Tuve los santos huevos de tragarme entero el programa de La Sexta sobre los disidentes de Vox. ¡Qué carajo, ya soy mayor y puedo ver pornografía si me apetece! Para guipar ciertas cosas hay que tener la madurez suficiente para digerirlas sin que te perjudiquen. Al menos eso dicen lo psicólogos.
El periodismo amarillento había alardeado de que en las entrevistas a los disidentes iban a aparecer detalles que dejarían a Vox “tocado para siempre”. No dudo de que ésta fuese la intención cuando se proyectó el programa; sin embargo, me parece que no ha tenido el efecto deseado.
Si no recuerdo mal, el presentador de Salvados, cuyo nombre no me interesa lo más mínimo, se entrevistó con cuatro personas (tres hombres y una mujer) cuyas identidades tampoco me importan demasiado. Aunque quizá fueron cinco, pues pienso que también había un periodista de El País que había escrito un libro sobre Vox (a la contra). El caso es que me da lo mismo cuántos fueran porque no estoy dispuesto a volver a ver un bodrio de programa de más de una hora para comprobarlo. Se me ocurren otras cosas mejores que hacer durante ese tiempo.
Si lo hice por primera y única vez no fue por escuchar al presentador ni a los entrevistados, sino para comprobar si las expectativas de La Sexta se podían cumplir, cosa que dudaba. En España sólo nos queda Vox para salvaguardar el orden democrático y, obviamente, todo lo que se escribe o se dice sobre este movimiento me interesa.
Los entrevistados aportaron muy poco a lo que constituyen, desde hace tiempo, los lugares comunes contra Vox. Lo demás sólo fueron anécdotas personales que cuando llevaban implícita algún tipo de acusación era sin posibilidad de réplica. Resulta extraordinariamente curiosa esta forma de periodismo que consiste en buscar a unos resentidos para que pongan a parir a alguien que no se le cita para defenderse.
Sin embargo, a pesar de las ganas de jorobar que tenían los entrevistados y, sobre todo, la cadena de televisión en la que se emitió el programa, de lo que dijeron unos y otros salieron algunas cosas de Vox de las que no tenía conocimiento, y que me gustaron mucho.
La primera es que los dirigentes de Vox “son amigos”, pues además de política disfrutan haciendo más cosas juntos. Con lo mucho que cuesta ganar amistades en el trabajo, ese lugar hostil donde la competitividad y los recelos todo lo emponzoñan. En mi vida profesional, a pesar de haber puesto cierto empeño y no haber cerrado nunca las puertas a ello, tan sólo dos personas han conseguido ingresar en mi pequeño, pero cuidado, grupo de verdaderos amigos.
A la vista de lo que publican los medios, dudo mucho que los miembros de las cúpulas dirigentes del PSOE y del PP sean igual de amigos que los de Vox parecen ser entre sí. Que le pregunten a Díaz Ayuso y Casado dónde fueron a parar sus afinidades de juventud, o las de Íñigo Errejón y Pablo Iglesias.
La otra cosa que me gustó es que Vox no funciona como un partido político, sino como una empresa. ¡Rediez!, por fin alguien empieza a hacer las cosas como Dios manda. Una empresa no se puede permitir el lujo de quebrar. Tiene que ofrecer un producto o unos servicios que sean atractivos para la gente y, además, contar con unos medios humanos y económicos suficientes para hacer frente a todas sus obligaciones, con solvencia y profesionalidad. ¡Uf!, casi me ha salido una definición jurídica.
No me extraña que todos los partidos políticos, salvo Vox, estén quebrados. A pesar de las subvenciones y donaciones regulares que reciben en sus “cajas A” y de las contraprestaciones irregulares procedentes de la corrupción, en sus “cajas B”, los bancos —y en su día las cajas de Ahorro controladas por ellos— les tuvieron que condonar (por ser insolventes) importantes sumas de dinero con el que habían dopado sus campañas electorales. En el mismo momento en que escribo estas líneas, llega a mi móvil información sobre una operación de la UCO por la que se investiga el pago de comisiones al gobierno de Zapatero que, al parecer, terminaron en las arcas del partido de los socialistas valencianos. Una muestra más, entre muchas, de que, incluso con financiación irregular, los partidos son en su mayoría organismos deficitarios que necesitan esquilmar a los ciudadanos para sobrevivir.
No es que de repente me haya vuelto una especie de tecnócrata de esos a los que tanto reverenciaba Gonzalo Fernández de la Mora y aborrecía Camilo José Cela, que los consideraba “acaponados pardillos que irrumpieron con patente de corso en la fauna ibérica” del tardofranquismo. Pero, he de admitir que aquello que no se gestiona como una verdadera empresa no puede, o debería, subsistir. Si no es capaz de mantenerse por sus propios medios es una carga para los demás, como los partidos políticos y los sindicados durante más de cuarenta años que llevamos de supuesta democracia y de régimen constitucional.
Querríamos muchos españoles que los partidos políticos aplicaran criterios empresariales a la hora de gestionar sus cuentas y de seleccionar sus recursos humanos. Falta mucha profesionalidad técnica (y científica) en la política española y sobra demasiada profesionalidad política, formada por escuadrones de ignaros que en su vida laboral no han hecho otra cosa que servir a sus propias estructuras de partido.
En fin, les quería decir que vean si les apetece el programa de La Sexta, aunque ni unos ni otros cambiaran su parecer respecto de Vox. Nadie es perfecto, si bien hasta sus detractores reconocen que tiene algunos elementos que lo distinguen favorablemente de otros partidos. Cada cual escoja. Lo único que pediría —ya sé que es mucho— es que no lo haga por rencor ni por intereses o egoísmos personales, sino por el bien de España y de nuestros compatriotas que, a fin de cuentas, es lo único que merece la pena.
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