Hace semanas que el diablillo de las ideas me viene minando la sensatez con una tesis que no me resisto a compartir con ustedes: no hay pobres. Es una tesis perfectamente disparatada, pero que no consigo desacreditar, todo me sugiere la inexistencia de los pobres, al punto de que sospecho a veces que es el Gobierno el que se los inventa.
La última vez que la idea de que no hay pobres se me ha instalado en la cabeza ha sido mirando pisos de alquiler. En Madrid, hay tantos ricos que no caben todos en el centro y ya Carabanchel y Usera están llenándose de gente próspera, gente que puede pagar más de 1.000 euros por un piso. Todo lo que se va a construir en la capital, desde el Nuevo Norte a la fábrica de Mahou o el Calderón, es para millonarios. Los famosos 600.000 euros de Iglesias y Montero en Galapagar apenas dan para hacerse con uno de los pisos más pequeños de estos desarrollos. Si hubiera pobres, esto es, un buen montón de pobres, no habría un único montón de casas para ricos y no habría barrios enteros de la ciudad (Cascorro, por ejemplo) tradicionalmente deprimidos y lóbregos que compitieran entre sí por ser la nueva Malasaña. Todo en Madrid es ya la Nueva Malasaña y el Nuevo Lavapiés y uno debe preguntarse qué es entonces Malasaña ahora mismo, y cómo hay tanto malasañero para llenar tantas Malasañas.
En mi barrio —Imperial— abren comercios nuevos cada semana y todos tienen que ver o con tu perro (peluquería y guardería caninas) o con aquello que interesa al que no tiene perro: estar tan en forma como un perro. No he asistido a la apertura de una sola tienda en mi calle que tenga que ver con alguna necesidad estricta y real, como comer o comprar bombillas. El negocio está ahora en las guarderías de perros y en el perreo propio, llámalo pilates, lo que significa que a la gente comer ya no le preocupa, y ni siquiera sabe por qué debería preocuparle.
En los años noventa, era de ricos el Canal Plus, y el psicólogo, y el gimnasio, y la cocaína. Ahora tengo amigos que se quejan de su situación financiera mientras pagan 60 euros a la semana a un terapeuta, 60 euros a un camello, 60 euros a Netflix et alia y 60 euros a un centro deportivo. Y la declaración de la renta se la hace un gestor y la casa se la limpia una señora. Ese es el pobre de hoy, un rico que se queja.
Obviamente, no se me escapa que algún pobre de verdad queda en nuestro país, pero vamos acabando con ellos a base de carne mechada y el atún del DIA. Es admirable esta estrategia. Nadie se pregunta por qué nunca un alimento caro mata a la gente. El caviar nunca ha matado a nadie, ni el champán. Desde lo del aceite de colza, estamos eliminando pobres de puta madre, mediante habilidosas intoxicaciones estacionales.
Importar pobres
La prueba definitiva de que no hay pobres es la necesidad que tenemos de importarlos y el gran valor que se les da, habida cuenta de su escasez. Si hubiera muchos españoles pobres, seguiría habiendo partidos de izquierdas. Pero la izquierda, a nivel mundial, ha descubierto que, habiendo más pijos sensibles y yonquis de la superioridad moral que pobres, es mejor que te voten pijos y veganos a que te voten pobres. Es un cálculo inapelable.
La prueba definitiva de que no hay pobres es la necesidad que tenemos de importarlos y el gran valor que se les da
El Gobierno se gana cuando te votan los ricos, porque los pobres, reunidos todos en una circunscripción electoral (pongamos Segovia), apenas serían bastantes para enviar a Madrid un diputado al que nadie haría caso, porque no hablaría en nombre del pueblo, sino en nombre de los pobres.
Hay que ser, ahora mismo en España, completamente imbécil para ser pobre. Conozco autores, y también autoras, que han llegado muy cómodamente a los treinta y pico sin saber lo que es trabajar ocho horas en una oficina (y no digamos en un taller, o en un almacén, o en una tienda) y tener que volver al tajo mañana, y así hasta el viernes y así veinte días al mes durante un año o catorce. Todo ello sin vender un solo libro. Hay dos sitios donde es imposible encontrarse a un escritor español: en la biblioteca pública y en el metro. Lógicamente, nadie escribe sobre ser pobre si no coge nunca el metro. Y nadie se molesta en escribir nada en España si no le dan antes una beca; o un premio, también antes.
Los pobres que se ven por ahí a mí no me engañan. Los pobres son gente que normalmente no es pobre. Llevo toda la vida creyéndome la miseria de jóvenes de halo inope que, al llegar a lostreinta, resultan ser todos hijos de millonarios, pues, en cuanto engendran ellos mismos, les cae del cielo una casa comprada a tocateja. O una herencia. O una dirección empresarial. La de cosas que caen del cielo en este mundo de ricos. Así, cada vez que veo a un pobre por la calle, no me lo creo, sobre todo si es joven. Pienso, ante un muchacho trigueño y foráneo que pide en Sol o que avanza zarrapastrosamente con su mochila al hombro por la calle de Toledo, pienso, digo: qué pasta no tendrá tu padre en Dinamarca, en Alemania, en Tobago, qué pasta no tendrá. No me fío de los pobres si lo parecen demasiado.
Creo que el Gobierno se ha inventado a los pobres para poder seguir siendo de izquierdas. Los saca a pasear de vez en cuando, aunque nadie haya visto un pobre nunca. No conocemos a la gente que no tiene dinero. No existe.
¿En qué canal de la tele salen los pobres? ¿Cuál es su grupo en Facebook?
¿En qué canal de la tele salen los pobres? ¿Cuál es su grupo en Facebook? ¿Qué manifestación han hecho los pobres en la última década? Hay algo que le pregunto a mi novia a menudo: en serio, le digo, ¿conoces a alguien que sea pobre de verdad? Nosotros mismos somos de lo más pobre que se ve en nuestro barrio. Y ella reconoce que no, que todo el mundo tiene algo, alguien, un patrimonio latente, una lotería venidera atronada por los niños de San Ildefonso de la muerte. Patrimonio viene de padre. La pobreza confesa no es más que tacañería anticipada, la del pobre que aún no se convirtió en heredero.
Les recuerdo, volviendo a Bloy, que la pobreza es la falta de lo superfluo, y la miseria, la falta de lo imprescindible. Ahora mismo todo es prescindible, hay una producción masiva de productos y servicios superfluos. Lo superfluo es tan vasto que lógicamente la gente se siente pobre la mayor parte del día. Uno es pobre hasta que compra por fin lo que no necesitaba. El problema de los pobres es la poca pena que nos dan ya. Han perdido calidad moral, adjetivos. Si no concurre raza, Mediterráneo o género, el pobre nos da cero coma cero pena. Y por eso no existen los pobres en España, porque ahora no tienen siquiera el derecho de darnos pena.
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