El material publicado por el New York Times trata de medir el potencial de los inmigrantes mejicanos en Estados Unidos, tanto los legales como los ilegales que la Oficina del Censo, sin embargo, controla. Las cifras son muy duras. Mientras el cuarenta por ciento de los recientes inmigrantes que vienen de la India son licenciados, sólo el uno por ciento de los mejicanos llega con un título similar, y más del sesenta por ciento de éstos ni siquiera tiene el graduado escolar. Mientras el veinte por ciento de los inmigrantes procedentes de África trabaja en campos como la ciencia, la ingeniería, la tecnología y la salud, sólo un uno por ciento de los mejicanos lo hace. Finalmente, la proporción de los inmigrantes filipinos que dicen hablar inglés muy bien es tres veces superior a la de mejicanos que dicen manejarlo perfectamente.
En el debate subsiguiente ha saltado la palabra “racismo”, como era inevitable. Los partidarios de una inmigración “escogida” protestan: en un sistema con un número limitado de inmigrantes legales, elegidos por su alto capital humano y no por motivos familiares, la raza y la etnia no serían sujetos dignos de discusión. Los interlocutores señalan el ejemplo de la India, un país cuyo cociente intelectual medio no es particularmente alto. “Si Estados Unidos –arguyen- importara millones de indios de forma aleatoria, tendríamos problemas. Pero como los indios inmigrantes suelen ser seleccionados por sus habilidades, se integran rápidamente y pasan a formar parte de la clase media del país. Los inmigrantes con mayor formación y aptitudes que no tienen familia en los Estados Unidos tienden a mezclarse y, finalmente, formar parte de la clase media americana”.
En lo que concierne expresamente a los mejicanos, se está manejando un argumento sorprendente: la vida de excesos alimenticios típica de Estados Unidos corrompe a las personas establecidas en comunidades mejicanas como las del sur de Texas. ¿Argumento extravagante? Tal vez, pero es verdad que las tasas de obesidad y diabetes entre la población son inusualmente altas, precisamente, entre los inmigrantes mejicanos. Hay otros argumentos aún más percucientes: entre los “hispanos”, la ilegitimidad y las tasas de criminalidad pasan a la siguiente generación; la ilegitimidad en los “latinos” es dos veces mayor que en los angloblancos, y la tasa de encarcelaciones es tres veces más alta.
En general el problema se plantea así: los norteamericanos no están eligiendo qué mejicanos quieren que entren en su país, pero los mejicanos sí están eligiendo los Estados Unidos para emigrar. Existe una corriente de opinión que apunta a que los últimos mejicanos ilegales van a convertirse pronto en un grupo humano como el de los italianos a principios del siglo XX, aceptablemente integrado en la sociedad. Sin embargo, este tipo de ideas aparece más en los miembros de las élites de Washington D.C. y Nueva York, donde los mexicanos son nuevos y exóticos, que en otras partes del país como en Nuevo México, Texas y el sur de California.