La tercera posición está muerta

Los acontecimientos que sucedieron en Ucrania dividieron a los círculos nacionalistas europeos en un grado que no se había visto en décadas.

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Los acontecimientos que sucedieron en Ucrania dividieron a los círculos nacionalistas europeos en un grado que no se había visto en décadas. Las acciones del Sector derechas de Ucrania y grupos similares llevaron a algunos nacionalistas a creer que su tan esperada y mítica “revolución nacional” es posible.
A pesar de que muchos de ellos se han desilusionado después de que la milicia nacionalista Kiev tuviera la vergüenza de ponerse en contacto con la embajada de Israel, implorara ayuda a los terroristas chechenos y empujara a Ucrania hacia la Unión Europea, la primera ola de entusiasmo fue, sin duda, auténtica. Afectó a grupos bastante diferentes: la “Acción Nacional Revolucionaria” española, que representa ideas similares a los Nacionalistas Autónomos y a la Juventud Nórdica sueca, que respaldan una visión de “patriotismo moderno” con rostro humano feliz (o más bien, contorsionado con una sonrisa grotesca y estúpida). Los nacionalistas ucranianos fueron felicitados por los así llamados “Fascistas del Tercer Milenio” de Casa Pound Italia, así como por los nacionalistas católicos de Forza Nuova, aunque hay que señalar que ambas organizaciones italianas advirtieron contra los “beneficios” que resultan de unirse a la OTAN y a la Unión Europea.
Sin embargo, el análisis de la situación de Ucrania muestra que el juego por las influencias es un juego entre Rusia y los EE.UU., y no hay lugar para ningún otro jugador. En esta situación, apoyar a los nacionalistas ucranianos significa efectivamente apoyar a los EE.UU., y cualquier objeción en relación a ellos es una declaración de apoyo a las políticas rusas. No hay un tercer camino.
La tercera vía está obsoleta
¿Por qué los nacionalistas europeos, que en sus propios países se posicionan contra la Unión Europea, el americanismo y el liberalismo dan su apoyo a situar a Ucrania en la esfera de influencia euroatlántica? Parece que la respuesta puede estar en la inadecuación de sus ideas, que se han vuelto obsoletas y ya no están adaptadas a los tiempos actuales. Los movimientos nacional revolucionarios que se desarrollaron en Europa occidental desde los años 60 plantearon muchas preguntas importantes. Muchas veces enfurecieron a la vieja derecha burguesa a causa de su visión de los Estados Unidos como enemigos y opresores de Europa, no mejores que la URSS. Criticaron correctamente la economía liberal. Gracias a ellos la cuestión palestina y los problemas de los pueblos del Tercer Mundo luchando por la libertad y la dignidad comenzaron a aparecer en el discurso nacionalista. Estaban dispuestos a aprender de las corrientes políticas de fuera de Europa, como el justicialismo argentino o varias escuelas del nacionalismo árabe. Sin embargo, el foco principal de su conflicto era la idea de dos enemigos, el liberalismo y el comunismo, personificados por los EE.UU. y la URSS. La desintegración de la Unión Soviética del bloque del Este fue la derrota definitiva del comunismo.
Sólo quedó un enemigo, Washington y Wall Street. Partidarios contemporáneos del nacionalismo de tercera posición parecen ignorar este hecho. Creen en una revolución nacional para hacer de la Europa de los pueblos un tercer poder alternativo a los EE.UU. y Rusia. Al mismo tiempo, critican a Rusia por supuestas ambiciones “imperialistas” y de intentar reconstruir el poder soviético, generalmente asociado a gemidos patéticos sobre “represiones” contra los nacionalistas rusos, muchos de los cuales preferirían vivir en una pequeña y débil Rusia, con tal de que fuera habitada por  eslavos blancos.
Esta actitud lleva a caer en la trampa de su propia ideología y es una manera directa para convertirse en tontos útiles del liberalismo, equivalentes a los extremistas wahabíes que pueden contar con el apoyo de Occidente, siempre y cuando actúen en su propio interés. Pero cuando empiezan a morder la mano que les da de comer, la hegemonía mundial les recuerda brutalmente quién es el amo y quién el siervo.
No habrá ninguna revolución
Aunque Rusia y sus políticas pueden ser (y son) criticadas por diversas razones, hoy en día es el único poder real capaz de resistir la expansión global del liberalismo y de frustrar los planes de Washington. Esto es bien entendido por los países que forman la vanguardia anti-liberal, que luchan por tener la oportunidad de elegir su propio camino de desarrollo: el conservador Irán, la Venezuela bolivariana o la nacionalista Siria. Mediante el desarrollo de la cooperación estratégica con Rusia, crean las bases de un mundo multipolar. En cada caso, a pesar de las diferencias ideológicas, actúan contra las fuerzas que (de manera explícita o no) trabajan para llevar a cabo los intereses estadounidenses. Apoyar a los grupos que actúan como aliados de Washington, incluso si se hace inconscientemente o de manera temporal, significa optar por el lado de los Estados Unidos.
El poder liberal puede utilizar partidarios de cualquier ideología política, incluyendo el nacionalismo, como un medio para lograr sus objetivos. Después de arrastrar un país bajo su influencia, de la destrucción de los lazos sociales, del establecimiento de una economía criminal basada en el capitalismo financiero controlado por el FMI, el Banco Mundial y las corporaciones multinacionales, no dudará en sacrificar a sus aliados recientes. Hoy en día, los nacionalistas ucranianos sirven como este tipo de apoyo, dando legitimidad a la transferencia de las reservas de oro de Ucrania al extranjero, a los intentos de imponer políticas económicas que conduzcan a l desastre, y a la sustitución de los viejos oligarcas caídos en desgracia que trataron de mantener el equilibrio entre Rusia y Occidente, por oligarcas abiertamente pro-occidentales.
Apoyar este tipo de “revolución nacional” es ayudar a construir el poder de los Estados Unidos, que esclaviza pueblos y destruye culturas de todo el mundo. El “despertar nacional” ucraniano muestra el grado de diferencia entre la realidad actual y los sueños y visiones del futuro desarrolladas en los círculos nacionalistas en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Una comparación entre la revolución en Irán y la llamada “primavera árabe” viene a la mente. La primera fue una verdadera revuelta popular contra las odiadas marionetas estadounidenses, llevada a cabo únicamente por manos iraníes. Después de la revolución, Irán rechazó tanto el liberalismo pro-estadounidense como el marxismo soviético en descomposición, y optó por una tercera opción: las políticas basadas en el Islam y sus leyes. Las “revoluciones” en Libia y Siria fueron sólo intentos para instalar a las fuerzas pro-estadounidenses en el timón. Su único efecto duradero es traer la guerra y el caos. Resultados similares pueden ser llevados a Ucrania y a todos los demás países que los EE.UU. deseen incluir en su esfera de influencia. No habrá “revoluciones nacionales” apuntando efectivamente contra los intereses estadounidenses. Es hora de reconocer la inaplicabilidad de las soluciones presentadas por el nacionalismo de tercera vía.
El tiempo de luchar contra dos oponentes terminó hace mucho tiempo. Hoy en día sólo hay un enemigo, y cualquier intento de ser neutral con respecto a él, o de apoyarlo a pesar de algunas reservas, significa estar de su lado. La tercera vía en su forma actual conduce directamente al cementerio de las ideas. Sería una lástima que sus seguidores terminaran allí con los últimos fósiles del trotskismo o los reaccionarios ilusos que discuten seriamente restaurar el poder de los Habsburgos o los Borbones.

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