Gilles Finchelstein, director general de la Fundación Jean Jaurès, próxima al Partido Socialista Francés y autor de Piège d´identité: réflexions (inquiètes) sur la gauche, la droite et la démocratie, (Fayard, Paris, 2016), afirma en una cita recogida por Marc Bassets el 18 de marzo que "Vivimos una desestructuración de las líneas divisorias. Es decir, la división derecha-izquierda sobre la que se estructuraba toda la vida política hace treinta años, poco a poco ha perdido su legibilidad y, para muchos franceses, su pertinencia".
No es el único que así opina. Si bien desde otras orillas ideológicas, el impulsor de la equívocamente denominada Nueva Derecha, el también galo Alain de Benoist, asegura en numerosos artículos (especialmente en su libro Le moment populiste, Droite-gauche c’est fini, Pierre Guillaume de Roux, 2017) que los conceptos de derecha e izquierda habrían perdido su vigencia; no en vano, ambos se habrían desplazado, perdiendo buena parte de sus señas de identidad características, convergiendo ambas en gran medida y transformándose en coartada –con diversas sensibilidades cara al mercado electoral- de una oligarquía mundialista impulsora de un totalitario “pensamiento único”.
Más cerca de nosotros, el vasco-francés Arnaud Imatz ha trabajado esta perspectiva en su libro Droite/Gauche: pour sortir de l’équivoque (Editions Pierre-Guillaume de Roux, Paris, 2016). En palabras del belga Christopher Gérard, "por división izquierda/derecha, Imatz entiende un artificio creado para reforzar la ideología dominante, mezcla de materialismo y de multiculturalismo dogmáticos, ya que responde a las necesidades de una oligarquía tecno-mercantil que detesta instintivamente todo lo que se opone a la homogeneización fanática del mundo y al reino sin dividir que el Duque de Guise llamaba en su momento ´la fortuna anónima y vagabunda´”.
A un juicio análogo llegan también en España, si bien desde presupuestos muy diversos, autores como el recientemente fallecido Gustavo Bueno, José Javier Esparza y Rodrigo Agulló.
Desde esta perspectiva, la crisis de las derechas políticas en España, y de otros países, no sería otra que la pérdida de su razón de ser. Ser de derechas significaría muy poco o nada para la mayoría de nuestros coetáneos. Mientras que el espacio social antaño “de derechas” afrontaría, desconcertado y a la defensiva, la revolución cultural radical-progresista que viene desplegándose desde hace décadas, en el contexto de la globalización, su élite política tomaría un rumbo dispar que lo alejaría del mismo. Pero en esta deriva, las élites estarían acompañadas de gran parte de sus electores naturales, integrándose ambos –con más o menos resistencias según los casos– en el nuevo orden de cosas que viene denominándose como posmodernidad.
A lo largo de las tres entregas anteriores hemos pretendido, únicamente, sacar a relucir algunas cuestiones que entendemos decisivas en el debate cultural y político de hoy; especialmente desde la realidad sociológica de lo que se viene llamando “derecha”. No pretendemos ser originales, pues casi todo está dicho ya; pero sí centrar nuestra mirada en los problemas reales.
Nadie mejor que el historiador y ensayista Pedro Carlos González Cuevas para ayudarnos a sintetizar el estado de la cuestión; no en vano es quien mejor y más ampliamente ha estudiado, desde la historiografía científica, la derecha política española y el pensamiento conservador. Y ello sin olvidar que también es uno de los mejores conocedores españoles de otras figuras fundamentales de las derechas europeas, como Charles Maurras, Carl Schmitt o Maurice Barrès. En una entrevista concedida a Todo Literatura aseguraba que "las diversas familias doctrinales de la derecha han sido incapaces de renovarse. El tradicionalismo católico desapareció con el Concilio Vaticano II. La tradición liberal-conservadora de Ortega y Gasset no ha tenido, desde Julián Marías, seguidores de altura. Incluso se ha pretendido dar una interpretación socialdemócrata de ese legado. Lo mismo ocurre con la tradición empírico-positivista de Gonzalo Fernández de la Mora. El falangismo murió intelectualmente en los años sesenta del pasado siglo. Por otra parte, la Iglesia católica ha sido incapaz de renovar el apoyo de las elites intelectuales. Las figuras de Pedro Laín Entralgo o de Xavier Zubiri o del ya citado Marías han carecido de continuidad. Los intentos de adaptación de la Nouvelle Droite de Alain de Benoist a la realidad española han fracasado".
