No deberíamos haberlo olvidado

Biafra: cuarenta años de un genocidio olvidado

Alberto Buela ha hablado aquí de lo que está ocurriendo en Sudán a vista y paciencia del mundo occidental. Viene ahora a la memoria otro genocidio olvidado del que hoy se cumplen cuarenta años: el de Biafra. Alrededor de un millón de personas murió entre 1967 y 1970, período que duró la guerra con la que Nigeria ahogó la efímera independencia de su provincia más rica y que incluyó un implacable bloqueo que hizo perecer de inanición a la mayor parte de las víctimas. La expresión “parecer de Biafra” para referirse a alguien extremadamente delgado o desnutrido se incorporó al lenguaje coloquial, haciéndose tristemente popular. ¿No se acuerda? Mal hecho: hay cosas que es preciso no olvidar.

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RODOLFO VARGAS RUBIO 

Nigeria obtuvo la independencia de Gran Bretaña en 1960. En un país de  población mayoritariamente musulmana, la etnia de los Ibos estaba formada por cristianos y animistas, que constituían una importante elite social y cultural concentrada en la provincia nigeriana más rica: la de Biafra, con sus 76.000 kilómetros cuadrados, 13 millones y medio de habitantes y una de las más ricas reservas de petróleo del África. Los Ibos se habían adaptado muy bien a la vida occidental y, a diferencia de los demás grupos étnicos de Nigeria, tenían una preparación intelectual que les facilitaba el acceso a los estudios superiores en prestigiosas universidades extranjeras. Ello los capacitaba para ejercer importantes puestos de dirección en amplios sectores de la vida pública, pero también provocaba la envidia y la malquerencia de los grupos étnicos y políticos mayoritarios (especialmente, los Haoussa, musulmanes), sentimientos que iban gestándose en el seno de la sociedad nigeriana y que afloraron violentamente en 1966.

Ese año, la inestabilidad política llevó a dos golpes de Estado, el primero de los cuales fue protagonizado por el general ibo Johnson Aguiyi-Ironsi, que se oponía al incremento del poder federal que pretendían los Haoussa y que significaba el sometimiento de las minorías. Algunos meses más tarde, Ironsi era asesinado como consecuencia de un segundo golpe militar, encabezado por el general Yakubu Gowon, desencadenándose las primeras matanzas en masa de los Ibos, ocurridas en mayo y septiembre como sangrienta represalia de los Haoussa. Estas tropelías, permitidas y amparadas por el nuevo gobierno, llevaron al gobernador militar de Biafra, el teniente coronel Odumegwu Ojukwu, a proclamar la independencia de la provincia, con capital en Enugu, el 30 de mayo de 1967. Lagos reaccionó inmediatamente con el bloqueo económico, al cual siguió en julio la concentración de tropas, iniciándose la guerra.

La guerra

Las fuerzas biafreñas obtuvieron algunos éxitos iniciales, pero el ejército federal nigeriano organizó un sistemático exterminio, que obligó a la nueva república a una acción de defensa y repliegue. El conflicto se prolongó tres años debido a su internacionalización. Biafra contaba con las simpatías de la mayoría de estados africanos, habiendo sido reconocida oficialmente –además de por Haití– por cuatro de ellos (Gabón, Costa de Marfil, Tanzania y Zambia), que se atrevieron así a desafiar a Nigeria. Los demás se abstuvieron de hacerlo debido al apoyo de Rhodesia y la República Sudafricana, países bajo régimen de apartheid e impopulares. El suministro de armas por parte de Israel (que acababa de ganar la guerra de los Seis Días) también contribuyó a disuadir una abierta ayuda internacional. Francia y Portugal, antiguas grandes potencias coloniales en el África, prestaron a la nación rebelde apoyo clandestino bajo forma de asistencia militar y financiera. Pero Nigeria endureció aún más el bloqueo y sometió a Biafra a constantes bombardeos, no sólo sobre objetivos militares sino también y mayoritariamente sobre la población civil.

En este contexto, la asistencia humanitaria se vio seriamente obstaculizada. Las Naciones Unidas, al igual que la mayoría de países, se abstuvieron de intervenir en un enfrentamiento juzgado como un problema interno de Nigeria. El gobierno del general Gowon prohibió la acción de la Cruz Roja y ordenó a las fuerzas aéreas atacar todo avión que llevara ayuda a los biafreños. Incluso los Caballeros de Malta se vieron impedidos de obrar a favor de las víctimas de la guerra, que cada día se cobraba su elevado tributo de sangre. La neutralidad forzosa de las organizaciones internacionales llevó a algunos médicos franceses a llamar la atención del mundo sobre el caso de Biafra, calificándolo de genocidio y atrayendo sobre él el interés de los reporteros de todo el mundo, que le dieron cobertura periodística. Se vio entonces la necesidad de actuar fuera de los marcos estrictamente diplomáticos, creándose así el concepto de la ayuda “sin fronteras”, inspirador de las actuales organizaciones no gubernamentales (ONG). 

Ello no impidió, sin embargo, el total sometimiento de Biafra por el gobierno de Lagos. El General Ojukwu huyó de un país derrotado, postrado y aniquilado con la intención de formar un gobierno en el exilio, pero sus tentativas fracasaron y tuvo que contentarse con vivir expatriado en Costa de Marfil hasta 1980, cuando regresó a Nigeria, amnistiado por el conciliador presidente Shagari. Desde entonces se ha presentado a las elecciones presidenciales, aunque sin alcanzar el poder por las maniobras fraudulentas del gobierno (que llegó a encarcelarlo en una ocasión), para el cual es inconcebible que un cristiano como lo es Ojukwu gobierne en Nigeria. No obstante, este hombre culto y refinado –que admira a Luis XIV y cita con pasmosa desenvoltura a Shakespeare; se educó en el Lincoln College de Oxford– es un personaje respetado y hasta venerado por muchos que ven en él la esperanza para un país que está entre los más intolerantes del mundo musulmán y donde todavía existe una activa persecución contra los cristianos, aunque de ello se habla muy poco. Retirado de la política activa y dedicado a los negocios, Ojukwu es un símbolo viviente de la resistencia de una nación perseguida y martirizada, de la cual, por desgracia, hoy ya nadie dice nada, pero que fue un triste precedente de lo que hoy ocurre en Darfour, Sudán.

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