“Nos enfrentamos a una extinción masiva”, dice uno de los autores. “Ya está cambiando el mundo”, señala otro. “Cientos de millones de personas se verán amenazados por las inundaciones provocadas por el aumento del nivel del mar, especialmente cuando se derritan los polos”, auguran estos científicos. “No habrá lugar donde esconderse”, vaticina Greenpeace. “En España empezará a notarse a partir de 2020”, asegura nuestro Gobierno.
La ONU ha elaborado cuatro informes sobre el cambio climático. El primero, que se publicó en febrero, sostenía que el hombre es el causante del calentamiento del planeta por la emisión a la atmósfera de gases de “efecto invernadero”. El segundo, que ha aparecido ahora, estudia los efectos del fenómeno en la Tierra. Ayer se hicieron públicos los “escenarios regionalizados” sobre el efecto del cambio climático; en Madrid se presenta el correspondiente a los países mediterráneos. El tercer informe, que se publicará en mayo, analizará cómo paliar los efectos de las concentraciones de gases de efecto invernadero. El informe general será entregado a los principales líderes mundiales antes de la reunión del G-8, en el mes de junio.
Las cosas, sin embargo, distan de estar claras. Elmanifiesto.com ha consultado a distintos expertos. Sobre la base de sus opiniones hemos construido el siguiente cuestionario: todo lo que usted siempre quiso saber sobre el cambio climático y nadie se atrevió a contarle.
Un cambio de clima no es lo mismo que un cambio climático
Un cambio de clima es una alteración en las pautas medias de temperatura y precipitaciones. Se trata de cambios irregulares, esporádicos, no constantes ni acumulativos. Los estudios periódicos del clima en ciclos medios –un decenio, por ejemplo- ofrecen numerosos ejemplos de este tipo de cambios, perceptibles sobre todo en la regularidad de los valores medios en cada estación.
El término “cambio climático” designa otra cosa: una alteración no sólo profunda, sino, sobre todo, constante y prolongada de los valores térmicos habituales en todo el planeta. Se trata de cambios que se producen en plazos muy largos y que, por consiguiente, carecen de registros exactos, pues nuestros datos precisos sobre el clima no llegan más allá del siglo XIX. Es posible medirlos, sin embargo, recurriendo a la geología y a la paleontología; por ejemplo, estudiando las sucesivas capas de hielo acumuladas durante milenios en la Antártida o las características de los fósiles animales y vegetales. Una glaciación es un caso típico de cambio climático.
Por qué se habla hoy de cambio climático
Se habla de cambio climático porque la suma de datos obtenidos durante un periodo concreto, en diferentes países de distintas latitudes, puestas en relación entre sí y proyectadas en una secuencia temporal determinada, ofrecen una tendencia constante. Esa tendencia es lo que se define como “calentamiento global”, fenómeno que puede observarse en los años precedentes y que puede calcularse –a título de hipótesis- para los años posteriores. Hay que subrayar que la predicción de la tendencia depende de los datos introducidos en el análisis: hace treinta años, por ejemplo, lo que se nos auguraba no era un calentamiento, sino una inminente glaciación.
¿Es por la acción humana o es un fenómeno natural?
Este es el gran debate. Los informes de la ONU parten de la base de que estamos ante un cambio climático producido “muy probablemente” por la acción humana, y en particular por la emisión excesiva de gases –por ejemplo, el CO2- a la atmósfera, gases que provocarían el llamado “efecto invernadero”. Sin embargo, otras muchas voces sostienen que haría falta una acción humana mucho más prolongada y mucho más intensa para poder alterar el comportamiento global del clima; estas últimas versiones atribuyen los cambios en el clima a la actividad de las manchas solares y su repercusión sobre el planeta. Contra lo que parece, el debate está lejos de haber encontrado una solución satisfactoria.
Las pruebas son verosímiles, pero no concluyentes
Las pruebas que avalan la teoría de un cambio climático provocado por la acción humana distan de ser concluyentes. La clave de la cuestión reside en la fiabilidad de las modelizaciones generadas por ordenador: la aplicación de la teoría de modelos al comportamiento del clima, para ser enteramente fiable, requeriría demostrar previamente la exactitud de los datos de épocas pasadas, es decir, épocas sobre las que sólo podemos emitir hipótesis, porque carecemos de registros precisos (nadie llevó una medición de temperaturas y precipitaciones durante el Imperio Romano, por ejemplo).
Además, el clima es un terreno en el que intervienen tantas variables relacionadas entre sí (corrientes marinas en un punto del globo que determinan tal o cual régimen de lluvias en otro punto distinto, pongamos por caso) que no es posible reconstruir un panorama con mínimas garantías de precisión. La cuestión no es que las pruebas recogidas sean falsas, sino que son insuficientes.