Visto su actual panorama intelectual, por lo que respecta a su expresión política, asegura consecuentemente: "hay que señalar que existe una clara diferencia entre la derecha como base social y el Partido Popular. El Partido Popular es una parte de la derecha, pero no engloba al conjunto de ese espacio social, político y cultural. En realidad, y lo he dicho muchas veces, es el Partido Popular el enemigo por antonomasia no ya de la consolidación, sino de la aparición de otras alternativas de derecha". Las principales causas, conforme su juicio, de esta situación serían: "falta de proyecto político y cultural; desprecio hacia su base social; pereza mental; complejos históricos: la derecha hegemónica no sabe qué hacer, por ejemplo, con el franquismo; desmovilización política, cultural, social; ausencia de alternativas; conformismo, etc.". En suma, la derecha, o mejor dicho las derechas, sufrirían una crisis de identidad y sentido; con la consiguiente desconexión élite/base social.
González Cuevas concuerda con los demás analistas, mencionados en nuestras anteriores entregas, en que a lo largo de estas últimas décadas la derecha política española se habría refugiado en una gestión de la economía con ciertos toques liberales, renunciando a la batalla de las ideas; de modo que su acción política se caracterizaría por su reactividad ante una izquierda siempre en perpetua ebullición. Pero, lo que es más grave, una vez en el poder se ha limitado a mantener el status quo, de modo que bajo sus gobiernos los avances legislativos y sociales de las izquierdas se han consolidado; especialmente en lo que se refiere al modelo familiar y a la extensión de los denominados “nuevos derechos sociales”. Tal inacción, ¿se debe a una inoperatividad de raíces acaso intelectuales, o a una renuncia expresa de su identidad en tránsito ineludible hacia un nuevo paradigma que no sería otro que el del pensamiento único?
Recordemos que Gonzalo Fernández de la Mora interpretaba los cambios mencionados como un proceso de “desideologización” -que no de desaparición de las ideologías- que generaría, con avances y retrocesos, una convergencia entre derecha e izquierda.
Para el profesor González Cuevas "… la enfermedad fundamental de la derecha realmente existente en España, es decir, el Partido Popular es el ´centrismo´. Como señala el politólogo Julien Freund, el centrismo es una manera de anular, en nombre de una idea no conflictual de la sociedad, no sólo el enemigo interior, sino las opiniones divergentes". El autor desvela, así, el preciso mecanismo de ingeniería social del pensamiento único al que la derecha política se habría sometido obedientemente.
La cuestión, entonces, es: ¿por qué la derecha se ha desideologizado en tan sorprendente operación de “centrismo” acelerado? Las élites que así vienen actuando, ¿no tuvieron otras opciones? Como primera respuesta diremos que se mueven “a lomos de la Historia”; si bien espoleados por crematísticos intereses de oligarquía.
Debemos señalar que, para diversos autores, el concepto mismo de “derecha” es cambiante, estando sometido a una rápida evolución histórica. De hecho, no existe un concepto universalmente aceptado de lo que significa derecha política en cualquier momento de la Historia, ni siquiera en diversos contextos geográficos contemporáneos. Derecha, también izquierda, son conceptos en sí problemáticos y según tales autores, progresivamente vaciados de contenido.
José Javier Esparza ("En busca de la derecha [perdida]", Áltera, Madrid, 2005), constatando lo anterior, concluye que "lo que define a la derecha y a la izquierda es la posición relativa que cada cual ocupa a lo largo del proceso de la modernidad". De modo que derecha e izquierda son inseparables del debate intelectual por excelencia: la crisis de la modernidad y la irrupción y aprehensión intelectual de la denominada posmodernidad.
Por su parte, Rodrigo Agulló (Disidencia Perfecta. La Nueva Derecha y la batalla de las ideas, Áltera, Madrid, 2011) sintetiza y concreta esta cuestión de la siguiente manera: "… la izquierda era la gran heredera del movimiento de la Filosofía de las luces, que a partir de la Revolución Francesa inaugura la modernidad. Y la derecha se convirtió en el custodio de aquellas actitudes de la premodernidad que iban siendo progresivamente relegadas por el mito del Progreso. Si tuviéramos que caracterizar muy brevemente esas actitudes, destacaríamos un solo rasgo: su carácter predominantemente antieconómico. Se trataba de ese entramado de valores, creencias y formas de vida propias de las ´sociedades tradicionales´ que se encontraban en oposición casi absoluta a los intereses de las nuevas clases burguesas, y por lo tanto eran contrarias a la “ideología económica” construida por los padres del liberalismo. De esta manera, la izquierda se situaba siempre del lado del ´progreso´, mientras que la derecha lo hacía del lado de la ´conservación´ o la ´reacción´. Sin embargo, a lo largo de dos siglos el eje de esa confrontación se fue desplazando sistemáticamente hacia la izquierda: mientras la derecha iba progresivamente aceptando la filosofía de las luces y el liberalismo (especialmente en sus aspectos económicos), la izquierda llevaba hasta el extremo la ´ideología económica´ de los padres del liberalismo, al proclamar el marxismo que ´todo es economía´".
