Esto es lo que podrá decir Génesis Evangelina, la primera hija de transexuales argentinos. "Y si no me aclaro, es mi problema", podrá añadir en el diván del psicólogo. Todo sea en aras de romper las normas de la naturaleza. Que a nada se pliegue mi deseo. Tal es el mensaje explícito del papá-mamá: "Algunos piensan que somos bichos raros.Creen que ser normal es ser heterosexual. ¿Quién determina qué es ser normal? Tenemos los mismos deseos que una familia heterosexual. Somos normales".
Me llamo Génesis y soy la primera hija de transexuales de América. Alexis Taborda me ha parido. Él es mi madre-padre. Alexis se afeita por las mañanas, es fanático de Angelina Jolie y le gusta el fútbol, pero tiene vagina. Mi padre es un hombre en un cuerpo de mujer. Karen Bruselario, mi mamá, tiene pechos, usa ropa ajustada y le gusta bailar entre plumas en el Carnaval, pero tiene pene. Ella ha nacido en el cuerpo de hombre.
Soy la única hija que ha nacido del vientre de un padre.El DNI ha reconocido el cambio de sexo de mis padres, pero ellos han mantenido sus órganos genitales. Se conocieron, se enamoraron y decidieron traerme a este mundo de manera natural. Llegué en la medianoche del miércoles y pesé 4,25 kilos.
He alegrado a mi familia, pero también he liberado a mi padre de una tortura. Fueron nueves meses de horror. Él mismo lo ha dicho. Yo lo he escuchado llorar frente al espejo cuando notaba que le crecían los pechos. Sus caderas se han ensanchado, su voz ha comenzado a hacerse más aguda. Alexis ya no es el hombre que ha enamorado a mi mamá: ha engordado 33 kilos.
Mi papá ha cambiado su identidad masculina, esa que tanto le ha costado, por este cuerpo materno que hemos compartido. Por mí, ha abandonado esos seis años de tratamiento lo que hacían lucir como un varón. Hace más de un año que no se inyecta testosterona.
Embarazo horrible
«El embarazo ha sido duro, horrible, muy duro»,se quejaba cuando le pateaba dentro de la barriga. Pero nunca se ha arrepentido de haber tomado la decisión. Moverme en su vientre ha sido traumático para los dos. Apenas me movía mi padre se echaba a llorar en la cama. Le molestaba. Ha llegado a decir que era una «pesadilla», aunque luego siempre repetía que me amaba. Mi mamá lo consolaba. Decía que era lógico que no tuviera ese instinto maternal. Él repetía que quería disfrutarme una vez que estuviera afuera. Karen, en cambio, me hablaba, acariciaba la barriga. Mi mamá me ha prometido una vida de felicidad y, aunque recién nos estamos conociendo, confío en ellos.
Alexis ha decidido que estos nueve meses terminaran lo mejor posible: he nacido por cesárea. Él estaba seguro de que el parto natural sería «un shock traumático» difícil de superar. Su sacrificio era la única forma de que estuviéramos juntos: adoptar niños es prácticamente imposible en la Argentina para transexuales. Estoy orgullosa de mis padres.
Me he enterado últimamente que hará otro esfuerzo: se sacará la leche materna de sus pechos y la pondrá en un biberón para que la beba con mi madre. Alexis ya ha decidido que mantendrá activa su lactancia durante siete meses. Después pasará por el quirófano las veces que sean necesarias para convertirse en un hombre de pies a cabeza. Creo que mi presencia pudo haberlo hecho dudar: al comienzo decía que iba a realizar todas sus operaciones (incluso colocarse un pene). Hace pocos días ha confesado que se quitará los pechos, pero que el cambio de sus órganos genitales «tiene que pensarlo mejor». Será difícil, pero no he perdido la esperanza de tener un hermanito.
En el bus
Esta historia ha comenzado el 9 de mayo de 2012 en un bus. Mis padres son militantes por los derechos de los transexuales. Viajaban desde Rosario a Buenos Aires para apoyar la Ley de Identidad de Género, la norma que les ha permitido cambiar su identidad (junto a otros 3000 argentinos). Son legalmente mujer y hombre.
