¿Le gusta a usted la comida mejicana?

Descubren cultivos de chilis con mil años de antigüedad

Ya suponíamos que esto no lo inventó Hernán Cortés. Dos investigadores del Smithsonian en Michigan, probablemente fanáticos de la comida mejicana, han descubierto que las gentes del actual México vienen cultivando chiles picantes desde hace no menos de mil años. Al menos diez tipos de pimientos picantes han aparecido en el sitio arqueológico de Guila Naquitz. ¿Y por qué? Porque la comida picante, en lugares cálidos, ayuda a combatir el calor mediante el conocido “efecto botijo”. Cosas que debe usted saber antes de meterse una buena enchilada con jalapeños.

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Parece ser que a los antiguos indios americanos les gustaba la comida realmente picante. Así lo creen los científicos que han analizado distintas capas de terreno -de unos mil quinientos años de antigüedad- en México. Su estudio, publicado esta semana con el resultado de la investigación, dice que los habitantes de México plantaban unos diez tipos de pimientos picantes distintos.

Trabajando en los terrenos de Guila Naquitz y en la cueva de Silvia, en Mitla, cerca del sur de México, los investigadores Linda Perry y Kent Flannery identificaron unos diez cultivos de pimientos distintos que databan de unos quinientos o mil quinientos años de antigüedad, tal y como se dice en el sumario de su estudio.

Este yacimiento se caracteriza por haber preservado de forma inmejorable los restos de plantas de una antigüedad de unos diez mil años. Son los restos de cientos de años de cultivos de calabacines, maíz, alubias, aguacates y pimientos, hoy en día base de la cocina mexicana.

En los  terrenos de Guila Naquitz se han encontrado siete tipos distintos de pimientos, mientras que en la Cueva de Silvia han aparecido tres. “Para mí, lo realmente interesante es que, gracias a esta evidencia, es posible determinar si utilizaron estos pimientos secos o frescos”, dijo Perry, quien trabaja para la Institución Smithsonian del Museo de Historia Natural. “Estos hallazgos nos demuestran que la antigua comida mexicana es muy parecida a la actual”, añadió.

Según el estudio, las cuevas en las que se encontraron estos restos fueron utilizadas por las personas de la zona, de habla zapotec, para almacenar los alimentos, a modo de alacenas. Perry y Flannery, de la Universidad de Michigan, no pudieron determinar si los pimientos encontrados corresponden a especies modernas. En opinión de estos dos investigadores, “para realizar cualquier tipo de comparación es necesario realizar un análisis genético.”

“Este descubrimiento es la evidencia de la sofisticación de la agricultura y la cocina mexicana en aquél momento”, dijo Perry. “No plantas siete tipos de pimientos distintos a no ser que estés cocinando un plato realmente preparado.”

El efecto botijo

La abundancia de alimentos picantes en regiones cálidas es un perfecto ejemplo de la adaptación humana al medio. Porque la comida picante, contra lo que pueda parecer, refrigera el cuerpo. El mecanismo natural es muy semejante al que se produce en el interior de un botijo.

El botijo, ese gran invento español, no es sólo un lugar para guardar el agua, sino que es un refrigerador. El botijo refresca el agua porque está hecho de una arcilla porosa. Esa porosidad facilita la tendencia del agua a la evaporación. Al evaporarse, el agua debe sublimarse, es decir, transformarse en estado gaseoso. Eso exige que absorba calor de algún lado; la absorbe del resto del agua, a la que, por así decirlo, le roba el calor, y así la refrigera (por eso, por cierto, nunca hay que barnizar un botijo: le taparía los poros).

El efecto de la comida picante sobre el cuerpo es muy similar: produce un calentamiento interior que tiende a salir hacia fuera en forma de sudor, porque nuestra piel, como el botijo, es porosa. En la operación, el interior del cuerpo se refrigera.

Los antiguos mejicanos –ya no prehispánicos, sino incluso preaztecas- conocían el “efecto botijo”. Quizá lo habrían explicado de otra manera, pero habían descubierto la relación directa entre la ingestión de productos picantes y la refrigeración del cuerpo. Los europeos, mientras tanto, conocíamos de sobra los benéficos efectos del botijo mismo. ¿Quién dijo progreso?    

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