"Nunca mais" les vimos aparecer

El chapapote de Ibiza deja en calzoncillos al ecologismo español

Tras los incendios de Andalucía, Guadalajara (once muertos) y Galicia, el chapapote de Ibiza culmina una legislatura calamitosa desde el punto de vista ecológico. Pese a ello, los movimientos supuestamente ecologistas que llenaron las calles hace cinco años se han evaporado. El domingo, mientras la ministra Narbona reconocía que el chapapote ha llegado al Parque Natural de Ses Salines, los portavoces de Nunca Mais decían que “no iban a valorar esta crisis”. Dos conclusiones. Una: el Gobierno no ha hecho nada para evitar que pudiera repetirse un Prestige. La otra: el ecologismo español ha demostrado no ser más que una prolongación de las estrategias de la izquierda. Funesto.

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Contra su optimismo de este fin de semana, la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, ha terminado por confirmar que la mancha de fuel que flota frente a la costa de Ibiza ha llegado al Parque Natural de Ses Salines: el chapapote ha traspasado las barreras de protección y ha irrumpido en las aguas de esta zona protegida. Narbona aún decía el domingo que el combustible no había llegado a las playas; ese mismo día, testigos presentes en la zona aseguraban que las rocas ya están manchadas. 

El desastre

Todo empezó cuando el buque mercante “Don Pedro”, de la compañía Iscomar, chocó con el islote Dau Gros, el miércoles de madrugada, frente al puerto de Ibiza. La nave transportaba 150 toneladas de fuel y 50 de gasóleo, parte de las cuales se vertieron en las aguas ibicencas creando una mancha de 3,5 millas de ancho. El choqué provocó, además, que diez personas tuvieran que ser trasladadas al Hospital de Can Misses con cuadros de ansiedad, traumatismos o heridas leves e hipotermia. 

El fuel empezó a avanzar, debido, entre otras cosas, al viento de Levante. Talamanca fue la primera de las playas urbanas de la isla que se vio afectada por los movimientos del petróleo. Después le tocó el turno a Figueretas y por último a Playa den Bossa. Las tres permanecen cerradas con sendos carteles que rezan “Prohibido el baño”. El fuerte olor del combustible ahuyentaba a los bañistas. A ello se une el constante goteo de anulaciones de reservas que están registrando los hoteles de la zona.

La escasez de medios materiales y humanos y la falta de reflejos de aquellos que, en las primeras horas, relativizaron el incidente, han permitido que el fuel haya ganado millas y se haya adentrado en el litoral, ocasionando graves perjuicios a la rica flora y fauna del lugar. 

Cuando los operarios de limpieza intentaron retirar el chapapote que contorneaba la orilla, sus máquinas removieron la arena y sólo consiguieron que el fuel se filtrara. La pleamar, en sólo dos horas, sacó a la superficie todo lo que las máquinas habían sepultado. La playa estaba sucia de nuevo. Sólo varias horas más tarde empezaron a utilizarse barreras absorbentes para “tragarse” el vertido que llegaba a la costa.

La versión oficial: pura inepcia 

Sin embargo, la versión oficial, a cargo de Magdalena Álvarez, la titular de Fomento, era optimista. “Las labores de limpieza de los cinco kilómetros de litoral podrían concluirse en menos de dos semanas. Lo que era una gran mancha es ahora un pequeño reguero”, decía la ministra después de que se hubieran recogido treinta toneladas de contaminante. Este fin de semana la mancha seguía ampliándose.

“Es cuestión de días que las playas cerradas por la presencia de combustible puedan abrirse de nuevo”, dijo también la ministra en una rueda de prensa celebrada en Ibiza. Pese a que el fuel se había vertido en una zona cercana al Parque Natural de Ses Salines, la ministra Álvarez insistía en que “no existe información de que haya llegado material contaminante al área protegida”. Pero el chapapote terminó llegando a Ses Salines. 

Más meteduras de pata ministeriales: la grieta de la tubería por la que se ha vertido el fuel –decía la ministra- ha sido ya sellada gracias a los equipos de inmersión movilizados. De esta forma se había taponado la última vía de escape de crudo que quedaba, tras sellarse el jueves tres respiraderos. Pero el barco, mientras tanto, seguía perdiendo crudo.

¿Y los ecologistas?

Mientras el Ministerio de Fomento demostraba una ineptitud clamorosa, los grupos ecologistas españoles yacían en un estruendoso silencio. Estruendoso porque lo decía todo, especialmente si comparamos la situación con la del hundimiento del Prestige frente a las costas gallegas.

La organización ecologista Greenpeace sí ha hecho algo: anunció que había denunciado a la naviera Iscomar por entender que el vertido de combustible en la costa de Ibiza puede suponer un delito ecológico. Su barco, el  Rainbow Warrior navega por Ibiza en el marco de la campaña contra la degradación del Mediterráneo por los vertidos de hidrocarburos.

Respecto a los movimientos “espontáneos” que llenaron las calles de España hace cinco años, nadie les ha visto el pelo. Este fin de semana, portavoces de Nunca Mais, la plataforma que pidió la cabeza del Gobierno Aznar en pleno por el accidente del Prestige, declaraba moderadamente que “no va a entrar a valorar esta crisis”. ¿Por qué? Es obvio. La conclusión también es obvia: aquella marejada ecologista no fue más que una maniobra política de partido; no había ecologistas en la calle. Dura lección para los ecologistas de verdad, que a partir de ahora deberían pensar mejor a qué brazo se agarran.

La crisis del chapapote de Ibiza es el enésimo tropiezo del gabinete Zapatero en materia ecológica. Bajo la superficie de un discurso que vendió a los españoles oposición ecologista al Plan Hidrológico y lucha contra el cambio climático, lo que hemos tenido es una ineptitud generalizada: la alternativa al Plan Hidrológico es mucho más contaminante que el Plan, la intervención efectiva contra incendios tan graves como los de Andalucía, Guadalajara o Galicia ha sido simplemente nula, y ahora tenemos un chapapote que demuestra que, pese a la enorme bronca política montada en su día, nadie ha hecho nada por impedir que ocurrieran accidentes como el del Prestige.

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