En el final de la primera década de la posguerra, Pedro Laín Entralgo concluía un ambicioso y apasionante proyecto intelectual. Era este el de reflexionar sobre la posible reconstrucción de una cultura nacional española, desde el punto de vista del regeneracionismo patriótico nacido con el siglo y desde la afirmación de la vigencia ideológica del falangismo.
En el final de la primera década de la posguerra, Pedro Laín Entralgo concluía un ambicioso y apasionante proyecto intelectual. Era este el de reflexionar sobre la posible reconstrucción de una cultura nacional española, desde el punto de vista del regeneracionismo patriótico nacido con el siglo y desde la afirmación de la vigencia ideológica del falangismo. Laín aceptaba, por tanto, la carencia de neutralidad de su mirada pero deseaba que su visión militante, de partido, de vencedor incluso, fuera percibida como un esfuerzo para la superación de aquellas condiciones de crisis de confianza y pérdida de vigor histórico, que habían conducido a la guerra civil.
De ahí que la culminación de los trabajos publicados en los años cuarenta llevara un título que llamaba al debate y la inquietud, lejos de la soberbia de quienes creen haber acabado no solo con sus adversarios, sino también con toda forma de crítica fecunda a través de una victoria militar. “España como problema” era ya, en su enunciación, una exigente búsqueda de los orígenes de un drama generacional que demandaba contrincantes intelectuales, no complacientes audiencias prontas al aplauso ni resignados silencios de quien renunciaba a discutir. Era un libro que resumía la tarea que aquel joven catedrático de medicina se había propuesto desde su primera colaboración en la revista “Escorial” y la publicación de “Sobre la cultura española. Confesiones de este tiempo” en 1943. Una labor destinada a rastrear, en el pensamiento del régimen de la Restauración, los factores de conflicto entre dos conceptos mutilados de España y entre dos campos cuya radical exclusión hacía imposible la normal convivencia de los españoles. El deseo del falangista Laín era que la circunstancia terrible de la guerra, más que desembocadura triunfante de una de las dos Españas, hubiera sido la condición agónica en la que pudiera acometerse la verdadera nacionalización de la cultura, la política, la pedagogía cívica y la conciencia del pueblo.
Laín dedicó tres trabajos sucesivos al examen de esa querella de los intelectuales y las formas de concebir España desde el último cuarto del siglo XIX. Comenzó con la biografía de Menéndez Pelayo, que izaba la imagen de un erudito combativo, un sabio que defendió un catolicismo entero, pero no integrista, un abanderado del bagaje humanista de la Contrarreforma y una voz alzada en pro de la cultura española de la época moderna. Siguió a esa reivindicación del pensamiento del intelectual montañés un extenso ensayo acerca de la generación del 98, modelo de un patriotismo inconformista, actual, abierto a Europa y origen preciso de aquella exigencia joseantoniana de amor a España, amor nocontemplativo y resignado, sino rebelde y con ánimo de perfección. Recogió la fibra orteguiana en un grueso ensayo sobre las generaciones en la historia. Terminó y sintetizó su maduración de hombre que pasaba de los treinta a los cuarenta años con un espléndido, rotundo y denso “España como problema”.
La tesis fundamental del libro era la que había ido creciendo en esa década cuyas circunstancias hemos visto en las últimas entregas de esta serie: larealización histórica de España había sido impugnada por el conflicto cultural que siguió a las guerras civiles del siglo XIX. El antagonismo incurable entre un patriotismo carente de actualidad y un progresismo desprovisto de españolidad. En ambos casos, el precio era la falta de sentido histórico, con idéntica ausencia de voluntad de integración y, por consiguiente, de nacionalización inclusiva.
Los hombres del 98 habían opuesto a la mediocridad del régimen de la Restauración una estética castellanista, que se balanceaba entre la afirmación española y la fascinación por Europa, sin acertar a encontrar un camino justo. Los hombres de 1914, dirigidos por Ortega, habían propuesto el bisturí riguroso del análisis, la modernización racionalista, el aliento de la ciencia, la reforma de la universidad y el ánimo de una educación popular que permitiera a las elites construir una España liberal. Sin embargo, estas dos generaciones no habían conseguido despojarse, por completo, de los mutuos recelos entre una cultura católica, necesaria para comprender la realidad de España, y una actualidad renovada, prudentemente laica, heredera del constitucionalismo del XIX, indispensable para integrar el futuro de la nación en la trayectoria coherente de un largo aliento histórico. Mientras unos habían despreciado la presunta extranjerización contaminante de una España inmaculada, otros se habían empeñado en insultar la labor creativa de una modernidad que habitó en los valores humanistas de la tradición nacional.
Laín Entralgo afirmaba el carácter problemático de nuestra nación, a diez años del final de la guerra, porque el desenlace de la contienda no supuso sino la imposición de una España sobre la otra. Para un escritor que entraba en sus años de plenitud vital, el compromiso rubricado en 1936 fue producto de una amarga y dramática circunstancia. Su elección había sido la defensa de la España cristiana y tradicional, desde luego. Pero no de una nación quieta, ni de una patria de espíritu sumiso, ni de una comunidad resignada a la exclusión de la mitad de los españoles.
La síntesis no alcanzada en tantos años de dilemas estériles era lo que pretendía Laín Entralgo: la superación de las dos Españas, no el triunfo definitivo de una de ellas, identificando el 18 de julio -y el proyecto falangista- con una contrarrevolución renacida de sus fracasos decimonónicos. Lo que debía fundamentar la paz entre los españoles era precisamente el planteamiento común de España como problema a resolver por todos, no como espacio a conquistar para una parte de los ciudadanos. La ingenuidad de Laín, al querer inculcar a los vencedores este propósito integrador hallaría en seguida la respuesta de quienes veían las cosas de otro modo en el franquismo. Pero aquel libro sigue siendo un factor de inspiración para conocer hasta qué punto alumbró en lugares distintos, y muy pronto, desde la tragedia de 1936, el ánimo de la reconstrucción cultural y el espíritu profundo de la reconciliación.
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