Decía Egon Schiele que él pintaba “la luz que proviene de los cuerpos”: “¡La obra de arte erótica también tiene santidad! Mis cuadros deberían colocarse en edificios similares a templos”. El polémico pintor austríaco, discípulo de Gustav Klimt, no podía imaginarse que en 2018 su obra aún seguiría generando recelo entre los sectores más puritanos y siendo acusada de pornográfica. Tal vez 100 años no son nada. Schiele (1890–1918) fue un expresionista rodeado de misticisimo: talento precoz, trabajo prolífico, incomprensión social y política y muerte a los 28 años. 342 pinturas, 2.800 entre acuarelas y dibujos. Poemas lanzados al aire, experimentos fotográficos. Un animal artístico sobrado de aliento, ansioso, molesto. “El arte no debe ser moderno, el arte debe ser eterno”.
Para conmemorar los cien años del fin de siècle vienés –llamado Sezession en Austria–, el ayuntamiento de la capital austriaca ha organizado exposiciones por toda la ciudad. Los desnudos de Schiele iban a ser los protagonistas del festejo artístico, y su potencia creadora iba a canjearse el 23 de febrero en el Museo Leopold. Sin embargo, la campaña europea por las celebraciones de la Secesión se ha encontrado con la negativa de Reino Unido y Alemania: no piensan tolerar que los cuerpos desnudos que pintó Schiele llenen sus vallas publicitarias y las paredes de sus edificios. Les pesa el estigma de pintor "pornográfico".
Quizá no le extrañaría al creador: en el transcurso de su breve vida cosida de rechazos vivió varios episodios de censura. El mayor escándalo se produjo en 1912, cuando fue acusado por corrupción de menores. Era a causa de la edad de su joven amante, que también fue una de sus modelos predilectas: Valerie Neuzil, 17 años, a la que él llamaba Wally. También se le acusó de usar como modelos a los niños que se acercaban a su casa. A menudo los retrataba desnudos o en posiciones que fueron entendidas como obscenas. Schiele era un escándalo hecho carne, un observador bautizado como “lujurioso”.
Tal fue el zafarrancho que llegó a estar en arresto preventivo durante tres semanas y sólo fue condenado, al final, a tres días de prisión. Quemaron uno de sus dibujos. Era una joven vestida de medio cuerpo para arriba. Esta historia no llegó al gran público hasta cuatro años después de su muerte. La escribió Arthur Roessler. Aunque se ha demostrado que hay partes inconclusas del relato y de sospechosa verosimilitud, Roessler aportó trece hojas escritas por el propio Schiele en la cárcel y algunos de los dibujos que parió en los días de reclusión. Se pintaba a sí mismo como una gran víctima de pelo rapado, con la tortura impresa en la cara. En sus obras clamó frases exigiendo libertad y entendimiento: “Reprimir a un artista es un delito, significa asesinar la vida en gestación”, rezaba uno de ellos.
Contra la censura, denuncia
Ante el nuevo intento de censura por parte de Reino Unido y Alemania, la Oficina de Turismo de Viena ha ideado un plan: continuará con la campaña de los desnudos, sólo que en las grandes ciudades británicas y alemanas se agregará a cada obra una banda que esconda los genitales. Le acompañará esta idea: “Lo siento, tiene 100 años pero es demasiado atrevido para hoy” y el hashtag #ToArtItsFreedom.
Lo que podía haber sido una celebración artística mutilada en lo esencial se ha convertido en una denuncia a la mojigatería, en una bofetada sin mano al arte fresco y desprejuiciado que rompió hace un siglo con el academicismo o el impresionismo. “A cada tiempo su arte, y a cada arte su libertad”: es la frase de la fachada de la Secesión, cofundada por Klimt en 1897, que inspira la denuncia de hoy.
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