Doy noticia tardía de una novela extraordinaria. Me refiero aLimónov, traducida al español en 2013 y editada por Anagrama. Su autor es francés: Emmanuel Carrère. La leí entonces, pero la evoco ahora. Nunca es tarde para hablar de una obra maestra.
Totalitarismo democrático, democracia leninista...
“El privilegio que Tomás de Aquino negaba a Dios, el de que no haya acontecido lo que ha acontecido, se lo arrogó el poder soviético, y no es a George Orwell, sino a un compañero de Lenin, Piatakov, a quien se debe esta frase extraordinaria: "Si el partido lo exige, un auténtico bolchevique está dispuesto a creer que lo negro es blanco y lo blanco negro.”
“El totalitarismo, que en este punto decisivo la Unión Soviética llevó más lejos que la Alemania nacionalsocialista, consiste en decirle a la gente que allí donde ve negro es blanco, y obligarla no sólo a repetirlo, sino, a la larga, a creerlo a pies juntillas [...] Es este aspecto el que fascina a todos los escritores capaces, como Philip K. Dick, como Martin Amis o como yo, de absorber bibliotecas enteras sobre todo lo que le ha ocurrido a la humanidad en Rusia en el siglo pasado, y que resume así uno de mis historiadores preferidos, Martin Malia: "El socialismo integral no es un ataque contra abusos específicos del capitalismo, sino contra la realidad. Es una tentativa de abolir el mundo real, un intento condenado a largo plazo, pero que durante un determinado período consigue crear un mundo surrealista definido por esta paradoja: la ineficacia, la penuria y la violencia se presentan como el bien supremo.”
“La abolición de la realidad implica la de la memoria [...] De este modo todo un pueblo hacía como si nada hubiese ocurrido y aprendía la historia según elCurso abreviado que el camarada Stalin se había tomado la molestia de escribir él mismo.”
−¡Se ha despachado usted a gusto, Dragó!
−No crea. Lo he hecho a disgusto, porque todo lo que guarda relación con la política me da asco. Y, además, no soy yo quien dice lo que acaba de leer, sino Emmanuel Carrère.
−Si lo cita es porque lo corrobora.
−¿Y usted no?
−A medias...
−Ya. Me lo imaginaba. Si lo aplicamos a la Unión Soviética, dirá que sí, pero si metemos en el mismo saco el régimen totalitario imperante en la España posfranquista... ¡Ah, entonces se llevará usted las manos a la cabeza, me llamará cavernícola y me denunciará a la autoridad incompetente por apología del fascismo!
−¡Ah, no! Eso nunca lo haría! No soy un soplón. Es usted libre de pensar lo que quiera.
−Pero no de decirlo.
−Lo está diciendo.
−A riesgo de que me linchen. Son sus propias palabras. Nadie, ni siquiera Stalin, podía impedir que la gente pensara lo que quisiera, pero ay de quien lo decía. Terminaba en la cárcel o en el hoyo.
−La democracia abolió la pena de muerte.
−Pero resucitó la Inquisición.
−¿La Inquisición?
−¿Acaso no lo es, disfrazada de hermanita de la caridad, esa tenaza de censura a la que llaman corrección política? ¡Si Goya resucitase y mojara otra vez en tinta negra sus pinceles! El sueño de la democracia produce monstruos.
−¿Se refiere usted a la corrupción?
−Sí, pero no sólo... Los daños por ella producidos tienen límites y cura. Hieren, pero no matan. Letal es, en cambio, la deriva que transforma el estado de bienestar en estado de control. No me negará que, pian pianito, hemos llegado a eso...
−Para proteger a los ciudadanos.
−No. Para convertirlos en súbditos y encerrarlos entre rejas mientras los delincuentes campan en libertad. El mundo al revés, amigo. Los socialistas llegaron al extremo de prohibir la tortilla de patatas elaborada con huevos. Los pepeístas no les van a la zaga. ¡Hasta los peatones corren ahora el riesgo de que los sometan manu militari a pruebas de alcoholemia! Son sólo dos ejemplos, anecdóticos, sí, mas no por ello menos simbólicos. ¿Quiere más?
−Pero...
−¡No hay pero que valga! Nos han puesto a todos camisa de fuerza, manoplas en las manos, grilletes en los pies y adormideras en el cerebro. Es curioso que la gente todavía identifique, aunque lo haga cada vez en menor medida, la democracia con la libertad. La casta de los políticos vive de, por y para legislar, paralizando así todo lo que en la sociedad y en la vida privada se mueve, y para ejecutar luego lo legislado con el talonario de las multas convertido en cachiporra. Ahí está el truco. Lo único que de verdad les interesa es hacer caja. No quieren protegernos. Quieren explotarnos. Multar no es castigar. Es cobrar. Otro impuesto, amigo. Cuantas más leyes haya, fuera de las estrictamente necesarias, menos libres seremos. Los vacíos legales, que tanto asustan a los demócratas, son el caldo de cultivo de la libertad y, por añadidura, de la responsabilidad, pues ésta no existe sin aquélla.
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