Este es el motivo por el que voces muy numerosas y muy relevantes de la comunidad científica vienen advirtiendo, desde hace quince años, contra los excesos del “terror verde”. Un buen ejemplo son las declaraciones de Heidelberg y Leipzig, por ejemplo, en los años noventa. Pero la mayor parte de la prensa española ignora estos documentos.
Si las pruebas no son concluyentes, ¿por qué se les presta tanto crédito?
Se presta tanto crédito a las alarmas sobre el cambio climático por una combinación de razones distintas:
a) Por razones de interés objetivo. Aunque las pruebas sobre un calentamiento provocado por el hombre no sean concluyentes, el deterioro ambiental de numerosas zonas del planeta es un hecho irrefutable, como también lo es la forzosa caducidad de un modelo de desarrollo basado en la explotación de recursos escasos por definición. Si la alarma sirve para contrarrestar estos otros dos males, muchos la dan por bienvenida.
b) Por razones ideológicas. El tema del colapso del sistema económico capitalista es un clásico de las ideologías modernas desde Malthus y Marx. Ambas han teñido de manera muy clara el trabajo de las instituciones internacionales desde la “guerra fría” (véase el paradigmático caso de la UNESCO). Tras el hundimiento del socialismo “científico” –recordemos que se llamaba así-, la versión izquierdista de la ideología “verde” ha tomado el relevo proponiendo un horizonte de colapso inmediato si no se detiene el crecimiento económico. Una “ideología científica” ha sustituido a la otra.
c) Por razones político-económicas. En la medida en que los informes de la ONU implican la exigencia de que los países más poderosos limiten su crecimiento, los países medios o pobres, que son la gran mayoría, ven aquí una oportunidad para reducir diferencias, desplazar parte de la producción internacional hacia sus propios territorios y disminuir el poder de los “gigantes” internacionales.
¿Es posible luchar contra un cambio climático?
Los informes de la ONU apelan a la responsabilidad de los Estados para luchar contra el cambio climático. Ahora bien, la mayor parte de los científicos coincide en que un cambio climático no se puede controlar por medios humanos. Aquí el razonamiento se hace circular. ¿El hombre puede provocar un cambio de clima en una dirección y, sin embargo, no en la dirección contraria? En ese caso, para luchar contra las consecuencias del “calentamiento global” no tendríamos más remedio que echar mano de los recursos técnicos a nuestra disposición: desalar aguas marinas, refrigerar núcleos urbanos, etc., para lo cual, a su vez, necesariamente tendremos que consumir más energía.
Las medidas que propone la ONU
Aunque la ONU se ha cuidado muy mucho de dictar medidas concretas a los gobiernos –eso se verá entre mayo y junio-, el imperativo de reducir la emisión de gases de “efecto invernadero” implica forzosamente una disminución del ritmo de producción industrial en los países más desarrollados.
Consecuencias socioeconómicas de esas medidas
El decrecimiento del desarrollo industrial generará inevitablemente alteraciones muy hondas en la estructura socioeconómica de los países más “avanzados”. Prácticamente todas las variables del sistema socioeconómico dependen estrechamente de la cifra del Producto Interior Bruto: a menor producción, menor riqueza, luego menor reparto. Esto es algo que resulta menos abstruso si pensamos en las pensiones, por ejemplo, o en la cobertura de desempleo. Es una de las razones fundamentales por las que los científicos críticos hacia el “terror verde” advierten contra los excesos en este terreno.
¿Quién se opone a las medidas de la ONU?
Esencialmente, los grandes productores y transformadores de materias primas que emiten gases de “efecto invernadero”: Estados Unidos, Rusia, China, India y Arabia Saudita.
¿A quién benefician las medidas de la ONU?
Por un lado, a las potencias pequeñas, que apenas se verán afectadas por las restricciones en la producción. Por otro, a los grandes productores de energías que no generan gases de “efecto invernadero”, especialmente la energía nuclear.
Un poco de sentido común
1- Es indudable que asistimos a alteraciones notables del clima.
2- No hay certidumbre científica, al cien por cien, de que estemos ante un cambio climático.
3- Es indudable que la emisión de gases de “efecto invernadero” –entre otros muchos materiales- perjudica al sistema ecológico del planeta.
4- No está completamente demostrado que tales gases estén provocando un cambio climático.
5- La adopción de medidas de protección del entorno natural, moderación del crecimiento industrial y auxilio a las regiones más desfavorecidas del planeta parece, hoy, una exigencia objetiva, pero no por el “cambio climático”, sino por el deterioro ecológico, la desestructuración social y los crecientes desequilibrios entre países ricos y países pobres.
6- La “ideología de la alarma”, tal y como se exhibe hoy desde la ONU y determinadas asociaciones internacionales, puede provocar más problemas que soluciones.