¿Cambio climático o cambio energético?

La ceniza del carbón es más radiactiva que los residuos nucleares

La ceniza del carbón produce más radiación que los residuos de las centrales nucleares. Los productos utilizados para la combustión del carbón natural disparan los niveles de uranio y torio. En la estela del debate sobre el cambio climático y la adaptación de las fuentes de energía, Scientific American ha publicado un informe que viene a dar la razón a quienes consideran “más ecológica” la energía nuclear. Sin olvidar que, por otro lado, la proscripción del carbón parece una medida orientada a lesionar a los países en vías de desarrollo. En todo caso, ahí está el dato. Usted léalo y saque sus conclusiones.

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La historia la ha contado Mara Hvistendahl en la edición on line del Scientific American (www.sciam.com): en la ceniza de la hulla hay mayor concentración radiactiva que en las plantas nucleares. Hasta ahora se sabía que el carbón es responsable de problemas como los accidentes mineros, la lluvia ácida y los gases de efecto invernadero, pero esto de la radiación es nuevo. El dato lo han aportado recientes estudios cuya conclusión puede resumirse así: los residuos de las plantas de extracción carboníferas son actualmente más radiactivos que los generados por las centrales nucleares, porque en el proceso de tratamiento del mineral interviene un elemento, el llamado fly ash, que contiene cien veces más radiación que los residuos nucleares.
 
En estado natural, el carbón contiene uranio y torio, que son elementos radiactivos. Esto no es un problema, porque los niveles de concentración son muy bajos. Pero cuando ese carbón se trata con el fly ash para su combustión, el uranio y el torio se eleva hasta diez veces por encima de sus niveles originales. Con alguna frecuencia el uranio procedente del fly ash permanece en las tierras y las aguas aledañas a las plantas carboníferas; las pernas que vivan en el área de “sombra” de una de esas plantas –en un radio de entre un kilómetro y kilómetro y medio- recibirán pequeñas dosis de radiación. A veces el fly ash permanece en las minas abandonadas, lo cual representa un riesgo potencial para las personas que vivan en esas áreas.
 
Una vieja polémica
 
Desde 1978 se sabe que el problema existe. En la revista Science, el equipo de J.P. McBride, del Oak Ridge National Laboratory, estudio las concentraciones de uranio y torio en el fly ash de plantas carboníferas de Tennessee y Alabama. Midieron la exposición a la radiación en las áreas vecinas a plantas carboníferas y la compararon con los niveles de exposición en torno a reactores y refrigeradores de plantas nucleares. Constataron que la radiación recibida por la gente que vivía cerca de las plantas de carbón era igual o mayor que la de la gente que vivía en torno a plantas nucleares. En casos individuales, pudieron cifrar esa radiación en 18 milirems por año, mientras que alrededor de las centrales nucleares se absorbía entre 3 y 6 milirems (el rem, o Roentgen Equivalent Mammalian, es una unidad de medida de la radiación ionizante aún vigente en los países anglosajones; hoy se usa más el Sievert, abreviado SV. Un Sv equivale a 100 rems). Al estudiar los alimentos que crecían en ambas áreas, constataron que el porcentaje de radiación absorbida por los productos cultivados cerca de las plantas de carbón era entre 50 y 200 veces superior a los otros. Para poner esas cifras en perspectiva, señalemos que normalmente absorbemos unos 360 milirems al año de radiación por fuentes naturales y causas humanas, desde los materiales que componen la corteza terrestre hasta los residuos de pruebas nucleares o la radiación cósmica.
 
Hoy China e India emplean abundantes plantas carboníferas para su desarrollo, y no dejan de crearlas; en China se construye una nueva cada diez días. En los Estados Unidos, la energía procedente del carbón representa aproximadamente la mitad de la electricidad producida. Pero como producen gases de efecto invernadero, hoy hay muchas voces a favor de la energía nuclear. China quiere cuadruplicar su capacidad nuclear de aquí a 2020, y los Estados Unidos se proponen construir más de treinta nuevos reactores en las próximas décadas.

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