Y los españoles no reaccionan

El debate que nos han robado: más sobre Educación para la Ciudadanía

La Educación para la Ciudadanía ya se imparte en institutos y colegios. Resulta llamativo que nadie, a excepción de los católicos y algunos sectores liberales, se haya manifestado en contra de un programa obligatorio de formación estatal de las conciencias, un sistema moral completo y cerrado que ahonda en la homologación y la uniformidad que ya existe entre los estudiantes. Porque no se trata de una batalla por la moral católica o por los intereses de un sector sino por la libertad de todos.

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IGNACIO SANTA MARÍA
 
En cuanto a los católicos, se observa, como en otras batallas similares, que sólo una minoría activa se ha implicado en diversas campañas de recogidas de firmas contra la nueva asignatura o en iniciativas para promover la objeción de conciencia. En la mayoría de los casos, han basado su oposición en lo inapropiado de algunos contenidos de la nueva materia tal y como aparecen en una parte de los manuales. Se muestran preocupados por el planteamiento las cuestiones sexuales y la descripción de los ‘modelos de familia’ que hace la mayoría de los textos está impregnada por un fuerte relativismo, cuando no por un sectarismo laicista.
 
Su inquietud es muy justa y comprensible, pero paradójicamente su argumentación, si se reduce sólo a poner el acento en estos aspectos, corre el riesgo de jugar a favor de aquellos que, desde posiciones laicistas, han alumbrado la asignatura y que alimentan la teoría de que la enseñanza en España ha estado siempre restringida por las imposiciones de la moral católica. Para ellos, el hecho de que muchos de los detractores de la nueva asignatura reduzcan su crítica a aquellos aspectos contrarios a la moral católica no hace sino reforzar la idea de que el problema es que la Iglesia no quiere renunciar a una supuesta hegemonía educativa que habría ejercido durante siglos.
 
Sin embargo, cuando en cierta ocasión el secretario de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, señaló que una solución al conflicto sería que Educación para la Ciudadanía, tal y como ha sido diseñada, perdiera su carácter obligatorio para convertirse en materia optativa, o cuando aseguró que los obispos tampoco verían bien que se impartiera de forma obligatoria una asignatura basada en la Doctrina Social de la Iglesia, situó el problema en sus justos términos. No se trata de una batalla por la moral católica o por los intereses de un sector sino por la libertad de todos.
 
Una ética universal
 
El filósofo José Antonio Marina, uno de los más activos defensores de la Educación para la Ciudadanía y autor de uno de los manuales, explicó en la prensa que el principal motivo de incluir esta asignatura en el sistema educativo era la difusión de una ética universal. “Nadie protesta porque se estudien matemáticas o física. La polémica surge cuando los contenidos se consideran subjetivos o partidistas. Por lo tanto, lo decisivo es saber si la ética es un saber universal o sectario. ¿Hay un conjunto de principios éticos universalmente válidos? Si no lo hay, la ética debe eliminarse de la escuela; si lo hay, debe incluirse en los programas educativos”.
 
Fenómenos como la globalización, la llegada masiva de inmigrantes provenientes de otras culturas o el creciente relativismo moral que empapa nuestras sociedades han hecho surgir en Europa, en los últimos años, un debate sobre la necesidad de desarrollar una ‘ética universal’, un consenso de mínimos éticos, en el que todas las tradiciones e identidades pudieran verse reconocidas. Éste es uno de los núcleos centrales de la discusión que mantuvo el entonces cardenal Joseph Ratzinger con el filósofo Jürgen Habermas en enero de 2004. Concretamente Ratzinger inicia la conversación aludiendo a “la cuestión (de máxima urgencia) de cómo las culturas, al encontrarse, pueden hallar bases éticas capaces de fundar adecuadamente la convivencia entre ellas”.
 
El problema es que esa ética universal no puede surgir más que del debate entre las distintas tradiciones culturales presentes en la sociedad y además debe ser un “ethos” acorde con la naturaleza del hombre o, como señalaba Ratzinger en aquella conversación, adecuado a los “valores permanentes que brotan de la naturaleza del hombre y que, por tanto, son intocables en todos los que participan de esa naturaleza”.
 
Pues bien, la Educación para la Ciudadanía que ha impuesto el actual Gobierno en el sistema educativo pretende vehicular una ética que no ha surgido del consenso a partir de un debate sincero y abierto entre las distintas tradiciones culturales y corrientes de pensamiento presentes en la realidad española, incluyendo la perspectiva católica. Más bien parece que se ha diseñado con demasiada prisa y con nocturnidad en unos pocos y determinados laboratorios de ideas, como la Universidad Carlos III o la Fundación Cives, muy interconectados con el PSOE, y desde ahí exportado a toda la sociedad. Sería, si utilizáramos la terminología de Marina, una “ética sectaria” y no “universal”.
 
Miedo a la libertad
 
Los promotores de la asignatura muestran estos días su nerviosismo porque, según dicen, la libertad de expresión de algunos editores, el carácter propio de los centros escolares y la libertad de cátedra de los profesores podrían “desvirtuar” la asignatura y hacerle perder su “espíritu original”. A los adalides de la tolerancia les da miedo la libertad y las garantías que la ley ofrece para que esta libertad sea ejercida.
 
Mientras, en Francia el presidente Sarkozy puede decir públicamente que “el 68 ha muerto”, porque durante años un grupo de intelectuales ha sabido poner en entredicho muchos de los postulados que conformaban aquella corriente ideológica; mientras en Alemania o en Italia es posible encontrar discusiones públicas sobre una ética común, similares a la mantenida por Ratzinger y Habermas, en España da la impresión de que la izquierda gobernante ha querido ahorrarse este debate, introduciendo a toda prisa una asignatura que bebe de la herencia del laicismo español de los años 30 y del ideario sesentayochista (hasta el punto de que la madre “hippy” es presentada como modelo ideal en algunos manuales).
 
Con todo, y como muchas voces han recordado, lo más peligroso es la pretensión del Estado de erigirse como sujeto educativo, desplazando de este papel a los padres, en primer lugar, y a los centros docentes. Y, sobre todo, que la ética que trasmite la nueva asignatura es parcial y sesgada porque censura una parte esencial de la naturaleza del hombre: precisamente aquella que le define y le distingue, que es el conjunto de evidencias y experiencias que conforman su corazón y que están abiertas a una trascendencia, a la exigencia de un significado pleno e infinito.
 
(www.paginasdigital.es)

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