Decía Chesterton que considerar al capitalismo defensor de la propiedad es tan absurdo como considerar a quien pretende incluir en su harén a todas nuestras mujeres defensor del matrimonio. No existe modo más eficaz de comprender el alma del capitalismo que darse un paseo por el centro de nuestras grandes ciudades, donde todos los establecimientos (lo mismo tiendas de ropa que restaurantes, lo mismo cafeterías que hoteles) pertenecen a compañías transnacionales que, poco a poco, han ido erosionando el comercio local, hasta exterminarlo. Naturalmente, este acaparamiento no sería posible si no existiera una legislación que lo auspicia; o, dicho más descarnadamente, una legislación que se allana sin rebozo ante las pretensiones del Dinero, amparando concentraciones desmedidas de propiedad, permitiendo «deslocalizaciones» que destruyen las economías nacionales, favoreciendo las condiciones que arrasan el tejido empresarial autóctono (horarios comerciales irrestrictos, privilegios tributarios, etcétera), hasta claudicar en los más elementales principios jurídicos, hasta poner en peligro los intereses nacionales, hasta sacrificar la riqueza de las naciones. Todo en beneficio de los dueños del harén.
Los dueños del harén
Tenemos otro ejemplo indecoroso de estos allanamientos ante el Dinero en las sórdidas operaciones especulativas que rodean las sucesivas compraventas del rascacielos llamado Edificio España, una de las muestras más emblemáticas y admirables de la arquitectura civil española del siglo XX.
Decía Chesterton que considerar al capitalismo defensor de la propiedad es tan absurdo como considerar a quien pretende incluir en su harén a todas nuestras mujeres defensor del matrimonio. No existe modo más eficaz de comprender el alma del capitalismo que darse un paseo por el centro de nuestras grandes ciudades, donde todos los establecimientos (lo mismo tiendas de ropa que restaurantes, lo mismo cafeterías que hoteles) pertenecen a compañías transnacionales que, poco a poco, han ido erosionando el comercio local, hasta exterminarlo. Naturalmente, este acaparamiento no sería posible si no existiera una legislación que lo auspicia; o, dicho más descarnadamente, una legislación que se allana sin rebozo ante las pretensiones del Dinero, amparando concentraciones desmedidas de propiedad, permitiendo «deslocalizaciones» que destruyen las economías nacionales, favoreciendo las condiciones que arrasan el tejido empresarial autóctono (horarios comerciales irrestrictos, privilegios tributarios, etcétera), hasta claudicar en los más elementales principios jurídicos, hasta poner en peligro los intereses nacionales, hasta sacrificar la riqueza de las naciones. Todo en beneficio de los dueños del harén.
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