Nuevo y viejo Aznar

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Sigue sonriendo poco, tiene idea de parecerse a Julio Iglesias, desde lejos parece el quinceañero pijín que pace en la esquina de Lista con Velázquez y desde cerca uno puede verle la piel de pedernal de un indio sioux. Es José María Aznar y tendemos a olvidarnos de que está vivo de milagro, de que ETA pulsó el detonador para enviarle al panteón de hombres ilustres de la nación española, allá donde moran el Cánovas muerto a manos de un anarquista y un Canalejas que -incluso asesinado- tuvo una muerte de belleza petrarquiana: viendo libros. Como se sabe, ser de derechas en España siempre tuvo mala fama. A Aznar, le vino a quedar claro que el mejor electoralismo con la ETA es acabar con ella. Para una generación que sólo había visto el felipismo, el Aznar que saludaba desde el balcón de Génova en marzo de 1996 tuvo todos los efectos de la reparación y la esperanza: en realidad, él ha sido la derecha española, perfectamente homologable a la europea, con la casta voluntad de ser poco intervencionista. El aporte de confianza al país fue inmediato y sustancial. En poco más de un año, pasábamos de la última depresión del socialismo y su desbarajuste institucional a que nuestras empresas hicieran las Américas. Aznar llegaba con Rodrigo Rato, con Álvarez Cascos. España iba de amanecida aunque el tiempo nos haga ser más benevolentes con González. A partir de 2004, buena parte de la sociedad española se ha comportado con Aznar con la nobleza de las hienas y los buitres. La pulsión española, plenamente barroca, por la caricatura, deshizo en fragmentos poco favorecedores el estilismo que los años de Aznar habían otorgado a la vida pública, del centrorreformismo a las stock options, de las fortunas volanderas de internet a los pies en la mesa de George Bush. Mientras tanto, se inauguraban autovías y soplaba el levante en Perejil. Antes o después de El Escorial, la voluntad cainita de buena parte de nuestros hermanos españoles había determinado que los años de Aznar no podían terminar bien. A la derecha española le falta torería pero a la izquierda le sobra rencor. Ahora Aznar juguetea con FAES, asesora a Murdoch. De Aznar nunca logramos hacer un intelectual aunque de cuando en cuando paladee los distinguidos versos de Cernuda. Llegó a la Moncloa con voluntad de concordia histórica, para completar la transición. Llevaba dos o tres lugares comunes sobre Azaña en la cabeza: por suerte, cogió experiencia pronto. En parte, llegó a ser bella figura de la feroz melancolía en el poder. A esto ayudaba hacerse pasar por vallisoletano esencial, siendo de Madrid. Políticamente, él fue la piedra rechazada por los arquitectos y luego le vimos de tapas con Kohl. Según Agag, no tiene buen o mal humor: no tiene humor en absoluto. El zapaterismo ha corroído su legado pero es de esperar que haya aún más españoles dados a la justicia que a la caricatura.

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