MARK STEYN/FUNDACIONBURKE.ORG
La revista Time ofrecía en su portada la fotografía icónica de los marines de Estados Unidos izando la bandera en Iwo Jima. Pero con una diferencia: la bandera había sido reemplazada por un árbol. El director editorial de Time, Rick Stengel, estaba muy agradecido a los tipos de grafismo por inventar esta agradable imagen, y en todas las mesitas de café se hablaba de ese ingenioso retoque visual de lo que él califica como el mayor desafío al que se enfrenta la Humanidad: “Cómo ganar la guerra contra el calentamiento global”.
¿Por dónde empezar? Durante los 10 últimos años, en realidad no nos hemos estado calentando, sino enfriando ligeramente, lo cual es el motivo de que los eco-guerreros hayan adoptado el apelativo polivalente para meter miedo de cambio climático. Pero asumamos que los editores de Time no se están refiriendo al siglo en el que vivimos, sino al anterior, donde tuvo lugar un incremento mensurable de la temperatura de alrededor de un grado. De eso trata la guerra: un grado.
Si la izada del árbol es Iwo Jima, un aumento de un grado no es exactamente Pearl Harbor. Pero el general Stengel quiere involucrarnos en una guerra preventiva. Los editores de Time serían los primeros en deplorar tal militarismo aplicado, digamos, el programa nuclear de Irán, pero apropiarse del lenguaje de la guerra para todo lo que no sea la guerra real se ha convertido en el hábito de la opinión progresista.
De manera que ciñámonos al árbol. En mis dominios de New Hampshire, tenemos más árboles que hace 100 ó 200 años. Mi ciudad está forestada en más de un 90%. Unos cuantos árboles más y tendría que ir de liana en liana para hacerme con mi ejemplar de la revista Time que poner sobre la mesa del café. Lo mismo en Vermont, donde no hace mucho, en St. Albans, me encontré atascado detrás de un partidario de Hillary conduciendo una cafetera ecológica mostrando la pegatina To save a tree remove a Bush. Muy ingenioso. Y aún más ingenioso cuando se considera que en ese margen de la autopista 7 no hay nada que ver al norte, sur, este y oeste excepto arces, abetos, abedules, pinos y lo que pida. Se mire por donde se mire, por árboles en Vermont no será.
Así que, ¿dónde quieren plantar su árbol los Generales de la revista Time exactamente? Presumiblemente, al igual que en Iwo Jima, en suelo extranjero. Son todos estos tipos del Tercer Mundo haciendo el mico con sus selvas tropicales los que se niegan a compartir el sofisticado respeto Euro-americano al árbol. En la iconografía de Time, el árbol es la bandera y es una enseña del eco-colonialismo.
Un desastre “humanitario”
¿Y en qué isla perdida ha sido plantado? En Haití, el primer ministro Jacques Eduard Alexis fue relevado del cargo el 12 de abril. Aunque la historia no le recordará en absoluto, podría tener la distinción de ser el primer jefe de Estado en ser víctima del calentamiento global, o de esa guerra contra el calentamiento global por la que la revista Time se siente patriótica. Al menos cinco personas han sido asesinadas en disturbios por comida en Port-au-Prince. Los precios se han disparado un 40% desde el pasado verano y, como informaba Deroy Murdock, algunos ciudadanos están subsistiendo ahora a base de galletas fabricadas a partir de sal, aceite vegetal y desechos. Galletas basura: nutritivas, sabrosas y ¿baratas? Bueno, una de cada tres no está mal.
Al contrario que el calentamiento global, los disturbios por comida son un fenómeno a escala planetaria, desde Indonesia a Pakistán pasando por Costa de Marfil, así como los episodios violentos por tortillas en México y hasta manifestaciones de pasta en Italia.
¿Qué sucedió?