«Cuando lo vi sentí algo distinto. Me quedó marcado», repite mi mamá cada vez que le preguntan por aquel cruce de miradas. Se enamoraron. «Teníamos miedo porque a mí me gustan los hombres-hombres», dijo Karen recostada sobre el sillón de Susana Giménez, la conductora de televisión más famosa de la Argentina. «Y a mí me gustan las mujeres-mujeres», replicó mi papá, mientras la conductora blonda escuchaba atónita, con sus ojos bien abiertos, esta historia de amor. Y confesaron que tuvieron algunos inconvenientes en sus primeros encuentros íntimos. Nada que a mí me interese saber.
El sexo
Yo he nacido mujer y aún no sé qué haré de mayor. Mis papis están convencidos de que seré una niña que guste de niños, que seré «como todos». Ya han dicho que mi sexo no tendrá nada que ver con lo que han pasado ellos.
Mis papas me imaginaron por primera vez en una heladería de Rosario. Alexis no se inyectaba testosterona hacía cinco meses porque las hormonas no llegaban a esa ciudad. Era el momento. Él ya tenía decidido que pasaría por el quirófano para concretar su transformación. El retraso fortuito en el tratamiento por la falta de las medicinas y su amor por mi madre abrieron esa gran posibilidad. Karen no dudó un instante: era el sueño de toda su vida. No tenían trabajo, no tenían casa, decían. La tentación de tener un hijo era muy grande. Mis papás no han podido ingresar en el mercado laboral por la discriminación que han sufrido por ser transexuales. Alexis ha estudiado administración. Mi madre no ha tenido esa suerte. Cuando tomó la decisión de ser una mujer, a los 14 años, dejó su casa y comenzó a alquilar su cuerpo. Trabajó casi la mitad de su vida en la noche hasta que los llantos desesperados de mi padre la han hecho cambiar de opinión. Por suerte, hace cuatro meses ha dejado ese trabajo.
Venta callejera
Ahora vendemos donuts por las calles de Victoria,una ciudad de 40.000 habitantes a 340 kilómetros de Buenos Aires, mi hogar. Mi madre cocina; mi padre y yo salimos a la calle. Caminamos dos o tres kilómetros, lo que haga falta. No importa si llueve o hace frío, ahí estábamos, con el pan bajo el brazo. Vivimos en un apartamento compartido con una compañera transexual de mis papis que será mi madrina.
Cuando fueron a la médica, mi mamá estaba preocupada: tenía miedo que esa vida tan dura le jugara una mala pasada con alguna enfermedad. Mi papi, en cambio, quería saber si los restos de testosterona podían ser nocivos para mi crecimiento. Pasaron los chequeos sin complicaciones; esperaron tres meses a que Alexis eliminara por completo las hormonas que lo hacían lucir como hombre para que comenzara nuevamente su ciclo femenino.
La menstruación
Su primera regla apareció en marzo. El 3 de mayo se encerraron en el baño. Ya habían tenido un intento fallido, no querían ilusionarse demasiado. «Dámelo a mí, que yo voy a hacer la mamá», dijo Karen y le arrancó el test de embarazo de las manos. Abrazos, llantos y besos por la noticia.
Se casaron el 29 de noviembre, cuando ya llevaba ocho meses en la barriga. Pude sentir los golpecillos de los granos de arroz que le arrojaron sus amigos.
Recién he llegado a casa. En estas horas ya he recibido el cariño de todos: mis abuelos, que se han mudado al lado para estar más cerca. Mis tíos también. Hasta me he ganado a la tía, que nunca terminó de aceptar el cambio de sexo de mamá.
El Papa Francisco
Ahora iré por el premio mayor: el Papa Francisco. Mamá le ha escrito por Twitter y también ha contactado a sus asistentes por correo electrónico. Quiere contarle su historia con papá, presentarme como un milagro del amor (siempre repite esa frase) y luego casarse con un vestido blanco de película. Está tan entusiasmada que ya ha arreglado mi bautizo, aunque el cura ha dicho que es algo «insólito».
Mis papis dicen que tiempo al tiempo, que cuando crezca me irán contando esta historia. Mi mamá sueña con verme crecer en el jardín de su casa, corriendo entre sus perros.
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