos elementales de justicia, libertad y dignidad para todos los ciudadanos.
 
 
Mas no se apure usted, estimado ciudadano votante del siglo XXI. La política ya no existe; ha sido sustituida por las políticas, plural perfecto que los profesionales de la cosa pública utilizan con tanta prosopopeya y suficiencia que nadie en su sano juicio dudaría de que están en el buen camino, felizmente. Tan contentos, claro, porque no sólo han finiquitado el arte de la política sino que, galanamente, certifican el acta de defunción de las clases y estamentos sociales. Ya no hay opulentos que ganan el pan con el sudor del de enfrente y desahuciados con borra y cáscaras de pipas en los bolsillos. Hoy, en virtud de nuestra apabullante modernidad, la ciudadanía se divide en sectores, segmentos identificados con una circunstancia vital determinada, de manera que pertenecer a un colectivo identitario es casi tan sencillo como hacerse socio del Betis. Y tiene muchas más ventajas porque el fútbol da muchos disgustos, pero la administración del Estado se desvive por tener contentos a los vindicantes del agravio compartido, sobre todo si chillan cantidad y meten mucha bulla en sus ires venires de protesta.
 
 
Ya no somos campesinos o burgueses, artesanos o comerciantes, clases trabajadoras o rentistas, inversionistas o proletarios… la fineza de la política convertida en políticas nos ha transformado en gente que para ser escuchada y hacer algo que merezca la pena debería involucrarse lealmente en los trajines propios de su grupo de afinidad. Hay que ser mujer, por ejemplo, y a ser posible añadir a esta condición cuantos más inconvenientes mejor: mujer trabajadora, madre de familia, estresada, sobreexplotada… dejo aparte otras circunstancias más penosas y realmente dramáticas que afectan a la mujer porque su trascendencia y gravedad sobrepasa con mucho la intención desenfadada de este artículo. Pero, en fin, a lo que vamos. ¿No es usted homosexual, lesbiana, heterosexual con problemas de integración en la realidad rosificada? ¿Acaso no le tienta una razonable evolución al prodigio transexual, o ser travestido, sexomaníaco compulsivo, prostituta, chapero? Peor aún. La clasificación administrativo-zoológica de los seres humanos en función de sus querencias en materias de sexo da un juego impresionante. Le queda el remedio de ser yonqui, cocainómano, alcohólico, buricandio, okupa… o ya en plan más diferencial en ámbitos del espíritu, islamista acérrimo, tribalista, ablacionista, militante de la marginalidad zíngara, merodeador expulsado de los antiguos regímenes comunistas europeos, con especial detenimiento en la rama kosovar/rumana o, puestos a alcanzar el nirvana de la indigencia conflictiva, esnifador de pegamento, gasolina y otros volátiles, si bien en este supuesto sería también conveniente que tuviera usted pocos años, entre los ocho y los catorce más menos.
 
 
 Tranquilidad en las masas. Para cada situación de penuria, sea material o espiritual, tienen nuestros gobernantes una política. Políticas concretas para problemas concretos, dicen. La purga de Benito, la panacea, más eficaz que el ibuprofeno y más sosegante que el alprazolam. En el bazar todoacién de las soluciones inmediatas al bullir del malestar humano, quien no encuentra medicina y corta por lo sano y no se conforma es porque no quiere.
 
 
 La otra política, la grande, en singular, ya es asunto diferente. De otro nivel, por supuesto. Es preocupación exclusiva de los dioses de este mundo, quienes transitan solemnes y discretos sobre las alfombras de su destino, su verdadera patria, que son el poder y el dinero. Está muy claro que a la purria, eso que eufemísticamente algunos siguen llamando ciudadanos de a pie, ni el poder ni el dinero tienen porqué preocuparles. Total, en el mejor de los casos lo verán pero no lo catarán. Si ansían una pizca de felicidad en este mundo, ya saben lo que tienen que hacer. Una manifestación a tiempo en defensa de los derechos de los gatos capados es más útil, al día de hoy, que renegar del sistema setenta veces siete.
 
 
La era de quejumbres con alcance ha pasado. El tiempo de las causas caprichosas y muy sentidas es ya el nuestro. Bueno, el suyo. El de quien se conforme, quiero decir.

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