Vincere

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Vincere (Marco Bellocchio, 2009) es un film tendencioso. Aunque no es un biopic de Benito Mussolini, sino de la primera de sus parejas, la modista Ida Dalser, el maniqueísmo sobre el líder italiano impera desde las escenas iniciales. Ida (Giovanna Mezzogiorno) es una mujer enamorada, fascinada y entregada, frente a un enajenado Mussolini (Filippo Timi), frío, distante, y que ni siquiera haciendo el amor es capaz de ofrecer ternura o deseo. Il Duce es presentado asimismo como un ser megalomaniaco, que vive para el triunfo político y no anhela otra cosa sino el poder absoluto. Se trata también de un personaje desideologizado: si la izquierda es violenta, le sirve para ejercer la violencia; pero si la izquierda apuesta por la paz, él se aleja de ella para mostrar su querencia por la guerra. En breve: la ideología de Mussolini es la violencia. Marco Bellocchio no ha podido mostrar más a las claras su conformidad con el pensamiento dominante, ni dar peor imagen para el ataque, in absentia, que va a sufrir la figura del Duce a lo largo del film. Qué lejos se queda el realizador italiano de la mesura y objetividad con la que se enfrenta Oliver Hirschbiegel a los últimos días de Adolf Hitler en la imprescindible El hundimiento.

La primera sección de Vincere es, sin duda, la más hermosa, y la única merecedora, cinematográficamente, de reseña. Asistimos a la pasión de dos personajes al final de su juventud, y el montaje refuerza este clímax amoroso: grandes silencios, indistinción de la realidad y la fantasía, plenitud de los cuerpos desnudos, inserción de elementos estéticos futuristas… La película de Bellocchio empieza prometiendo un lenguaje estetizante que hubiera sido muy difícil de mantener a lo largo de todo el metraje con la misma dosis de atracción y de belleza. El aire viscontiano de los dos amantes, la sobriedad en la actuación actoral y el clima de irrealidad del Milán de preguerra, tanto en interiores cuanto en exteriores, podía hacer suponer fácilmente una realización que obviara los lugares comunes de la mayoría de filmes sobre el fascismo.

Pero Vincere se transforma en un telefilm en el momento en que se produce la separación de los dos amantes; y, más que la separación, el desprecio de Mussolini. La escena tiene lugar, para más inri, en una exposición futurista. A partir de ese momento, la figura del Duce en tanto personaje desaparece casi por completo, y ya sólo vamos a saber de él a través de dibujos, figuras e imágenes de archivo, que sirven para caricaturizarlo ad nauseam, hasta llegar a la imagen final, con un busto gigantesco destruido por una máquina prensadora. Además, el hijo de Mussolini con Ida Dalser, Benito Albino, está representado por el mismo actor que interpreta al dictador de Predappio; esto ayuda a crear el asfixiante clima de opresión, quizá lo único salvable de la melodramática segunda parte del metraje. Por el contrario, la figura de Ida es la de una “esposa” fiel, llena de dignidad, con la confianza siempre puesta en su antiguo amante, a quien le arrancan para siempre a su hijo, la internan en un psiquiátrico y conserva la conciencia en todo momento y, sobre todo, su verdad: contrajo matrimonio con Benito Mussolini, y el hijo de ambos es el primogénito del Duce.

La historia de Ida Dalser, por otro lado, y del comportamiento de Mussolini con la que fue, al menos, la madre de su primer hijo, y, desde luego, su amante, se hunde en la miseria. Desde finales de la década de los 60 del siglo XX, se han ido expurgando documentos, y abriendo vías de investigación, para conocer la realidad de aquella primera familia de Mussolini, de la cual renegó porque lo relacionaba demasiado con su experiencia y compromiso en la izquierda socialista. Madre e hijo, Ida y Benito Albino, murieron en sendas instituciones psiquiátricas, adonde fueron confinados, se supone, por órdenes directas de Mussolini, a pesar de ser declarados sanos una y otra vez por los exámenes médicos.

El mejor tributo que se les puede rendir es empatizar con su experiencia de sufrimiento y dolor, y valorar su recuperación para la historia. Dos vidas truncadas, y varias familias destrozadas, están por encima de los intereses personales de Mussolini y de sus mentiras. A pesar de la imagen de familia tradicional que quiso dar, y con la macabra ironía que supone haber tenido con posterioridad numerosas amantes, y bien públicas, ahí aparecen ahora esos dos muertos para recordar que por encima del provecho hay otros valores. Con su primera esposa y su primogénito, si la historia es cierta hasta la última coma, le faltaron. Para Mussolini, por desgracia, y en este caso concreto, su honor no se llamó lealtad.

           

 

 

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