SARKOZY

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Hay un contraste extremado entre la política de barrio de Rodríguez Zapatero y un Sarkozy que gallea en el Chad, en Argelia o en Marruecos, sembrando según toque admoniciones o inversiones. Es la diferencia entre un país agradable como España y una potencia global como Francia: no tanto que ellos tengan y nosotros no tengamos soldados en el África como que ellos tienen submarinos nucleares y nosotros no. Voilà, la grandeur. Nicolas Sarkozy, en todo caso, sigue fiel a esa Francia que quiere ser un hexágono inscrito en una esfera, con los riesgos de un narcisismo excesivo en la construcción europea, la deserción del santo atlantismo y aspiraciones superiores incluso a su arrogancia. Sarkozy, de origen húngaro, es –como todos los presidentes franceses- un patriota. Resulta otro contraste de quien comenzó como alcalde de Neuilly, la dulce Aravaca de París. Al final, es un gaullismo recalentado y no un neoconservadurismo. No es poca la admiración y el alzamiento de corazones que ha despertado Nicolas Sarkozy en la matrona Iberia, cuando se ha dejado caer por aquí con empuje de galerna. En Madrid no ha hecho más que abrir la puerta grande, al recordar que "España es una gran nación" o valorar la seriedad de Aznar en su medida justa. En lo que interesa, en Sarkozy no tenemos un enemigo en el Elíseo pero cuidado con los bombones que llegan desde Francia por si no contienen trazas de veneno. La última elección francesa dejó muestras de las inconstancias de una opinión pública española que empezó a anhelar la determinación de un Sarkozy para la derecha y, al mismo tiempo, reclamó el perfil moderado –confitero- de un François Bayrou. En realidad, seguramente el mayor mérito de Sarkozy es haber estocado hasta la agonía a una izquierda francesa que pasa por la crisis identitaria que es recurrente en la derecha española. Sarkozy tiene sus modos de napoleoncito y una vocación claramente transversal en su misión política: es el caso de un hombre que supo dividir a la opinión pública y parece tener también la habilidad para unirla. Al menos tiene la de hablar claro porque piensa claro, porque piensa lo mismo en privado y en público. De Sarkozy se han estudiado más que nada sus amores y sus vacaciones. Cecilia, bella e indómita, se apeó del matrimonio y del Elíseo, y no hace tanto que el propio Sarkozy fue visto con un pequeño ´billet d´amour´. Hay en Francia una vocación fisgona compatible con la ligereza en estos casos, de un Mitterrand que mantuvo en su presidencia una doble vida y un serrallo al viejo Fauré que murió en el salón azul con una amiga. Son especialidades francesas, como el ´cassoulet´, como los presidentes a lo Sarkozy, que gallean porque bien pueden gallear.

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