Jacobo Machover |
Nada más llegar al poder, José Luis Rodríguez Zapatero arremetió contra tamaño atrevimiento por parte de su predecesor, hablando de “diálogo constructivo” y reanudando negociaciones con Cuba, presionando a sus socios europeos para que levantaran las sanciones, lo que logró rápidamente, a cambio de la liberación de un preso, quien pronto se exilió en España. Era el regalo concedido por las autoridades castristas a cambio de tanta complacencia. Todos los demás podían seguir pudriéndose en las cárceles. Uno era suficiente para que se hablara de apertura por parte de las autoridades cubanas.
Cuatro años después de la arremetida represiva del gobierno castrista, Moratinos pretende ahondar en la misma postura con el objetivo de levantar definitivamente cualquier condena, moral o no, hacia la dictadura de los Castro. De paso, se trata también de un reconocimiento de la sucesión dinástica que se viene implementando en la isla. El gobernante interino Raúl Castro, tan poco demócrata como su hermano, se ve legitimado por un país europeo. Tal vez Moratinos consiga alguna liberación como nuevo presente a sus buenas disposiciones. Pero, a ese ritmo, harán falta décadas para que los demás presos puedan acceder a la libertad.
La disidencia interna y el exilio han criticado con razón la posición de tan alto dignatario que ni siquiera se ha dignado en recibir a los disidentes, dejándole esa tarea subsidiaria a un subalterno, Javier Sandomingo, director general para Iberoamérica. Sólo dos de ellos, que difícilmente pueden seguir siendo considerados como tales, respondieron a la invitación. Anteriormente, el canciller cubano Felipe Pérez Roque, el más fiel entre los fieles de Castro, la voz de su amo, se había permitido, como de costumbre, tratar a los presos políticos cubanos de “mercenarios”, sin que Moratinos mostrara la más mínima señal de desacuerdo. Así, España vuelve a respaldar incondicionalmente a un régimen impresentable ante las opiniones democráticas del mundo.
Pero no sólo de Moratinos se trata. También el Rey, al sobrevolar Cuba de regreso de un viaje por el subcontinente, le envió a Castro una carta donde le expresaba sus “mejores deseos de que continuéis vuestro proceso de restablecimiento y agradecimiento por el regalo que me hicisteis llegar...” ¿De qué regalo se trata? El rey lo tendrá que aclarar. Pero hay fuertes especulaciones según las cuales se trataría de un cuadro de Joaquín Sorolla perteneciente al Museo Nacional de Cuba, una obra del pintor valenciano que formaba parte del patrimonio de la isla. Un cuadro de gran valor, por el momento. Tal vez unos cuantos presos después. ¿A cambio de qué? De una claudicación moral absoluta por parte del gobierno español y el desprestigio para largo rato de un país que había sabido hace pocos años, enfrentársele a Castro, practicando una forma de ingerencia democrática que tanto necesita la sufrida población cubana, desesperadamente sola ante una interminable tiranía.