Gore

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Tal vez Occidente necesite las imprecaciones de un Jeremías o un Oseas pero ver a Gore retransformado en profeta del Ritz es causa de estupor. La causa daba un poco igual pero al final ha sido el ecologismo en versión cambio climático. Por profetizar con algún tino, lo más previsible es que los horrores del cambio climático como miedo universal terminen en el mismo archivo de la desmemoria que la lluvia ácida o los cefecés del agujero en el ozono. Puestos a repetir el gran miedo, quizá deberíamos tener miedo de Al Qaida. Más bien parece que se trata de dar de coscorrones a Occidente: en el caso de un americano contra América, eso se traduce en copiosos dólares y un aura intangible de santidad. Lo menos grave son los dólares. Ahora Gore torea en todas las plazas, aparca su contaminante Gulf Stream y los focos se encienden para la propaganda del Apocalipsis. Se trata de promocionar su película Una verdad incómoda, donde se enseña con morbo y con deleite un escenario fin-del-mundo. En realidad, la verdad más incómoda para Gore fue que se hiciera pública su factura de la luz. Los países del Sahara ya le han convocado a sus ciudades porque por una rara sincronía, Al Gore siempre lleva lluvia o nieve al anunciar el gran calor: cuando estuvo por Madrid, hubo gente que comenzó a meter animales en un arca. Gore tiene constituida la broma de presentarse como el que iba a ser próximo presidente de los Estados Unidos. ¡Felices tiempos aquellos en que los poderosos se retiraban a su Yuste o a su FAES! Bien, a José Blanco no le votaron en su pueblo y a Gore no le votaron en su estado. De la visita de Gore queda su documental como pieza necesaria para el sistema de programación mental del zapaterismo en las escuelas. Es decir, los cándidos niños españoles podrán ver la ira de Gore mientras se les vetan Cervantes y la Biblia. Por supuesto, Gore acertó por omisión al no rubricar el Protocolo de Kyoto pero eso no obsta para que le concedan el Príncipe de Asturias. Es más gloria cesante para esta institución. Lo controvertible del cambio climático genera un debate entre científicos que va más allá de la lectura unidimensional, histerizante, acrítica, de Gore. Eso es algo que no se tiene en cuenta porque a Occidente –cada vez más- le va sufrir. En todo caso, es tema de sustancia suficiente para no exasperar su verdad, no hacer de un indicio una superstición ni tomar decisiones irreversibles tras un hisopazo cientifista. El ecologismo como talismán debería volver a la doctrina genésica de dominar la tierra y no de pensar que el hombre es una plaga. La voluntad humana contaminó el Támesis pero ahora se pueden pescar truchas. Gore va más allá y prevé clínicas de abortos con sistemas verdes de reciclado.

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