De igual modo que en el siglo XVI Hungría constituyó el último baluarte de Europa (entonces denominada la Cristiandad) frente a la invasión musulmana que amenazaba con llegar hasta Viena y adueñarse de todo el continente (recordemos que ya se había apoderado de los Balcances y de Grecia…, ¡de Grecia, nada menos!); de igual modo que, dentro de este contexto, la derrota de Hungría a manos del invasor otomano el 29 de agosto de 1526 en la batalla de Mohács representó el sacrificio de un país que, desmembrado y parcialmente sometido al yugo del invasor, ejercería una función de tampón en contra de la progresión del islam (una derrota que, como la de los 300 espartanos de las Termópilas, se convirtió en últimas en una victoria); de esa misma manera, una vez más, la Hungría de hoy vuelve a acudir en defensa de Europa frente al mismo invasor (aunque sus modalidades de acción son muy distintas)… y, lo más grave, frente a ella misma y a su inconciencia suicida.
En el contexto de esta lucha, la batalla electoral del pasado domingo revestía auténtica importancia histórica. Todos los periodistas al servicio de la oligarquía mundialista habían tomado en los días previos sus deseos por realidad y, viendo sobre todo el altísimo índice de participación electoral, echaban el domingo sus campanas al vuelo previendo una victoria de la oposición o, como mínimo, una pérdida de la mayoría absoluta ostentada por Fidesz, el partido de Viktor Orbán. ¡Pobrecitos!... No sólo volvió a ganar el enemigo jurado de la oligarquía mundialista, sino que revalidó por tercera vez su mayoría absoluta.
Ésta es la crónica que publicaba en ABC Hermann Tertsch, probablemente el único periodista honesto y objetivo, en este ámbito, dentro de los grandes periódicos españoles.
J. R. P.
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, consiguió este domingo un arrollador triunfo frente a toda la oposición de derechas e izquierdas y frente a la campaña internacional contra su persona y su política. Claro está que Orbán contará de nuevo con esa abrumadora mayoría de dos tercios en el Parlamento que le permite mano libre para gobernar y legislar. Al final, los resultados son abrumadores. Sin ser definitivos otorgan 134 de los 199 escaños a Fidesz; 26 a la extrema derecha de Jobbik, cuyo líder dimitió nada más conocer la victoria de Orbán; 20 escaños a los socialistas del MSZP; 8 a los Verdes, y otros, sueltos.
Orbán compareció cerca de la medianoche en la fiesta junto al Danubio, en el Centro Balna. «Hemos ganado», comenzó su alocución ante una multitud entusiasmada con los resultados que aparecían en la gran pantalla cerca de la tribuna. Entre cánticos y banderas húngaras, el jefe del Gobierno dio las gracias «a todos los que habéis rezado por nosotros y a los que habéis rezado por mí. Esta es una victoria importantísima porque nos da los medios para defender con eficacia a la patria». Después del himno de la revolución de 1848 y del nacional, se despidió con un «Larga vida a Hungría» y, en latín, «Soli deo gloria».
Los húngaros habían ido a votar como nunca con una participación que llevó a muchos a descartar esa mayoría de dos tercios de los 199 escaños del Parlamento húngaro. La altísima participación disparaba las esperanzas de la oposición de acabar también con la mayoría absoluta de la alianza de Fidesz y los democristianos de KDNP. No obstante, si hubo movilización en Budapest del voto urbano anti Orbán, se dio una inmensa afluencia a los colegios en todo el país y al final Orbán sale muy fortalecido en Hungría y fuera.
La actitud hostil de Bruselas, de muchos gobiernos europeos, de la inmensa mayoría de los medios de comunicación occidentales y todas las ONG izquierdistas, muchas pagadas por el gran enemigo de Orbán y también protagonista de la campaña, George Soros, no han logrado cambiar el escenario político. El resultado tendrá también consecuencias para el conflicto entre Orbán y la UE, especialmente por la firmeza de su oposición a toda cuota de inmigrantes o refugiados.
