Esto sí que es políticamente incorrecto

Globalización: ¿la supervivencia de los más inteligentes?

Cuando el Reino Unido le dio la independencia a Ghana, en 1957, los más optimistas aseguraban que este país, tan rico en recursos naturales, pronto alcanzaría el nivel de vida europeo. En aquel entonces su PIB multiplicaba el de Corea de Sur (500 dólares y 80, respectivamente). En los congresos internacionales, los países no alineados y los nuevos jefes de Estado hablaban de una vía africana de desarrollo que fuera capaz de superar la servidumbre colonial y señalar el futuro de la humanidad. Cincuenta años después, Ghana es un país subdesarrollado y estancado en un gran marasmo económico. En el mismo lapso de tiempo, Corea del Sur se ha convertido en una de las mayores potencias del planeta.

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NICOLÁS PERRENOT 

Las cifras hablan por sí mismas: el PNB de Ghana se ha quedado en 450 dólares, mientras que el de Corea ha superado los 14.000. Esta anomalía intriga mucho a los economistas, que intentan justificar, aunque en vano, esta enorme distancia que separa a los dos países y, hablando más generalmente, al África Negra del resto del mundo. Los más conformistas explican que la culpa es del clientelismo, la falta de democracia y la corrupción de sus gobiernos.

Perplejos, un puñado de economistas valientes ha abandonado sus despachos de las grandes instituciones internacionales para ir al lugar de los hechos, ya que una minoría de ellos ha comenzado a dudar de las explicaciones convencionales. Así, William Easterly escribió lo siguiente: «La ayuda no incita a los beneficiarios del Tercer Mundo a aumentar sus inversiones. La utilizan más bien para comprar bienes de consumo». Se puede añadir a esto que los recursos naturales no cambian la suerte de los pueblos. Baste el caso de Nigeria, donde una parte considerable del oro negro desaparece en las cuentas bancarias secretas de sus dirigentes.

El responsable del programa de desarrollo de Naciones Unidas declaró que «La pobreza ya no es inevitable. El mundo tiene medios y recursos naturales, el saber-hacer y la gente necesaria para superar la pobreza en menos de una generación». En nuestros países, los líderes de opinión insisten en que el peso de la herencia colonial es lo que retarda el desarrollo en las antiguas colonias africanas. Sin embargo, para reparar las faltas pasadas, los países europeos han entregado miles de millones de euros en ayudas para el desarrollo a los países al sur del Mediterráneo y han hecho frente, por lo general, a sus deudas. Los Estados Unidos han enviado legiones de personas para explicarles los beneficios de la economía de mercado. Las organizaciones humanitarias se han esforzado en balde para convencer a la población local de la necesidad de regular los nacimientos y de los beneficios del aborto. Pero las tasas de crecimiento demográfico de la mayoría de estos países siguen siendo las más elevadas del mundo y la miseria de sus habitantes insondable.  

Nadie se atreve a decir públicamente que tal vez este retraso del continente negro se explica, simplemente, porque los africanos no son asiáticos. Porque toda hipótesis que no parta del presupuesto de que los hombres son intrínsecamente iguales es mal recibida en un mundo donde reina lo políticamente correcto. Dos universitarios han decidido romper los tabúes de su profesión y responder a esta cuestión sin miedo.

Inteligencia y desigualdad global  

Richard Lynn, profesor de psicología en la Universidad del Ulster, y Tatu Vanhanen, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Tempere en Finlandia, acaban de publicar IQ y Desigualdad Global, un libro que intenta explicar por qué Noruega es más desarrollada que Burundi o por qué China tiene más posibilidades de llegar al nivel de vida europeo que Bolivia. Estos escritores dicen que los economistas no consiguen explicar estas disparidades porque no prestan atención a la diversidad humana. Lynn y Vanhanen sostienen que la principal herramienta para predecir la capacidad de éxito o de fracaso -según el modelo de desarrollo europeo- de una sociedad es el coeficiente intelectual (IQ) de su población.