Bien, los gobiernos occidentales escucharon a los eco-guerreros e introdujeron en vigor algunas de las medidas de tiempos de guerra a las que ellos han venido instando. La Unión Europea decretaba que el 5,75% de la gasolina y diesel tiene que proceder de biocombustibles antes de 2010, alcanzando el 10% para 2020. Estados Unidos incrementaba su subsidio al etanol de 51 centavos el galón promulgando un incremento quíntuplo en la producción de “biocombustibles” antes de 2022.
El resultado es que el Gran Gobierno logró de un golpe lo que el libre mercado nunca podría haber logrado: convirtió el suministro de comida en subsidiario de la industria energética. Cuando desvías el 28% del grano americano a la producción de combustibles y artificialmente lo haces más valioso como combustible que como comida, ¿por qué sorprenderse de que de pronto tengas menos para comer? O, siendo más precisos, no es usted el que tiene menos para comer, sino esos campesinos hambrientos de países distantes por los que usted afirma preocuparse tanto.
Ahí queda eso. En el gran esquema de las cosas, unos cuantos nativos muertos de inanición con vientres dilatados son un pequeño precio a pagar por salvar el Planeta, ¿correcto? Excepto porque convertir comida en combustible al planeta no le sirve de nada, para empezar. Ese árbol que los marines norteamericanos están izando en Iwo Jima probablemente sería talado para abrir espacio destinado a un campo de producción de maíz para etanol: los investigadores de Princeton calculan que, hasta la fecha, la “deuda de carbono” generada por el arbolicidio de los biocombustibles precisará de 167 años para amortizarse.
El desastre de los biocombustibles es fanatismo del calentamiento global condensado: las primeras víctimas del ecologismo farisaico siempre serán los países en desarrollo. Para que usted pueda echar biocombustible en su coche Prius y sentirse bien consigo mismo sin ningún motivo, gente de carne y hueso en lugares distantes tendrá que pasar hambre hasta morir de inanición. El 15 de abril, The Independent, el rotativo británico impecablemente progresista, editorializaba:
“La producción de biocombustible está devastando enormes franjas de medio ambiente del mundo. Así que, ¿por qué demonios el Gobierno nos está obligando a consumir más?”
¿Quiere The Independent la respuesta corta? Porque el Gobierno cometió el error de escuchar a la gente como The Independent. He aquí al mismo Independent que viste y calza en noviembre de 2005:
“Por fin, alguna señal refrescante de pensamiento inteligente en materia de cambio climático sale de Whitehall. El ministro de Medio Ambiente, Elliot Morley, daba a conocer hoy en una entrevista con este periódico que el Gobierno está elaborando planes para imponer “obligaciones de biocombustibles” a las petroleras… esto tiene el potencial de ser la mayor innovación verde del mercado petrolero británico desde la introducción de la gasolina sin plomo…”, etc.
No son los militaristas del movimiento ecologista los que van a cosechar lo que afirman que hay que plantar, pero a nosotros no nos debería caber duda de a quién echar la culpa: a los activistas tiránicos y sus animadoras mediáticas, y a los políticos veletas que insisten en que la ciencia está decidida y que aquellos que cuestionan si existe o no alguna crisis son (según la designación del llamativamente orondo Al Gore) “revisionistas”.
Cada uno de los tres candidatos presidenciales ha bebido el Tang-etanol y está comprometido con soluciones del Gran Gobierno. Pero como confirma el giro de The Independent, tan en redondo que derrapa, los eco-santurrones no guardan ninguna relación con la consistencia. Los políticos que navegan según sopla el viento, no deberían sorprenderse al descubrir que la suave brisa procede de la turbina de los medios y que acaba de cortarles las alas.
Independientemente de si tiene lugar un calentamiento global muy ligero o un enfriamiento global muy ligero, no hay necesidad de una guerra contra ninguna de las dos cosas, y ninguna de dejar suelta a una plaga de eco-langostas sobre el suministro de comida. Así que, ¿por qué sorprenderse de que las soluciones totalitarias a problemas míticos acaben provocando una devastación real? En cuanto al árbol de Time, que lo planten cuanto antes: ayudará a ocultar la visión de campesinos hambrientos hasta donde se pierde la vista.