Degradación del medio natural, contaminación, agotamiento de los recursos naturales… ¿Puede haber un crecimiento infinito en un mundo finito? La actual civilización industrial no podrá extenderse al conjunto del planeta. El “desarrollo sostenible” no hará más que aplazar temporalmente las consecuencias si no se rompe con la lógica del “cada vez más” y la búsqueda permanente del beneficio financiero. Hay que romper con la hegemonía de los valores mercantiles y volver a plantear el problema de la relación del hombre con la naturaleza. Ese es el planteamiento de Alain de Benoist en su último libro: Demain la décroissance. Penser l’écologie jusqu’a bout (Edite, 2007). En esta entrevista nos lo explica.
GRUPPO OPIFICE
El consumo de energía continúa creciendo. ¿Qué opina usted sobre las llamadas energías alternativas, como la eólica o la fotovoltaica? Y por otro lado, como debe actuar una política seria de reducción del consumo? ¿Dónde es realmente factible un “ahorro energético”?
El recurso a las energías alternativas es en sí una buena cosa, pero el error es creer que con eso se podrá conservar el mismo ritmo de crecimiento. Hoy, en efecto, las posibilidades que ofrecen las energías de sustitución son limitadas. Los petróleos no convencionales, como los que producen Venezuela o Canadá, para ser extraídos necesitan casi tanta energía como la que aportan. El gas natural puede servir para mejorar la extracción del petróleo o fabricar gasolinas de síntesis, pero necesita aún más energía. Las reservas de carbón son más importantes, pero es una energía que contribuye doblemente al efecto invernadero, porque su extracción provoca emisiones de metano y su combustión lanza gases en grandes cantidades. Respecto al problema esencial de la energía nuclear, reside, como se sabe, en el almacenamiento de los residuos radioactivos de larga duración (y en una catástrofe siempre posible).
Por otro lado, estas energías no pueden sustituir a los complejos petroquímicos y a los productos de consumo corriente que se derivan de ellos. El hidrógeno es un vector de energía, pero no un recurso, y su producción comercial tiene un coste de entre 2 y 5 veces superior a los hidrocarburos utilizados para crearlo. Además, el precio de su almacenamiento es 100 veces más alto que el de los productos petrolíferos. Y cada vez que se produce una tonelada de hidrógeno, se producen 10 toneladas de anhídrido carbónico. Las energías renovables proceden del viento, del agua, de los vegetales y del sol. Hoy eso no representa más que el 5,2% de toda la energía consumida en el mundo. A priori son prometedoras, pero sería ilusorio esperar más. Los vegetales tienen una debilísima capacidad energética. Las bioenergías implican una deforestación intensa. Los biocarburantes sintetizados a partir de vegetales tienen un rendimiento bastante limitado. La energía solar térmica aún no ha logrado un rendimiento satisfactorio a gran escala. La energía hidráulica es más competitiva, pero exige grandes inversiones. La energía eólica es la más barata, pero sólo funciona entre el 20 y el 40% del tiempo, habida cuenta de las variaciones del viento. Podemos citar otras técnicas de las que también se habla, como la fusión nuclear, la “fusión en frío”, las centrales solares espaciales, etc., pero la mayor parte de ellas, a fecha de hoy, no son más que proyectos, y casi todas exigen un sobreconsumo previo de energía que hace incierto su balance.
Los cambios climáticos en los últimos años se están manifestando de manera cada vez más clara. ¿Por qué la población no parece mostrar la necesaria atención a este fenómeno? ¿Por qué no han dado lugar aún a cambios significativos en los modos de vida?
No estoy de acuerdo. Creo que la gente hoy es más sensible al problema ecológico. Y aún más en lo que concierne a las perturbaciones climáticas, porque la gente es la primera en constatar sus efectos en la vida cotidiana. Lo que pasa es que no está dispuesta a sacar las oportunas consecuencias. Se podría decir que, a este respecto, mucha gente se comporta de manera “esquizofrénica”: por un lado son conscientes de la degradación del medio ambiente y de los riesgos provocados, por ejemplo, por el calentamiento del clima, pero, por otro lado, quieren a la vez conservar el mismo estilo de vida al que están habituados. Pasará tiempo hasta que se comprenda esta contradicción. De ahí que sea necesario todo un trabajo pedagógico cuyo objetivo ha de ser hacer comprender que “más” no necesariamente significa “mejor”.
Las personas están habituadas a pensar que el “crecimiento” y el “desarrollo” son fenómenos naturales, pero durante milenios la humanidad ha razonado de otro modo. En este sentido la ideología del progreso ha jugado un papel esencial. Y aunque hoy haya perdido gran parte de su credibilidad (el futuro parece más lleno de amenazas que de promesas), las mentes no han abandonado la vieja creencia de que un crecimiento cuantitativo permanente es siempre algo bueno en sí. La gente no ve que una tendencia prolongada hasta el infinito puede invertirse bruscamente y convertirse en su contraria (el “paso al límite”, como se dice en matemáticas). Hay que comprender que un crecimiento infinito en un mundo finito es una contradicción en los términos: no se puede vivir indefinidamente a crédito de un capital que no se renueva.
Circula una teoría común según la cual sólo la tecnología está en condiciones de remediar los daños de la tecnología. En otros términos, el mecanismo industrial ha comprometido irremediablemente al ecosistema, el suelo, las especies vivas, de modo que un “retorno a la tierra”, en forma de autoproducción y autoconsumo, de sobriedad y de reducción de consumo, no podrá remediar los daños de la modernidad; o no los remediaría tanto como una búsqueda tecnológica cada vez más avanzada en estos sectores. ¿Qué opina al respecto?
La teoría de que los defectos de la técnica podrán ser corregidos por nuevos progresos de la propia técnica es una de las numerosas versiones del optimismo tecnológico. Por supuesto, esta tesis puede ser ocasionalmente cierta (un error puede ser siempre ocasionalmente correcto), pero, en términos generales, corresponde más bien a un reconocimiento de la propia impotencia. El rasgo dominante de la técnica es su capacidad para desarrollarse a sí misma en función, exclusivamente, de su factibilidad: aquello que es técnicamente posible será efectivamente realizado. En el momento en que el desarrollo tecnológico se sitúa en el horizonte de la fatalidad, el hombre se condena a si mismo a sufrir sus efectos, sean cuales fueren. En último análisis, este creencia en la capacidad de la técnica para corregirse a sí misma no es más que un acto de fe.