Altísima participación
La participación sorprendió a todos. Se siguió votando pasada la hora del cierre en muchos locales en Budapest que tenían aún largas colas, y en las embajadas húngaras también se registró una afluencia sin precedentes. Unos decían que por fin muchos húngaros se habían dado cuenta de que tenían que votar para derribar Orbán, y otros señalaban que los llamamientos del primer ministro a darle el apoyo para combatir a la UE y sus intentos de imponer cuotas de inmigración tendrían sus frutos. Así ha sido.
Sin los dos tercios aún podía gobernar Orbán con comodidad. No sin la mayoría absoluta. Porque todos los partidos de la izquierda y la extrema derecha de Jobbik descartaban apoyar al actual primer ministro.
Orbán había votado con su mujer en su barrio y llamado a todos los húngaros a votar porque, según él, también «está en juego el destino de Europa», que ve en Hungría una forma alternativa de afrontar el futuro. El primer ministro ha conseguido, a pesar de liderar un país tan pequeño, un altísimo perfil en el debate ideológico actual en Europa y se ha convertido en un referente para muchas nuevas fuerzas de la derecha que han surgido tanto en Centroeuropa como en Europa occidental.
Como líder político en el grupo de Visegrado con Polonia, Chequia y Eslovaquia, el primer ministro húngaro ha destacado en presentar un discurso político alternativo al de Berlín y París y sobre todo al de su gran adversario, Bruselas. Esto, y los furibundos ataques que recibe desde el exterior, fortalecen su imagen de padre protector de la patria.
Orbán se presentaba como el único capaz de impedir que las fuerzas exteriores impongan a Hungría unas medidas que nadie, ni la oposición, quiere, como son las cuotas de inmigración. El primer ministro acusaba a la oposición de seguidismo de las «fuerzas mundialistas» que quieren traer a Hungría la sociedad multicultural que existe en los países occidentales. Orbán siempre cita a Alemania o Suecia como la amenaza directa que solo él y su partido son capaces de neutralizar. El resultado dispara su prestigio entre los sectores de la derecha europea que se ha alejado de las cristianodemocracias asimiladas a la socialdemocracia en muchos países y en especial en Alemania.
El candidato del partido socialista MSZP– Dialog, Gergely Karacsony, aún manifestaba por la tarde a ABC que estaba feliz con la alta participación. Tanto que advirtió al presidente de la República, Janos Ader, de que no podría encargar a Orbán la formación de gobierno sin la mayoría absoluta, porque todo el resto de partidos le niegan el apoyo. Al final, Karacsony dimitirá como enésimo rival que devora el animal político que es Orbán.
Viktor Orbán ha sido primer ministro tres legislaturas. Este abogado de Szekesfehervar que con 25 años fundaba el partido Fidesz, aún bajo el régimen comunista, ya irrumpió en la historia con su memorable discurso ante cerca de un millón de húngaros en el homenaje y entierro en 1989 de Imre Nagy, el primer ministro que lideró el levantamiento de 1956 contra el régimen comunista y la URSS y ejecutado por ello. Estaba aún en pie el muro de Berlín. Orbán exigió elecciones libres, la retirada de las tropas soviéticas y el fin del Pacto de Varsovia. Todo se cumpliría. Fue el interlocutor favorito de los occidentales en la transición. Receptor de una beca de George Soros para estudiar en Oxford, no sabía entonces el multimillonario que fomentaba la carrera de su peor enemigo. Porque Orbán se hizo un político de la derecha que busca la lucha frontal con la izquierda para batirla en la urna y en la batalla cultural e ideológica. En 1998 ganó las elecciones y, según cuenta él, se precipitó tanto que las perdió cuatro años después. Volvió Orbán y ha gobernado ocho años con éxitos económicos innegables. Pero su postura ideológica y su rechazo a la sociedad multicultural le han generado inmensa hostilidad en el exterior. Cada vez tiene más seguidores entre una creciente derecha que se distancia del centrismo socialdemocratizante.