El IQ es el resultado de una petición del gobierno francés. Con la colaboración de Théodore Simon, el pedagogo Alfred Binet buscó una forma de medir el desarrollo de la inteligencia de los niños en función de su edad. El objetivo era identificar a los alumnos retrasados para ofrecerles apoyo pedagógico. Esta idea será retomada y perfeccionada en los años siguientes, dando lugar a lo que hoy conocemos como IQ (coeficiente intelectual). El principio es simple. Se plantean problemas de lógica, evaluados de tal forma que el conjunto de una edad obtiene una media de 100. Este es un ejemplo de una pregunta elemental: “completa la lista, 1, 3, 5, 7,..., 11”. Como se trata de una enumeración de cifras impares, la que falta es 9. El concepto mismo de IQ ha sido combatido duramente por los ideólogos de izquierdas, porque atenta contra la ideología igualitaria. Los marxistas de salón niegan el carácter científico de este instrumento de medida, forzosamente racista, puesto que sus resultados varían ampliamente en función de la etnia de los sujetos evaluados. 

Hoy en día, la validez de los test del IQ es reconocida por todos los científicos. En 1989 la Academia Americana del Desarrollo de la Ciencia lo incluyó entre los veinte descubrimientos científicos más importantes del siglo XX, en el mismo nivel que la fusión nuclear, el transistor o el ADN. Este test sólo evalúa una parte de las aptitudes de un individuo, pero permite estimar su capacidad de éxito social. Es comparable a los modelos matemáticos utilizados por los meteorólogos que, sin reproducir integralmente el funcionamiento de la atmósfera, son capaces de anticipar a corto plazo el tiempo que va a hacer.

Los profesores Lynn y Vanhanen están convencidos de que lo que es verdad para los individuos, también lo es para las poblaciones. Así, el IQ medio de los habitantes de un país será una herramienta crucial para conocer las aptitudes de una nación para integrarse con éxito en la economía globalizada.

Para demostrar su hipótesis, los dos universitarios han relacionado el IQ medio de 192 países con cinco criterios de desarrollo: 

-El producto nacional bruto por habitante, corrigiendo las disparidades de poder de compra de las monedas locales.

-La tasa de alfabetización de los adultos.

-El porcentaje de la población que se haya beneficiado de una educación secundaria.

-La esperanza de vida.

-El nivel de democracia.

Reuniendo estos indicadores, los autores han construido un índice de «la calidad de la condición humana» (QCH), que permite comparar la capacidad de éxito de las distintas sociedades humanas.  

Por qué se vive mejor en Noruega que en Uganda

Los resultados revelan una estrecha relación entre las medidas del IQ de la población y el éxito económico de un país. Según éstos, es mejor vivir en Noruega que en el África Negra. Las anomalías de la curva tienen su origen en la historia o la geología particular de los países a los que conciernen. Las islas de Santa Lucía y San Kitts y Nevis se benefician de la presencia de ricos jubilados europeos y americanos.  

También se puede visualizar el impacto del IQ en el desarrollo de las sociedades según la zona geográfica. Los trabajos de Lynn y Vanhanen demuestran que los países, como los individuos, no son iguales en cuanto a sus posibilidades de integrarse en una sociedad industrial globalizada. Estos resultados no solamente explican la causa de las numerosas tragedias que azotan al mundo, sino que también dan cuenta de una de las causas de la persistencia del subdesarrollo.

La lectura de este libro tiene el gran mérito de hacer reflexionar sobre las consecuencias de las migraciones internacionales. Ayer, el joven empresario senegalés fue a instalarse en Dakar. Hoy, es chófer de taxis en Washington. Estos desplazamientos masivos de la población agravan las desigualdades porque privan a las naciones más pobres de sus mejores elementos, en beneficio de las economías más atrayentes y desarrolladas. De esta forma, eliminar los controles fronterizos e incitar a los jóvenes licenciados de los países del hemisferio sur a instalarse en Occidente, como desea la bien pensante y humanitaria izquierda, contribuye a condenar a África al subdesarrollo y la miseria.  

Antes de reinventar los mecanismos de la solidaridad internacional, es necesario vencer los obstáculos ideológicos que, en nuestro país, prohíben reconocer que los hombres son diferentes entre ellos, no sólo por su tasa de melanina (color de la piel) y la testosterona, sino también por las aptitudes para la lógica y la abstracción. Hasta que no seamos capaces de aceptar la diversidad humana, seremos incapaces de ayudar a los países del hemisferio sur a comprometerse con una vía de desarrollo que corresponda a sus aptitudes y que asegure a sus habitantes una vida satisfactoria.

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