Nos encontraríamos, entonces, en tránsito hacia un nuevo escenario, o una nueva época histórica, que se viene denominando posmodernidad, a la vez que son desarbolados los viejos paradigmas filosóficos, los diversos “relatos” explicativos de la realidad y la misma existencia humana; aunque no se sepa apenas de qué se trata en puridad de conceptos. No obstante, debe constatarse que, desde la política y las ciencias sociales mayoritarias, al menos en Occidente, sí se le está dotando de un discurso ideológico articulado y coherente. De ahí el contundente éxito del “pensamiento único” en política, el impacto de las nuevas tecnologías y los cambios antropológicos que ya está generando, y las poliédricas y desconcertantes caras de la globalización. En este contexto, las clásicas “derechas” e “izquierdas”, especialmente las primeras, habrían perdido buena parte de su sentido al no saber adaptarse a una nueva realidad en acelerada transición.
Pero, ¿qué es la posmodernidad? Son muchas las definiciones y buena parte de ellas centradas en aspectos parciales de tan novedoso paradigma: estéticos, existenciales, filosóficos, políticos, antropológicos…
Mencionemos, a modo ilustrativo, una de estas perspectivas. Así, a decir de Daniel Innerarity, "la filosofía ha perdido ´la esperanza de la totalidad´ (Adorno). Si las totalidades ofrecidas por la modernidad han resultado equivocadas, ahora ya no se ofrece una nueva síntesis sino que se decreta el sincretismo de la razón, la fragmentación del mundo de la vida, la desconexión entre los diversos saberes y dominios científicos, la imposibilidad de justificar la acción y establecer la legitimidad política".
En tal perspectiva coinciden muchas de las diversas aproximaciones a la posmodernidad, afirmando que la modernidad y sus grandes relatos –o megarrelatos- ya no responderían a los desafíos de la razón; y por lo que más directamente nos atañe, cristianismo y marxismo “clásico” estarían agotados.
La filósofa y ensayista española Rosa María Rodríguez Magda va todavía más lejos, incorporando en su acervo algunas aportaciones de Baudrillard, Bauman y Zizek. Si la posmodernidad postulaba el fin de los megarrelatos, veíamos, transitaríamos hoy en una nueva etapa histórica que denomina “transmodernidad”, caracterizada por la aparición del nuevo “gran relato” de la globalización que estaría respondiendo los retos de la modernidad desde las críticas posmodernas.
Pero también hay autores que niegan la mayor: la posmodernidad no sería sino el conjunto, en ocasiones contradictorio, de las respuestas críticas que desde una “razón adulta” se proporcionarían a la insatisfactoria “razón joven” de la Ilustración y la modernidad (Asensio Martínez Ortega, La posmodernidad y mi laberinto. Una teoría del conocimiento, 2013, La gran batalla de nuestro tiempo", A-Anroc, 2014).
En la posmodernidad, liquidados los megarrelatos, las derechas, que transitaron agónicamente en una modernidad a la que se enfrentaron, ¿han perdido su razón de ser? No en vano, el hombre líquido (Zygmunt Baumann), liberado (Foucault), el hombre desarraigado (Josep Miró i Ardèvol), o emancipado (Chantal Delsol) –quienes encarnarían al prototípico individuo posmoderno- son contrapunto de la mentalidad y valores de cualquiera de esas “derechas” aparentemente sin respuestas.
Ya estemos en una crisis histórica, o en la agonía de una modernidad que se resiste a morir, ya en tránsito a un tiempo nuevo todavía en configuración, ello no quiere decir que no sobrevivan –o se generen– disidencias frente a los efectos de la globalización y su pensamiento único: algunas por completo inéditas y apenas expresadas y comprendidas; otras, rescoldos del Viejo Orden y acaso esperanza de un futuro aunque impreciso cambio.
Volviendo al inicio de este texto, veíamos que nuevas problemáticas estarían quebrando la clásica dicotomía derecha/izquierda. Es el momento de hablar de los nuevos actores sociales y de los populismos; lo que haremos en nuestra próxima entrega.
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