Bicicleteros

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Bicicleteros, sí, no ciclistas. Que ninguno, por tanto, se indigne antes de hora, o se ponga en un lugar donde nadie (en este caso, yo) lo ha puesto. No estoy hablando de quienes se asocian en agrupaciones ciclistas, practican diariamente, organizan concursos o se van por la montaña. No montaré con ellos, pero sean libres de pasar el tiempo como más disfruten. Buda dijo “Que todos los seres sean felices”. Y si no molestan al vecino, vía libre para ellos.

Tras el imprescindible matiz, paso a ese nuevo energúmeno (en versión masculina y femenina) que es el usuario de un vehículo de tracción por pernil, de dos ruedas, manillar y poco más de cuatro alambres. Ese nuevo disletero de la acera, ese payaso-mocoso pseudoecologista, que avanza por los lugares reservados a peatones, animales domésticos, sillas de ruedas y cochecitos de niños, con una arrogancia que se creería Pipi Calzaslargas saltando por los árboles. Ese delincuente en potencia que ha hecho de los lugares de paseo pistas donde los macacos van en bici.

Entre ellos se jalean, se creen Perico Delgado o Mikel Indurain, pasan de la acera a la calzada, en dirección prohibida o en sentido unidireccional, como si el hecho de ir en bicicleta los catapultara al coliseo de lo más moderno y enrollado, lo sano, lo ecológico, lo progresista, lo tolerante, lo alternativo. Y, encima, se permiten pitar cuando, a tales pringados, un anciano les cierra el paso por ir lento y por la acera (qué osadía, qué cara más dura).

Es un problema creciente el de los bicicleteros. Evidentemente, las bicicletas pueden ir por la ciudad, pero por la calzada o por los carriles-bici, lugares donde han de ser respetados como vehículos más, y si los automóviles han de ir más lentos, que reduzcan la velocidad, y tendremos todos más sosiego. Pero no se puede consentir la impunidad con la que ponen en peligro, todos los días, a quien va tranquilamente por lugares de la vía pública que muchas veces también ocupan los automóviles.

La policía debería ser sensible a esos elementos contrarios a la buena práctica de los ciclistas. Transforman la vida urbana en algo aún más inhóspito. Y todos sabemos qué deben hacer nuestros agentes: en primer lugar, que los obliguen a bajarse; en segundo, que apliquen la ley, y multa al canto.

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