Ideológicamente, el movimiento antiglobalización, altermundista o como se tenga a bien designarlo conforma un espacio de geometría fluida, difusa y difícil de aprehender. Sus delimitaciones internas son variables, móviles y, en ocasiones, renuentes a su inclusión en los esquemas de la teoría política tradicional. Sea como fuere, lo cierto es que la derecha populista y nacionalista también parece haber encontrado su hueco en la confusión, y la promiscuidad en lo ideológico ha dado vida a extraños híbridos que —al menos en apariencia— contienen genes procedentes de tradiciones políticas enfrentadas: habrá así quienes, a veces con unos escrúpulos semánticos más bien escasos, no duden en reconocerse como nacional-bolcheviques, nacional-ecologistas, ecologistas patrióticos o incluso nacional-anarquistas. Lo que es más: será justamente desde estas posiciones desde las que se afirme la incapacidad de los izquierdistas —internacionalistas donde los haya— para hacer frente al proceso globalizador, pues, al fin y al cabo —se dirá—, lo que la izquierda altermundista pretende no es poner freno a dicho proceso, sino invertir su sentido.
Es el caso de Marcello Veneziani, autor de La Rivoluzione conservatrice in Italia, cuando pregunta: «¿Dónde están entonces los verdaderos enemigos de la globalización?». Y responde: «Están en la derecha, queridos amigos. Allí, no sólo desde hoy, se combate el mundialismo y el internacionalismo, la muerte de las identidades locales y nacionales. Si es verdad, como sostienen muchos pensadores, que la próxima alternativa será entre el universalismo y el particularismo, entre globalidad y diferencias, entre cosmópolis y comunidad, entonces el antagonista de la globalización está en la derecha. Con los conservadores y los nacionalistas, con los tradicionalistas y los antimodernos, pero también en el ámbito de la Nueva Derecha de Alain de Benoist, y de los movimientos localistas y populistas». La derecha, según Veneziani, estaría constitutivamente preparada para enfrentarse a una globalización a la que considera un mal en sí misma, en tanto que el sector izquierdista del movimiento, más vistoso y aparentemente más radical, se empeñaría únicamente en denunciar el hecho de que los beneficios económicos de la globalización no alcancen a toda la humanidad. El frente de combate de los primeros se encontraría en la defensa de las tradiciones populares y de las identidades culturales arraigadas; el de los segundos, en la lucha por la extensión de los «derechos humanos». Veneziani lo deja claro en este fragmento y Alain de Benoist no duda en presentar el etnopluralismo neoderechista como la única respuesta antropológicamente veraz —o fundada— a la globalización capitalista. Frente a la multitud espinosiano-negriana, los pueblos; contra la dispersión informe del bougisme [de la movida a ultranza], el firme asentamiento en las propias raíces culturales
Diego L. Sanromán
Si te fijas en ellos, los anti-G8 son la izquierda en movimiento: anarquistas, marxistas, radicales, católicos rebeldes o progresistas, pacifistas, verdes, revolucionarios. Centros sociales, monos blancos, banderas rojas. Con el complemento iconográfico de Marcos y del Che Guevara. Luego te das cuenta de que ninguno de ellos pone en cuestión el Dogma Global, la interdependencia de los pueblos y de las culturas, el melting pot y la sociedad multirracial, el fin de las patrias. Son internacionalistas, humanitarios, ecumenistas, globalistas. Es más: cuanto más extremistas y violentos son, más internacionalistas y antitradicionales resultan.
O sea, que cuanto más se oponen a la globalización, más comparten su meta final. Por lo demás, el Manifiesto de Marx y Engels [Nada que ver con este periódico… N. de la Red.]es un elogio total de la globalización, a cargo de la burguesía y del capital, que rompe los vínculos territoriales y religiosos, étnicos y familiares, y libera de la tradición. Y en anteriores cumbres, los presidentes de los países más industrializados eran casi todos de tendencia progresista y provenían de mayo del 68, desde Clinton a nuestros propios líderes, que soñaban con transformar el G8 en un coalición de izquierdas planetaria. Todos optimistas del G8.
¿Dónde están entonces los verdaderos enemigos de la Globalización? Están en la derecha, queridos amigos. Allí, no sólo desde hoy, se combate el mundialismo y el internacionalismo, la muerte de las identidades locales y nacionales. Si es verdad, como sostienen muchos pensadores, que la próxima alternativa será entre el universalismo y el particularismo, entre globalidad y diferencias, entre cosmópolis y comunidad, entonces el antagonista de la globalización está en la derecha. Con los conservadores y los nacionalistas, con los tradicionalistas y los antimodernos, pero también en el ámbito de la nueva derecha de Alain de Benoist, y de los movimientos localistas y populistas.
Hay una rica literatura de derechas que hace tiempo critica radicalmente la globalización y sus consecuencias: el dominio de la técnica y de la economía financiera en detrimento de la política y de la religión. Es en la derecha donde se reúne la respuesta populista a las oligarquías transnacionales. Es en la derecha donde las tradiciones se oponen a la sociedad global sin raíces. Es en la derecha donde se teme la imposición de un pensamiento único y de una sociedad uniforme, y se denuncia la globalización como un mal en sí mismo; mientras, en la izquierda se denuncia que la globalización no extiende sus beneficios económicos a la humanidad sino sólo a unos pocos. O sea, no se denuncia su efecto de desarraigo sobre las culturas tradicionales y sobre las identidades, sino sólo que no vaya unida a la globalización de los derechos humanos.
En la reunión celebrada en Génova se consumó, así pues, una paradoja: unos pocos hombres de derechas, entre agricultores, artesanos y tradicionalistas, se opusieron al G8 de modo débil y marginal pero con propósitos fuertes y radicales. Y mucha gente de izquierdas se opuso de modo vistoso y radical a una globalización que en el fondo compartes. En Génova la maldición de Colón golpeó a la inversa: él zarpó para las Indias y descubrió América, éstos sueñan con un mundo nuevo pero descubren las viejas Indias.